Beatriz Suárez-Vence Castro
Días de perros
¿Quién no ha dicho en alguna ocasión: "¡Vaya día de perros!" cuando hace mucho frío o la lluvia nos impide caminar? Esta expresión tiene su origen en el comportamiento de los perros hace muchos años cuando los hombres no tenían más calor que el de una hoguera a la intemperie. Los animales se tumbaban junto a los hombres para calentarlos con sus cuerpos y notar al mismo tiempo la cercanía humana. Cuanto más frío hacía, más perros se arrimaban para darles calor. Todavía existe esta costumbre entre personas sin hogar, que no tienen un techo para cobijarse y es frecuente ver en las ciudades a parejas de hombre y perro, durmiendo acurrucados, dándose calor y haciéndose mutua compañía.
Común es también la estampa callejera del músico y el perro, a los que se ha dado en llamar bastante despectivamente "perros-flautas". Y la de las personas ciegas con sus lazarillos. Los ojos del perro son, para el hombre en este caso, como sus propios ojos, que le acompañan y le guían.
La amistad del hombre con el perro empezó hace miles de años cuando los chacales empezaron a caminar detrás de las tribus nómadas, porque sabían que tenían comida pero también porque sentían curiosidad por aquella especie que caminaba erguida. Los protegían y a cambio obtenían alimento. Descubrieron que era un encuentro beneficioso para los dos. Luego el hombre domesticó al perro, descendiente del chacal, y la alianza de protección y cariño recíprocos se prolongó hasta nuestros días.
Pero el hombre se ha revelado como una especie destructora con la naturaleza. En algún momento de la evolución como animales racionales nos hemos creído los dueños del universo y como dueños, déspotas. Contaminamos los ríos, quemamos los bosques, hacemos la atmósfera irrespirable y ahora, para colmo, maltratamos con saña al animal que nos ha cuidado siempre.
Deberían preocuparnos mucho los casos de maltrato animal. Los sucesos de las últimas semanas sobre maltrato a perros, ponen los pelos de punta. Son casos en los que se ha empleado una saña criminal.
Digo que deberían preocuparnos porque yo creo que a un porcentaje muy alto de la población no les preocupa nada o consideran que es una cuestión menor respecto al resto de los temas de actualidad. Es normal, claro está que preocupe más la situación económica o el paro. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero que haya gente por ahí masacrando perros no es tampoco algo insignificante. Y a quien se lo parezca que piense por un momento si le gustaría tener de vecino a alguien que mete clavos en trozos de carne o que apalea y apuñala a un animal indefenso hasta la muerte.
Muchos psiquiatras están de acuerdo en que uno de los rasgos comunes a algunos asesinos es la crueldad que demuestran con los animales. El placer que les proporciona ensañarse con un ser más débil.
Maltratar a un perro es querer acabar con la nobleza de corazón, la generosidad absoluta, la entrega desinteresada. El que mata un perro lo hace porque le molesta ver en los ojos del animal todos los buenos sentimientos que él ya no tiene. Lo mata porque es bondad pura y no lo soporta.
Desde luego que hay casos desgraciados en que un perro ha atacado a un hombre, una mujer o incluso a un niño pero son casos en que el animal no se ha socializado correctamente o presenta algún trastorno que el dueño no ha percibido o, en el más probable de los casos, han sido adiestrados para atacar o pelear. No hay razas peligrosas sino "potencialmente peligrosas". Esto significa que pueden llegar a serlo si no reciben un adiestramiento adecuado a su características. Y el responsable de ese adiestramiento, es su dueño o dueña que debe ser siempre un adulto responsable. Un perro no debe dejarse nunca bajo el cuidado exclusivo de un niño hasta que no tenga la edad suficiente para saber reaccionar ante cualquier imprevisto que pudiese suceder. Los racionales somos nosotros, no el perro. Aunque en muchas ocasiones parezca justamente lo contrario.
Ejemplos tenemos de sobra de la utilidad del perro en nuestras vidas. Los cuerpos de Policía especializados en rescate de personas y en detección de droga no funcionarían igual sin ellos. El perro llega muchas veces donde un agente, no por incompetencia, si no por límite natural, no puede llegar. El olfato y el oído del perro son mucho más finos que los del humano. Pueden localizar gente debajo de los escombros cuando hay una catástrofe y su olfato les guía también a través del humo, recurso que no tiene un rescatador humano. Pero además en las operaciones de rescate, la reacción del perro es distinta cuando logra encontrar a una persona viva que cuando no llega a tiempo para salvarla. Se vuelve loco de alegría si hay señales de vida y la marca erguido. Se entristece muchísimo si huele un cadáver y avisa con la cabeza gacha.
El perro ama tanto a la especie humana que da la vida por él.
Pero el perro es una especie doméstica que depende de nosotros para recibir su alimento y necesita nuestra compañía y cuidados. Si el hombre lo abandona, no puede vivir. El hombre lo sabe. Sabe que cuando abandona a un perro le infringe, además de privarle del sustento, un sufrimiento horrible, un dolor tan grande como cuando lo maltrata físicamente. Por eso, abandonarle supone un acto tan cruel. Porque supone el abuso de quien sabe que está haciendo daño y no le importa.
Miguel Delibes, el grandísimo escritor, decía que "si alguien dispara a un perro en un ojo, con el ojo que le queda lo mira bien". No se comporta así porque sea tonto, sino porque, al contrario que nosotros, no concibe el rencor.
Por eso, si todavía somos capaces de apreciar lo que es un sentimiento puro, paremos el maltrato a los perros e indignémonos ante él igual que nos indignamos por otros actos injustos. Denunciémoslo porque es un síntoma de una sociedad enferma. Al maltratador, hay que apartarlo para que deje de hacer daño.
Mucho mejor sería aún que todo aquel que, como por desgracia hemos visto estos días, descargue su rabia contra un perro decidiese por sí mismo apartarse de los demás, humanos y perros, porque empezase a sentir, si no fuera capaz de arrepentirse, una enorme vergüenza, una vergüenza insoportable y sin fin.