Todos queremos más

05 de marzo 2025

Decía Chesterton que cuando se deja de creer en Dios se empieza a creer en cualquier cosa. Pues cuando se empieza a creer a ciegas en el capitalismo se deja de creer en todo lo demás, pues todo se supedita al logro de beneficios

"Y más y más, y mucho más" dice una tonada popular con la letra más sincera que te puedas echar a la cara, obra de un genio argentino, Alberto Castillo, quien la popularizó en los años 50 del siglo pasado y que ha llegado hasta nuestros días gracias, entre otros, a El Consorcio. Un grupo musical al que jamás pensé que nombraría en una columna.

"El que tiene un peso, quiere tener dos, el que tiene cinco quiere tener diez ..." Es el himno del capitalismo por excelencia, simple, sencillo: " El pobre quiere más / el rico mucho más/ y nadie con su suerte/ se quiere conformar." Esto es lo que hizo caer el telón de acero, lo que terminó con el maoísmo, lo que dinamitó el castrismo y destruyó todas las aventuras comunistas exceptó lo que sea que tengan en Corea del Norte, que muy buena pinta no tiene ya que se calcula que el 40 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Aunque, como dijo el famoso filósofo Raphael: "qué sabe nadie".

Algo que anida en el corazón humano y que se puede sintetizar en dos palabras, "ambición" y su versión más mercantil y depravada: "codicia" resulta el motor imprescindible para el avance de las civilizaciones postindustriales. ¿Hacia dónde? Ah, eso ya es otra cosa. Si no hay brújula, el avance es lo que decía Fernando Fernán Gómez, "el viaje a ninguna parte". No lo decía por esto, pero uno tiene las meninges como puede, no como quiere.

Decía Chesterton que cuando se deja de creer en Dios se empieza a creer en cualquier cosa. Pues cuando se empieza a creer a ciegas en el capitalismo se deja de creer en todo lo demás, pues todo se supedita al logro de beneficios. Y para eso se aprovecha que todos queremos más, que es algo que llevamos tatuado en los genes y a lo que, si no le aplicamos la inteligencia, altas dosis de voluntad y un poco de misericordia hacia el prójimo, deviene en los horrores que vemos cada día cuando abrimos el periódico.

Sería maravilloso poder detectar partiendo de una simple extracción de sangre, el porcentaje relativo y absoluto de inclinación a la codicia que llevamos en los genes los distintos seres humanos. Luego habría que impedir el acceso a determinados puestos de relevancia e incidencia en el bienestar común a los especímenes más señalados por el citado test. Nuestra existencia mejoraría en lo indivual y lo colectivo y no nos entrarían tantas ganas de asesinar congéneres a la hora del telediario. Pero esto no es más que una entelequia porque ambición y codicia son términos que operan en el alma de las personas y, no solamente son idetectables empíricamente, sino que nosotros ya hemos vendido nuestra alma al dinero hace tanto tiempo que ya lo hemos olvidado.

Y todo porque hemos detectado que tiene ciertos superpoderes que nos interesan, aunque uno de ellos sea el de destruirnos por dentro, cosa que hará seguro, si no tomamos cartas en el asunto, ya que puede multiplicar exponencialmente la densidad de nuestro egoísmo.

Puede que me esté yendo por las ramas pero creo que todos nos hacemos una idea de las dimensiones del árbol que se está describiendo.