Observo como procede a cruzar el paso de peatones un hombre, ya en la tercera edad al que acompaña sujeta a su brazo una señora, mientras los demás esperamos a que el muñequito se ponga en verde. Al mismo tiempo un vehículo, intenta seguir su camino en el momento que el semáforo pasa de ámbar a rojo. El señor grita ¡rojo!, el del vehículo pita compulsivamente. Alrededor otros viandantes y las líneas blancas del paso de cebra. El conductor infractor, que hace el ademán de intentar atropellar al peatón infractor. Éste a su vez que suelta a su mujer y golpea el capó.
Algunos de los allí presentes intentamos poner paz en la trifulca, pero el clima de tensión se eleva, insultos mutuos y empujones, hasta que aparece un “peatón mediador” que se interpone e intenta convencerlos de que se encuentran ante un ni pa ti ni pa mí, que ambos se han incumplido las normas de seguridad vial.
Ya saben ustedes que la mediación en la resolución de conflictos no puede imponerse y, lo único que consigue es que los infractores cuestionen su neutralidad. ¡a usted qué mosca le ha picado”, siga su camino, ¿Quién le ha dado la vela en éste entierro?. Se acumulan más personas, unos increpan, otros suspiran.
De repente todo cambia, el semáforo inteligente auditivo emite un sonido continuo peep-peep e indica con un mensaje: Avda. Rosalía de Castro, peatón puede pasar”. Todos nos miramos unos a otros, los infractores recuperan la cordura y la calle vuelve a la normalidad, peatones que cruzan, coches que se paran.
Somos capaces de obedecer las órdenes tecnológicas (¿qué nos espera con la inteligencia artificial?), y desgraciadamente a veces en nuestro día a día, en la normalidad, mostramos nuestra incapacidad de ser asertivos, aprender a vivir juntos, ser empáticos, en definitiva, respetarnos.