Solidaridad confinada en táperes por las restricciones de la pandemia

Pontevedra
06 de octubre 2020

El comedor de San Francisco tiene desde el inicio de la pandemia mayor demanda, con 140 o 150 usuarios, algunos días 200, y, casi siete meses después del inicio, sigue sin prestar servicio presencial. El padre Gonzalo explica que es "imposible" reabrir por falta de espacio y personal: "habría que hacer seis o siete turnos y estar aquí tres o cuatro horas"

Reparto de comida en táper en el comedor de San Francisco
Reparto de comida en táper en el comedor de San Francisco / Mónica Patxot

El pasado 14 de junio el comedor social de San Francisco cumplió 32 años. Más de tres décadas en las que, de forma ininterrumpida, han servido comida a las personas más desfavorecidas de Pontevedra todos los días de la semana excepto domingos y festivos. Ni siquiera la pandemia de la covid-19, con todas las restricciones asociadas, ha parado esta labor social, pero la alerta sanitaria sí ha cambiado el perfil del usuario y la forma en la que se reparte esta ayuda desinteresada que, para muchos, es el único plato de comida caliente que se llevan a la boca en todo el día. El coronavirus mantiene toda esa solidaridad confinada en táperes.

Cada día, a las doce y media del mediodía, se abre la puerta de acceso al comedor, por la que hasta el mes de marzo entraban una media de 120 personas diarias. Ahora, sin embargo, la larga cola de usuarios que desde media hora antes se va generando en el exterior no puede acceder, debe esperar pacientemente el turno de recibir su comida, pero ya no la toman bajo el techo de San Francisco, sino que se la llevan en táperes.

El táper suele llevarlo ya de casa cada usuario, si bien para los olvidadizos siempre tienen alguno de sobra en el comedor. Nada más llegar al principio de la cola, una mesa bloquea la entrada y los voluntarios y sacerdotes que atienden el servicio les recogen el recipiente y se lo devuelven lleno de comida caliente. Este lunes, tocaron lentejas y, durante toda la semana, el menú suele ser saludable y variado. 

A mayores, además, se entregan pan, leche, yogures, fruta, un postre... los alimentos que el comedor va teniendo en el almacén y que ayudan a complementar la alimentación de sus usuarios y garantizarles también alimentos para el resto de la jornada. Esta comida a mayores ya se entregaba antes de la pandemia y ahora que el servicio no es presencial intentan reforzarla. 

"Prestamos el servicio con comida abundante y con muchas cosas que se dan cada día", explica el padre Gonzalo, responsable del comedor, que no oculta que su deseo sería poder volver al funcionamiento previo a la pandemia. Pese a esos deseos, ya anuncia que tardarán en recuperar la vieja normalidad: "nosotros querríamos poder abrir el comedor, pero dadas las circunstancias actuales, es imposible".

Así, explica que seguirán con el sistema de táperes de forma indefinida porque no tienen ni el espacio ni el personal suficiente para reabrir garantizando la seguridad necesaria frente a los contagios de covid-19. Es "imposible", explica, poder abrir porque "habría que hacer seis o siete turnos y estar aquí tres o cuatro horas". 

El comedor es pequeño, habría que respetar distancias de seguridad y cada día están teniendo sobre 140 o 150 usuarios frente a los 120 de antes de la pandemia, algunos días incluso picos de 200, de modo que habría que repartirlos en muchos turnos. Entre cada uno de los grupos sería necesario desinfectar, de modo que estarían sirviendo comida durante horas

Aún si pudiesen superar esas limitaciones de espacio, seguirían teniendo otras de personal. Durante varias semanas del estado de alarma tuvieron la inestimable ayuda del cocinero Pepe Solla y su equipo, que cocinaban tres días a la semana para llenar esos táperes, pero desde entonces cuentan con las manos justas para el servicio que ahora prestan y abrir al público como antes de la covid-19 exigirían más trabajadores, para servir y desinfectar

No solo necesitan más personal por las tareas derivadas da pandemia, sino también porque el coronavirus ha reducido la cantidad de voluntarios que ayudan a su funcionamiento. Solían tener entre 13 y 15 voluntarios y ahora muchos días cuentan con uno solo, aumentando la carga de trabajo de la cocinera, la trabajadora social o los propios sacerdotes. 

Esa reducción de la ayuda se debe a que muchos de esos altruista son de edad avanzada y, por lo tanto, grupo de alto riesgo ante la enfermedad, de modo que han dejado de acudir para no exponerse a los contagios. 

Desde el inicio de la pandemia están teniendo un perfil de usuario diferente. Ha empezado a acudir gente que nunca había ido, la mayoría familias con varios miembros que carecen de recursos suficientes para alimentarse, y también han notado que muchos usuarios habituales han dejado de ir. 

"Ahora hay muchas familias y otros dejaron de venir, es curiosa la situación", reflexiona el padre Gonzalo, que no se explica qué ha ocurrido a esa gente que solía acudir a diario. Carmen Canosa, la cocinera, atribuye este cambio de hábitos a que a esos usuarios les gustaba entrar y tener un lugar para compartir con otras personas y, al no poder hacerlo, buscan otros recursos para alimentarse. 

Carmen Canosa coincide con el padre Gonzalo en que el servicio no puede recuperar la vieja normalidad porque "es un riesgo muy grande" y, fruto de su experiencia diaria de atención a los usuarios, valora que muchos están contentos con el nuevo sistema porque "llevan la comida para casa y comen con toda la familia", si bien hay otros que "lo llevan muy mal" porque "quieren entrar para dentro y tomar un café sentados".  

 De momento, unos y otros deberán acostumbrarse, pues, como recuerda el padre Gonzalo, "esto depende del virus, no es cuestión nuestra"