Inmigración

11 de febrero 2025

Estas líneas tan solo pretenden reflexionar sobre la fortaleza que representa la unidad, el grupo unido frente a la adversidad; pero hay mucha gente que huye, empujada por la soberbia, el poder y la ambición, y se pierde y se muere sin sentido.

El peculiar sonido de los reactores "Rols-Royce" dominaba en el ambiente relajante y en el murmullo de iglesia que existía de fondo en la cabina del pasaje, justo hasta el momento en que el tono preaviso sonó por megafonía: sorpresivo, claro e imperativo.

A mí, que he viajado en escasas ocasiones por medio aéreo, ese "ding dong" en pleno viaje, irónicamente, se me antoja como una parada obligada para que baje algún viajero, como ocurre en los autobuses. Pero, claro, por regla general casi siempre termina por ser el principio de una "anécdota" con origen en la carlinga, que nos inquietará... Además, como en este caso, darnos a conocer la voz del comandante, lo cual quitará hierro a cualquier cosa que tenga.

Nunca fui capaz de asimilar en base a qué un trasto tan pesado, como lo es un avión, no solo es capaz de despegar desde la bendita Pachamama, sino que también logra sostenerse, elevarse o bajar y hacer mil diabluras más. Pues bien, decía que en la normalidad de aquel viaje, cuando nadie estaba precisamente pensando que, entre los zapatos que lleva calzados y el "más allá" hay un montón de escalones, sonase el "ding-dong de las fatalidades":

—Señores y señoras pasajeros, les habla su comandante: ¡A nuestros pies, los Alpes! —anunció sorpresivamente una voz femenina, capaz de dividir la intencionalidad subyacente o el tono machista de uno de tus dos siguientes pasos: mirar con naturalidad por la ventanilla y admitir con orgullo que no todos los profesionales de cualquier índole compleja deban ser hombres, o volver a tu asiento sin hacer más comentarios que aquellos referidos a la visión a nuestros pies.

Hubo de todo, incluidos negacionistas de primer estímulo que precisaron una pequeña orientación para integrar aquella aparición surgida tras un grandioso claro en un plano habilmente aproximado de unos treinta grados respecto al terreno de los valles.

La luz de un sol nuevo incidiendo en los planos plateados de la nave, los jirones de niebla arrancados a pincel desde las agujas de los picos jóvenes, alguna roca desnuda destacando entre la blancura, contrastando con el característico gris –casi negro–; la grandeza aparecida y majestuosa como una ciudad de cuento, que pese a su enormidad recordaba domada uno de esos paisajes de Oberstdorff, metido en el interior de una cúpula transparente de esas que, al agitarla, semejan una gran nevada. Era, sin duda, una visión Pulitzer, aplaudida con fuerza y entusiasmo por todo el pasaje: hombres y mujeres que, como otros miles, encontraron trabajo en el país germano; trabajadores invitados, "Gastarbeiter", que tras una primera época de desacuerdos temperamentales y de costumbres entregaron a Alemania un trabajo de calidad superior al de trabajadores de otros países.

No sé, ciertamente, si llegaré al final (del escrito) con algo concreto. Me es difícil encajar las piezas de este artículo. Hace tiempo la levodopa de mi IA natural pierde ante el avance enemigo. Ya no me entretengo tanto en este quehacer. La inmensa mayoría de lo que llevo escrito y ofrecido a PontevedraViva, y que este periódico me publica, lleva connotaciones personales. Son partes de mi diario y, últimamente, de mi "Diario de Pruebas".

De niño coleccionaba cromos de una serie que editaba Bruguera con el nombre de "Hombres de Lucha"; el último cromo, hace setenta años, representaba a un hombre vestido de astronauta; todas las estampillas se acompañaban de un breve comentario; el de este último de la colección hacía mención a los hombres que probarían el uso de los nuevos inventos, y en esas estábamos, desunidos, trabajando aún para los dueños de las máquinas —¡qué máquinas!—, los que mejor estén, porque al pie de las fortalezas de los poderosos languidecen poblaciones arrancadas de sus naciones y envueltas en sus banderas a modo de mortajas, y cantadores de bingo distribuyendo.

Estas líneas tan solo pretenden reflexionar sobre la fortaleza que representa la unidad, el grupo unido frente a la adversidad; pero hay mucha gente que huye, empujada por la soberbia, el poder y la ambición, y se pierde y se muere sin sentido. Los pueblos, hombres y mujeres con sus manos callosas y sus arrugas hoy no tienen valor; van camino de ser moneda de cambio y su futuro ya no está. No hay acomodo posible, y no olvidemos que son nuestros hijos.

Mi viaje, aquel sobre los Alpes, una breve estancia por Baviera –que ya comenté en alguna ocasión– tenía como motivo encargarme de tres escuelas de hijos de emigrantes españoles en Alemania, según orden del Cónsul español en Bonn (Reinfelden, Lorrach y Laupfemburg).

Por entonces los pueblos tenían salida: la inmigración cerraba un acuerdo de trabajo entre la R.F.A., Suiza y países centroeuropeos necesitados de mano de obra barata. Así se llevaron la mayor parte de inmigrantes españoles, turcos y yugoslavos. Las dictaduras salvaron el tipo. Hoy puede ser que la cosa fuese de otra manera.