Manuel Pérez Lourido
Las autofotos y los jardines de la Plaza de España
Como habrá deducido de tan extenso título, exhausto lector, esta entrada girará en torno a dos ejes fundamentales: los que, efectivamente, se citan en el mismo. Su capacidad de razonamiento lógico es encomiable, avispado lector. Pasaré a explicarle qué es una autofoto. Es lo que hacíamos todos antes de que nos volviésemos gilipollas y empezásemos a llamarle "selfies" a las fotos que a nosotros mismos nos sacábamos con nuestros propios medios. Los síntomas de retraso mental son algo que las redes sociales se han encargado de extender cual virus, con la connivencia de los medios de comunicación. A estos se les vuelve el trasero pepsi-cola a la hora de apuntarse a la primera estupidez transfronteriza, y así se importan neologismos con tal alegría que si don Lázaro Carreter levantase la cabeza no hallaría reposo para ella.
En plataformas como Facebook, la autofoto ha virado en compulsión frenética y tal parece que la peña no tiene otra cosa que hacer las 24 horas del día. Las chicas, además, han mostrado una preocupante inclinación por retratarse con aspecto porcino: a tal fin, fruncen los morros en los primeros planos, como si se tratase de un anuncio de Xabarín Club.
Y ¿qué hay de los jardines de la plaza de España? estará pensando usted, inquisitivo lector. Bueno, para empezar habría que ver si están en la plaza de España o en la Alameda, un curioso lugar sin un solo álamo, por cierto. Allí está también el monumento a los héroes de Pontesampaio, que vaya usted a saber por qué está allí y no en Pontesampaio (a casi 13 kilómetros de Pontevedra). Vale, si yo fuese héroe de Pontesampaio estaría encantado de que me pusiesen una estatua ahí, en una plaza emblemática de la capital de la provincia, aunque fuese desafiando toda lógica.
Para desafío, el del arreglo de los jardines que rodean la estatua, libre ya de la insalobre charca en que degeneró la fuente que instalara Rivas Fontán, ex-alcalde famoso por sus fuentes, estatuas y cocinas.
Todo un invierno inmerso en el más absoluto sigilo han estado los operarios municipales y la empresa Arboralia para poner cinco arbustos, seis bordillos de piedra y cuatro bancos. Tan grande era la trapallada que se estaba perpetrando allí adentro que rodearon el perímetro con una valla y la cubrieron con un plástico oscuro. Sólo cuando el temporal dejó al aire las verguenzas de jardín se nos reveló que, más que Versalles, aquello tenía que ver con el traje nuevo del emperador (ese que nadie veía).
Ahora ya sabemos lo que toca: abrir la boca, poner cara de parvos, y hacernos un "selfie" delante de la estatua. Quiero decir, una autofoto.