Manuel Pérez Lourido
Sobreescribir
¿Cuántos escritores viven dentro de un escritor?. Aquí, como en casi todo en la vida, a veces es menos importante lo que hay que lo que falta. Se nota enseguida cuando dentro del escritor no conviven dos o tres sensibilidades diferentes, de esas que lo llevan por la calle de la amargura y que salen a la superficie de los textos como un naúfrago boqueando entre las olas. Los escritores planos son previsibles y generalmente eficaces, los otros son caóticos y a veces geniales.
Otra cosa que suele decirse es que somos lo que leemos, aunque yo diría exactamente lo contrario. Lo que nos hace es aquello que no leemos. Son esas carencias las que mantienen costreñida nuestra imaginación o nuestra sensibilidad o nuestra cultura y nos vuelven incapaces de despegar más que con un vuelo de grajo infraalimentado.
La mayoría de los autores que escriben sin gracia lo hacen porque se toman demasiado en serio a si mismo. O porque se toman demasiado en serio su labor. O ambas cosas. Hay escritores con los que te entran ganas de vestirte de guardia civil cuando los lees y a ponerte firmes al terminar de hacerlo.
Otros consiguen atraparte al principio pero luego se convierten en un despacho de bostezos.
Y todos nos leeemos un poco a nosotros mismos cuando leemos a otros. Creemos descubrir nuestro rastro en sintaxis ajenas, en otras tramas hallamos trazos de las nuestras y nos sorprende un adjetivación o una forma de cortar la frase por su similitud con nuestra costumbre. Esto no hace sino confirmar el viejo postulado de que en cada escritor viven dos paranoicos. Uno de ellos escribe y el otro lee.
Un debate que ha de sobrellevar o padecer cada oficiante de las letras es el que tiene que ver con la dicotomía entre el sentimiento y la acción. O puede decirse la prosa o la poesía. O incluso lo elitista y lo popular. Se trata de plantearse alcanzar al mayor número de lectores posible o bien seguir los impulsos artísticos. Estos últimos, de ser genuinos, suelen llevar a habitaciones semivacías donde sin embargo se respira un ambiente cargado, una señora mira el reloj porque ha quedado y un chaval no se acerca porque le da verguenza. Por el contrario, la primera de las opciones lleva al aire libre de los espacios abiertos, a las palmadas en la espalda y, con un poco de suerte, movimientos favorables en las cuentas corrientes. Estamos hablando de la historia del arte desde el siglo XX hasta aquí, por supuesto.
Es muy importante, cuando uno descubre a otros escritores habitándole, no ponerse nervioso y tratarlos con naturalidad. Invitarlos a unas cañas, darles charla y escuchar lo que tengan que decir. Por muy disparatadas que sean sus propuestas, es imprescindible rescatar de algún oscuro rincón un resto de humildad y prestarles atención. A veces la forma de avanzar es dar la vuelta. A veces, un salto hacia adelante. No hay nada más creativo que la disposición a aprender.