Beatriz Suárez-Vence Castro
Salud y decoración
El arte no puede curar una enfermedad pero sí hacerla más soportable.
Recuerdo que cuando era jovencita me llevaron a un dentista que tenía un acuario en la sala de espera. Los chicos que estábamos allí y también algunos adultos, olvidamos por un momento lo que se nos avecinaba y nos concentramos en los juegos de los peces. Era algo poco habitual. La decoración solía ser bastante más aburrida e incluso las revistas que te encontrabas encima de la mesa podían llevar allí meses. El doctor del acuario era un moderno. Y sus pacientes se lo agradecíamos muchísimo.
Con el paso de los años conocí otras salas de espera con componentes decorativos realmente desconcertantes. La experiencia más extraña la tuve en una en la que, entre las mesas y las sillas correspondientes, había animales disecados. Animales de cuya presencia, yo, con mi natural despiste, no me percaté en el momento de entrar. Me quedé dormida y cuando me desperté abrí los ojos y lo primero que vi fue un pájaro enorme con las alas extendidas mirándome de una forma tremendamente inquietante. Que me mirase a mí, era pura sugestión, pero estarán conmigo en que, en su afán por "crear ambiente", al decorador se le fue un poquito la mano. Los riesgos en decoración han de estar siempre muy medidos.
Hubo un tiempo en que esto de disecar animales, taxidermia, se llama la especialidad, estuvo muy de moda. Incluso, había gente que habiendo querido muchísimo a su mascota en vida, cuando esta se moría, al parecer no aceptaban su pérdida. La disecaban y la plantificaban en el salón, en lugar preferente, ante el espanto de las visitas. De niña tuve un amigo que tenía en una estantería al que había sido su perro pekinés, con la boca abierta. No me gustaba nada ir a su casa. Casi siempre venía él a la mía.
La decoración es especialmente importante en aquellos lugares que parecen estar hechos para perder la paciencia. Donde la Ley de Murphy se cumple con una rigidez implacable. Si llevas contigo, por ejemplo, un libro para amenizar la espera, te toca el primer turno o como muy tarde, el segundo. Y el libro se queda en la misma página que traías marcada de casa.
Si en lugar de leer un libro, decides consultar tus mensajes en el móvil para aprovechar el tiempo, justo en ese momento se le acaba la batería. Pero si no tienes contigo el teléfono ni nada para leer, la pantalla parece haberse quedado atascada en el turno anterior al tuyo. Y para un día que tienes tiempo, no te encuentras a nadie conocido con quien charlar. Ni siquiera en Pontevedra. Así que o bien terminas hablando con algún desconocido que esté igual de aburrido que tú y que sea de natural sociable, o bien te pones a contemplar la decoración, que suele ser terriblemente insulsa.
Los lugares que más se ajustan, en mi opinión, a la descripción anterior son las Oficinas de Correos. Hoy en día mandamos menos cartas pero enviamos muchos paquetes. O al menos a mí me lo parece siempre que voy. Y entre tanto giro postal, certificaciones y envíos urgentes, a los que somos "culos inquietos" nos dan ganas de ponernos a regar las plantas. Porque en las oficinas, cuando hay plantas, están secas. Aunque igual es sugestión mía, como lo del pájaro.
La peluquería es otro sitio donde hay que esperar mucho. Aunque ahí, normalmente, ya hay más recursos para entretenerse. Incluso hay gente a quien le relaja y le gusta ir. Esa afición por la peluquería, si la trasladamos a las Oficinas de Correos, hasta donde yo conozco, no existe.
Otros sitios, además de aburridos, tienen un componente grande de tristeza: los hospitales. A nadie le apetece entrar. Quedarte ingresado multiplica el aburrimiento y el bajón. Es especialmente duro para los niños y sus padres. Sobre todo si se enfrentan a un tratamiento muy largo. Por eso me ha encantado la iniciativa de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra para hacer más "humanas" las estancias del Hospital Provincial. Ya que no te queda más remedio que ver todo el rato la misma pared, al menos que sea bonita.
Confío en el sentido artístico de los alumnos de la Facultad pontevedresa, que seguro conseguirán hacer del Hospital un lugar mucho más agradable a los sentidos. Incluso estaría bien que pensaran en hacer alguna actividad con los enfermos, cuya salud se lo permita, para entretener esas horas de internamiento.
Y luego si les queda tiempo y la ley no lo prohíbe, que se den una vueltita por las oficinas de Correos. Por favor. A mí me harían muy feliz.