Paco Valero
La desigualdad y el PP
La preocupación por la desigualdad se extiende en el mundo. Hay inquietud y debate entre expertos y políticos de la izquierda y también entre los más conscientes de la derecha porque la democracia no es compatible con una sociedad de extremos, en la que unos pocos acaparan un porcentaje de riqueza cada vez mayor y muchos, cada vez más, apenas pueden mantener una vida digna o incrementan directamente el segmento de la pobreza excluyente. A la izquierda le preocupa porque en su ADN está, o debería estar, la justicia social, y a la derecha porque la desigualdad dificulta o impide el crecimiento económico, como han evidenciado varios estudios en los últimos años. Solo los doctrinarios del liberalismo se quedan fuera de esta preocupación: para ellos el capitalismo sigue anclado en su versión originaria y siguen defendiendo las desigualdades en el reparto de la riqueza porque eso, dicen, estimula el riesgo y las iniciativas que conducen al crecimiento económico. Pero ¿qué pasa si no es cierto, si la realidad desmiente esta aseveración? Su respuesta, como se está viendo en los países donde ese doctrinarismo gobierna, es: ¡peor para la realidad!
Unos investigadores del Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo organismo que no es precisamente un nido de víboras comunistas, como decía el politólogo del que saco la información, han concluido, con profusos datos, que la desigualdad está lastrando el desarrollo. En otro estudio, se demostraba que los países con mayor desigualdad antes de la crisis eran los que más hondo habían caído y no solo eso: eran también los que más tardaban en superarla y volver a crecer. Es el caso de España, que encabeza además el ránking elaborado por la OCDE de los países donde la crisis ha exacerbado en mayor medida la desigualdad. O lo que es lo mismo, el país occidental donde más aumenta la sociedad de extremos, aunque estamos lejos, por ahora, de otros donde ya es una realidad, como Estados Unidos.
El economista francés Thomas Piketty, autor de Le Capital au XXI siécle, el libro del que todos hablan (la versión inglesa ha sido número uno en ventas en Amazon), ha puesto asimismo encima de la mesa datos alarmantes que concluyen que la desigualdad es un mal sistémico. Su tesis*, basada en el análisis de más de 300 años de capitalismo, es que la desigualdad en el reparto de la riqueza continuará incrementándose en el futuro, acercándonos a marchas forzadas a una sociedad plutocrática como la de finales del siglo XIX, la que se derrumbó en el siglo XX tras dos guerras mundiales. Gran parte de la riqueza que genera el sistema, según Piketty, ni está ni acaba en manos de los más emprendedores, sino de rentistas, ricos herederos y directivos magnates, unas elites pasivas, cuando no parasitarias, que se están viendo favorecidas además por medidas fiscales que castigan a todos los demás y por la existencia de los paraísos fiscales. Estas elites, amparándose en las oportunidades que brinda la globalización para mover los capitales y hacerlos aflorar donde quieran, contribuyen cada vez menos a mantener los servicios básicos del estado y el agujero que dejan lo llenan los gobiernos aumentando los impuestos que afectan sobre todo a las clases medias y populares (IVA y IRPF en España), que al mismo tiempo son las que se están empobreciendo. Un disparate. Por eso, Piketty, que no es determinista (la política puede cambiar el rumbo de los acontecimientos), propone para evitar la sociedad de los extremos y el anquilosamiento del sistema políticas fiscales redistributivas a escala nacional y global que graven las rentas del capital.
Incluso en la cumbre capitalista de Davos que se celebró en enero de este año se alertó sobre el riesgo para la economía global que supone la desigualdad. Pero Mariano Rajoy no fue allí para oír, ver y hablar. Ni casi nadie del PP. De hecho, ¿alguien ha escuchado al presidente de Gobierno hablar del problema que supone la desigualdad? (faltan datos, es lo más que ha llegado a decir), y cuando lo ha hecho algún ministro ha sido para descalificar el debate. Por ejemplo, los datos sobre la pobreza en España publicados por Cáritas solo le merecieron desdén al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, sin por ello sentirse obligado a dar otros alternativos, como sería de recibo por el cargo que ocupa. El asunto no les gusta, porque empaña la "recuperación". Y si no se reconoce como problema es imposible buscar soluciones.
El Gobierno considera que ha hecho todo lo necesario para favorecer los "negocios" (la única política social que conciben) y solo esperan a que las cosas vuelvan a a ser como antes. Una política que expresó como nadie en su día el presidente Ronald Reagan, que tenía la virtud de ser diáfano: llenemos el vaso de los más ricos hasta rebosar, y lo que sobre llegará a todos los demás. El Gobierno central ha hecho de todo para llenar el vaso y liberar las manos de las elites empresariales: acabar con derechos de los trabajadores y precarizar aún más el empleo, amnistiar a los delincuentes fiscales y subir el IVA y las retenciones de IRPF, reprivatizar la costa, derrumbar cualquier política ambiental, alentar la privatización de servicios fundamentales en la sanidad y la educación para convertirlos en negocios ¿Y qué ha conseguido? Mantener las cifras de paro en porcentajes catastróficos y que los más pobres ni con trabajo puedan vivir. Eso sí, a los más afortunados les ha ido mejor. El gobierno ha conseguido eso y que se vea a las víctimas como culpables de su situación. Algo en lo que son tenaces. Como dice el sociólogo Zygmunt Bauman en su último libro (¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, Paidós 2014), "sobre la herida abierta de la miseria se echa la sal de la reprobación", entre otras cosas porque "la atribución de la culpabilidad a las víctimas de la desigualdad impide en la práctica que la disidencia alimentada por la humillación se convierta en un programa alternativo".
(*) Escribo sin haber leído el libro, aunque sí bastantes de los muchos artículos que le han dedicado los medios en los últimos meses, y en especial en Nada es gratis, Politikon y Courrier International. Entre ellos, el de Luis Garicano: "El capital 2.0: La desigualdad, al centro del debate", publicado en El País. Garicano es catedrático y director de departamento en la London School of Economics y máster por la Universidad de Chicago. Durante años fue editor del blog Nada es Gratis de la fundación Fedea, impulsada por el Banco de España y financiada por las principales empresas del país. Y ahora él y otros economistas han sido apartados del blog. ¿Su delito? Publicar artículos críticos con la política económica del PP, denunciar la socialización de las pérdidas generadas por los miserables que han dirigido las entidades financieras españolas y pedir reformas para acabar con el capitalismo de "amiguetes" que nos caracteriza. Hace poco declaraba Garicano a 20 Minutos: "Personalmente, a mí me han llamado amenazándome con un expediente disciplinario por escribir (). Esto parece una república bananera. Dan ganas de exiliarse, la verdad". Lamentablemente estas palabras no han tenido el eco que se merecen en la prensa española y son un ejemplo más del deterioro de nuestra democracia.