Amor e inquietud en el Madrid de 1945

16 de febrero 2025

Análisis del libro 'Me piden que regrese', del autor Andrés Trapiello, publicado por Destino

Me piden que regrese (Andrés Trapiello, Destino, 2024)

 

Existen escritores cuya obra, o una gran parte de ella, se mueve siempre en lugares, reales o imaginados, de los que acaban conociendo todos los recovecos, en los que se mueven como pez en el agua a la hora de desarrollar historias, personajes y tramas, siempre con interés. Así, los espacios rurales de Luis Landero, de cuya última novela nos ocupamos en esta columna recientemente,  o alejándonos, esa brutal y descarnada Los Ángeles de James Ellroy, son dos ejemplos para ilustrar esta tesis inicial. Seguro que el lector encontrará muchos más a poco que repase su mochila literaria.

Para Andrés Trapiello es Madrid ese lugar, el contexto que conoce —tras esfuerzos de investigador y mucha curiosidad librera—y del que sigue sacando partido. El Madrid de Me piden que regrese (Destino, 2024) es el de 1945, por el que ya había pasado en obras anteriores, especialmente en Madrid 1945 (2022). Mientras allí Trapiello empleaba la fórmula del reportaje para narrar los atentados contra una sede de Falange en Cuatro Caminos, ahora novela aquella historia y entrega una obra vibrante de principio a fin, una novela con aromas clásicos, sociales y literarios.

Ese Madrid, que Trapiello bautiza como "una maquinaria compleja", es una ciudad llena de inquietud. La de Benjamin Smith, antes Benjamin Cortés, de origen humilde y vida azarosa y la de Sol Neville, de apellido anglosajón pero de la alta nobleza española, es una inquietud que nace de unos condicionantes familiares que difícilmente pueden dejar atrás en medio de una sociedad pacata y rancia, desinformada por un Gobierno voluntariamente aislado. Benjamín o Benjamin llega a Madrid para cumplir una misión para el gobierno de los EE.UU. y también para recuperar su pasado. A Sol no le interesa nada el pasado nobiliar de su familia y sí el arte, la lectura y las películas que su tío Edgar dirige.

Todos los personajes que sobrevuelan esta novela, —muchos de ellos merecedores de una propia, la primera, Sol, que incluso acabará charlando de ello con el mismísimo Pío Baroja, "escritor al que solo leen hombres"— viven, los menos y sobreviven los más, en una ciudad todavía muy agitada por la guerra civil expectante ante los cambios que la inminente derrota del Eje en la contienda mundial puede suponer para el régimen franquista, intranquilo y necesitado de acercarse a las potencias que van a salir triunfantes.

Trapiello recorre con prestancia un Madrid que es una ciudad múltiple. Las fiestas del Palace o las noches de Pasapoga contrastan con las ideas que se ocultan en tabernas y cavas, con las vidas en palacios y colmados, siempre recelosas de quien pueda aparecer en la esquina y provocar un traslado a la temida Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol donde el régimen empieza un ajuste de cuentas infinito.

Con todo, el libro huye de cualquier sesgo ideológico. Benajmín y Sol son los únicos a los que el autor permite hablar de "política", de las atrocidades de los bandos enfrentados y de las consecuencias, personales y colectivas de la contienda. Trapiello no le permite opinar ni a los personajes con más sesgo ideológico (los policías de la DGS a la caza y captura de comunistas y maquis) ni a los que viven alrededor de la pobreza (Chito y su familia, o los contrabandistas andaluces apenas vislumbrados en el final algo precipitado de la novela, su punto más débil).

No encontrará el lector aquí debate ni posicionamiento histórico alguno. Resulta mucho más interesante disfrutar de la valía literaria del autor, casi sin parangón en nuestra República de las Letras, recuperador de expresiones propias de los tiempos en los que transcurre la historia, en desuso ya, publicista máximo de Cervantes y el Quijote como referencia para cualquier novela que en español se escriba. Aunque siempre hay en Trapiello una intención clásica, una especie de remedo barojiano que nunca niega, descubrimos en esta ocasión unas ciertas dosis de inventiva formal, especialmente en las páginas finales o cuando por momentos adelanta situaciones que vendrán, sorprendente en un escritor tan adscrito a un estilo y tan fiel a Madrid y a la literatura clásica española.