Alexander Vórtice
La vejez
La vejez es de las pocas cosas que no se curan con el tiempo. Pasa la epidermis de un estado reluciente a ser una cosa rugosa que hace que nos sintamos seres mortales sin mucho que decir ante los pocos años que nos quedan por delante. Vejez de conservatorio y vejez del que nada aprende por mucho que se haya vivido, o tiempo que sirvió para aprender algo de todo este barullo que viene siendo la existencia.
Por diversos motivos he tenido la oportunidad de un tiempo a esta parte de poder ver a ciertas personas de mi entorno lidiando contra los tejemanejes que supone el ir declinando. No hace mucho pude comprobar cómo mi buen amigo Nardo daba de comer a su padre enfermo, ciertamente envejecido, franqueado por problemas de salud que hacen, aún por encima, que el ir cumpliendo años se convierta en algo más difícil de asimilar. Mirar a este amigo mío y ver la fusión entre dos miradas y dos generaciones me hizo pensar que a fin de cuentas eso que yo estaba observando es en lo que se resume todo, y todo es nada, y todo viene siendo la vida y sus cosas llevaderas o difíciles de asimilar.
En los ancianos y enfermos podemos ver el claro ejemplo de compromiso con la vida y con la constante lucha que esta supone. Es de agradecer, como seres humanos que somos, el estar al lado de nuestros mayores para así dar buena cuenta de lo que viene siendo la objetividad y para ver, sin duda, lo que también nosotros acabaremos sobrellevando. En el paso de los años reside la madurez o la falta de ella. En los días que nos quedan por vivir reside el afecto que no dimos, el odio que reprimimos o las ganas de expresar lo que en verdad sentimos, sin miedo al qué dirán, sin temor ya que de eso va el conocimiento del hombre que verdaderamente cree en sí mismo: el poder expresar lo que ciertamente pasa por su cabeza sin miedo al rechazo o a las consecuencias.
Pocos son los años que realmente llegamos a vivir, a disfrutar, ya que, en definitiva, solemos existir más bien por cosas o causa superfluas, sin vivir lo que en verdad deseamos o necesitamos. Pasamos por la vida sin concretar horarios propios, dando palos de ciego y encarcelándonos cuando no hay necesidad de hacerlo.
Y pese a lo que se diga, aún quedan personas que homenajean a sus mayores mediante el afecto de la proximidad y el respeto, dándoles las gracias por haber estado y haber otorgado gran parte de sus vidas por nosotros. Pese a que nos aseguren que la vida pasa veloz y casi no hay tiempo para nada, ni siquiera para agradecer el afecto de las personas que nos quieren, yo sé que todavía quedan hombres y mujeres que saben que lo primordial es dar gracias por estar vivo, dar gracias a esos hombres y mujeres que cedieron su tiempo y su esfuerzo por educarnos, porque no nos faltara de nada a lo largo de nuestra niñez.
Seres que ahora se ven mermados a causa del paso de los años, de los días que ya no llegarán a vivir por motivos de necesaria mortalidad.