Roberto, como siempre vestido de negro, sentado en la misma mesa, en la misma silla, hace su pedido diario, descafeinado de máquina en un vaso duralex con un cubito de hielo con sacarina, tocado de licor café y, nos empieza a contar su última escapada a Madrid. Enlazó para no perderse el tren con el metro que le llevó al hostal cerca del Palacio de Ópera que, aunque había sido remodelado mantenía su nombre después de su última estancia allí.
Empieza dando pequeños paseos por la Gran Vía, repleta de gente, avalancha de colores, las no miradas de los transeúntes en contraste con la tranquilidad de su pueblo y, dónde hay ojos que todo lo ven. El aire impregnado de olores desconocidos, ruidos y gases de tubo de escape. Regresó ya un poco saturado al hostal para echarse una pequeña siesta, un sueño reparador de 2 horas. Aún medio dormido cogió el móvil, algo de dinero y entró a comer en uno de los bodegones del barrio. Al meter la mano en el bolsillo se da cuenta que el billete de 50 euros lo había confundido con uno de 10, que más 1 euro y 50 céntimos de la vuelta del billete, ni siquiera le daba para el menú de 12 euros plato único que consistía en gallina en pepitoria.
Para complicar aún más las cosas, en vez del móvil había cogido el inalámbrico de última generación de la mesilla del hostal. Incomunicado y con un hambre que lo llamaba insistentemente se acordó de sus antiguas visitas a un sitio de sándwiches de Callao, el de atún con nueces y el de ensaladilla eran sus favoritos. El local estaba atestado, bullía de animación, pero no le importó esperar. Una hora más tarde engulle los tentempiés que le permitieron volver a los sabores y la armonía de 40 años atrás.
El gentío en esa zona es cada vez más denso, entra y sale en todas las tiendas, plazas, rondas y bulevares a ritmo de marcha atlética acabando su jornada con una visita al Museo del Prado, dónde contempla obnubilado el enigmático críptico de El Jardín de las Delicias. El hombre árbol extraño, cautivador que representa al diablo le mira fijamente y, es cuando se da cuenta de que se ha olvidado de comprar el billete de lotería en Doña Manolita que les había prometido. Esta ronda la pago yo, amigos.