Beatriz Suárez-Vence Castro
Absurdo o todo lo contrario
El lunes pasado se cumplieron 25 años de la muerte de Samuel Beckett, dramaturgo considerado creador del Teatro del Absurdo y gran explorador del alma humana. Quiso el destino que muriese tan cerca de la Navidad, que su muerte misma podría haber sido considerada una ironía más por el autor. Descreído, solitario, vanguardista, la vida para él representa un dilema que plantea constantemente en sus obras: ¿Qué fin tiene la existencia humana?
Desde luego, no la fama ni el reconocimiento. Cuando fue galardonado con el premio Nobel en 1969 le dijo a su mujer: "¡Qué catástrofe!". Sabía que a partir de entonces su vida suscitaría mayor interés. Para él, el ser humano se mueve constantemente entre el deseo de unirse a los demás y la soledad.
La Navidad puede tener algo de ese absurdo poético-dramático que Becket quiere transmitir, especialmente en su obra más conocida: Esperando a Godot. Dos personajes que esperan y esperan sin que aparentemente pase nada. Y es la vida la que pasa. Tampoco nos dicen quién es Godot porque puede ser cualquier persona, cualquier cosa, lo que cada uno espera. Puede ser Dios. Una meta, un deseo.
Todos esperamos algo. Que se solucionen nuestros problemas, encontrar trabajo, amor, salud. Que la vida sea en definitiva, mejor. Y en esa espera, desesperamos, nos divertimos, vivimos.
La Navidad nos provoca sentimientos contradictorios: te encanta o no la soportas. Quieres ver a los tuyos, unirte a la Fiesta. Pero también estar solo, que no se altere tanto la rutina como suponen las celebraciones. Incluso algunas personas desaparecerían con gusto estos días del planeta y regresarían después de Reyes.
Hay quien las vive con fervor religioso, tal cual se entendían originariamente: como la celebración de la llegada de Jesús. El recordatorio de la presencia de Dios en la Tierra, que ha de volver a suceder algún día para los creyentes. Esa es su espera.
A otros les alcanza la Navidad sin esperar nada especial de ella. Los niños, en cambio, aguardan con ilusión ese regalo que les traerán Papá Noel o los Magos.
Hay quienes en estas fechas hacen labores de voluntariado. Ayudan a aquellos para los que las Navidades son tan absurdas y descorazonadoras como el teatro de Becket. Llevan algo de esperanza a quienes se han cansado de esperar.
Y está también la lotería: Quienes juegan todo el año esperando que, por fin, este año les toque el Gordo.
Vladimir y Estragón, los personajes de Beckett, son dos vagabundos que esperan un día cualquiera en un lugar cualquiera y durante su espera infinita van actuando como pueden, con lo que saben, con lo que tienen. Como hacemos todos.
Con ellos se cruzan otros dos personajes: Pozzo, cruel y déspota y Lucky, su esclavo, que encarnan la antítesis formada por dos caracteres desgraciadamente muy comunes: Abusador y abusado. Un muchacho que actúa como mensajero de Godot es el quinto personaje que aparece para interrumpir la rutina en dos ocasiones.
Beckett siempre negó que sus personajes buscasen a Dios o algo trascendente. Solo pretendía reflejar lo que para él tenía de absurdo nuestra existencia. Que nada pasa en realidad.
La obra de Beckett se ha enmarcado siempre en un contexto existencialista, en una visión rodeada de pesimismo nihilista. Sin embargo, cuando se cumplen veinticinco años de la muerte de este gran pensador se ha publicado el ensayo Beckett: el infatigable deseo, en el que su autor, el filósofo francés Alain Badiou, da un giro total a todas las interpretaciones hechas hasta ahora y reivindica a Beckett como un gran defensor del valor de la vida como el bien más preciado, algo que a pesar de todas sus contradicciones y sombras, aun cuando es machacado y, en ocasiones, aparentemente despojado de dignidad, merece ser vivido.
Podemos estar de acuerdo con esta última interpretación de Beckett o con las anteriores, pensar que era un pesimista irremediable o un defensor a ultranza del valor de la vida en sí misma. Sea como sea, la coincidencia del aniversario de su fallecimiento con la cercanía de la Navidad, vuelve a poner de actualidad un clásico.
Leerlo por primera vez o volver sobre su obra nos lleva a través de sus personajes al planteamiento de nuestro propio camino. Incluso a replanteárnoslo: Podemos resignarnos a ser como Vladimir y Estragón que esperan algo que no llega, simples espectadores del teatro del mundo o resistirnos a ser iguales y tomar un papel más activo. No dejar que la vida nos pase, simplemente, otro año más por delante.