Manuel Pérez Lourido
Intercambio de paraguas
A continuación vamos a explicar el intríngulis, que es palabra peculiar y esdrújula, del asunto que mencionamos en el título (también esdrújula pero vulgar).
Es este un enojoso fenómeno en el que concurren los siguientes elementos:
un día de lluvia
un paraguas (el suyo)
una tienda o comercio con paragüero (en el que usted deja su paraguas al entrar)
un desaprensivo/a (que le roba su paraguas al salir)
usted (que comprueba el hurto al salir y decide a su vez robar otro paraguas, de un prójimo)
el prójimo (que comprueba el hurto al salir, y decide a su vez robar otro paraguas, de otro prójimo)
y así ad infinitum (que significa "hasta el infinito").
De cómo nos convertimos en ladrones.
El proceso mediante el cual una persona honrada se da a este tipo de hurto aparece sobre todo descrito por autores procedentes de tierras de clima lluvioso, lugares en los que se ha verificado un enrazado vicio por proveerse de paraguas ajenos cuando a uno le han sustraído el propio. Así, un delito conduce a otro y este a un tercero, etc, etc, en una orgía de robos en cadena donde uno puede acabar con el paraguas de su tío en las manos porque fue sustraído antes por una desconocida que ahora, al quedarse sin él, no ha tenido reparo en coger otro que resulta ser de la abuela del primero, la cual a su vez ha terminado haciéndose con el de su cuñada...
Esta Sodoma y Gomorra paragüera en la que se acaba convirtiendo una lluviosa tarde de compras, esta promiscua cadena de relaciones, sólo puede romperla la aparición de un santo varón o una santa mujer. Alguien que decida sacrificarse y sufrir una mojadura, que se muestre decididamente refractario a la comisión de un delito simplemente por una necesidad perentoria, o por un ataque de ira al verse objeto de una injusticia (que le lleva a cometer otra).
Abordemos también la situación de la persona que, clamando venganzaa en su interior, decide llevarla a cabo ipso-facto sustituyendo su desaparecido paraguas por el primero al que le echa mano (que no suele ser el primero, que los medio rotos y desflecados siempre quedan para el final). No pocas veces ese ser humano, en el instante de tomarse la justicia por su mano y el paraguas ajeno por la empuñadura, topa con la mirada entre incrédula y airada (cada vez más airada que incrédula) del dueño/a del paraguas que está mangando. Esa sonrisa congelada, esas disculpas o mentiras (ay, perdón, me confundí. El mío era este... y la mano se dirige a otro cualquiera, cuyo dueño acaba de llegar también al paragüero de modo que ya son dos las personas que lo cotemplan con la barbilla ligeramente alzada y miradas que podrían encender una pira después de un chaparrón...)
La vida del delincuente es lo que tiene: tarde o temprano queda uno con el culo aire y señalado con el dedo.
Queridos lectores/as, no se entreguen al vicio del intercambio paragüero: no suelten el paraguas ni para ir al baño o cómprense un gorrito impermeable, que los hay muy monos.