Beatriz Suárez-Vence Castro
Recuperando a Buero
Hoy hace 15 años que fallecía en Madrid Buero Vallejo, dramaturgo clásico al que la memoria colectiva no parece hacer mucha justicia. Yo soy la primera que me propongo revisarlo ahora, después de haber leído por obligación, como casi todos los de mi generación dos de sus obras: Historia de una escalera y el Tragaluz.
No tenía edad entonces para darme cuenta de todo lo que escondían sus textos. Cometí el error, de aislar la obra de su contexto histórico, además de no reparar, en la personalidad del autor. Es difícil entender de verdad lo que una obra implica sin esas dos constantes. A todos nos marca nuestra época y nuestro temperamento. Buero era un hombre sencillo en las formas, poco dado a querer destacar por nada que no fuese su obra y en España tendemos a pensar que las personas que no hacen ruido no funcionan, como si fuesen relojes necesitados de emitir un tic-tac constante, prueba de su eficacia.
Tenía además Don Antonio otro elemento poco popular en nuestro país: amistades de variada ideología, a pesar de haber pagado caro su compromiso con la izquierda durante los años de la represión franquista. Tan caro como para que le condenasen a muerte, pena que finalmente fue conmutada, aunque no se librara de pasar años en varias cárceles españolas. Su padre había sido fusilado por la Policía Republicana por supuesta "adhesión al alzamiento" de Franco y sin embargo, el dramaturgo se mantuvo fiel a sus ideas republicanas, contrarias al régimen, las que casi le cuestan la vida, en su caso por "adhesión a la rebelión". Fue su padre quien haciendo añicos el tópico del militar de mente cerrada enemiga de las libertades, alentón en su hijo la vocación que mostraba desde niño por el teatro y la pintura. Es una historia familiar de respeto a las lealtades opuestas que a mi modo de ver no fue nunca bien entendida y que repercutiría después en la crítica a la obra de Buero al que incluso se han referido como un "tigre dormido" por la ausencia de fiereza.
Sin embargo, si se revisa su obra libre de prejuicios, la amabilidad, tachada por sus detractores de tibieza, no es obstáculo para denunciar de forma lúcida y firme las injusticias sociales, la penuria económica y cultural que los años de dictadura supusieron para la clase media española durante la posguerra.
No hay ataques directos en la obra de Buero, lo que le sirvió para eludir elegantemente la censura y conseguir incluso ante su propia sorpresa en el año 1949 el premio Lope de Vega por Historia de una Escalera. Su representación en el Teatro Español de Madrid fue un éxito rotundo. A partir de entonces sus textos despegan hasta convertirle en el único dramaturgo español galardonado con el premio Cervantes en el año 1986 y el primero de su género en obtener el Nacional de las Letras diez años más tarde, lo que da una idea de la importancia de su creación.
Apenas conocida es su faceta de pintor y dibujante. Su primera vocación artística fue la pintura y aunque no llegó a completar sus estudios de Bellas Artes, es autor de un retrato que se hizo famoso, no por su autor, sino por la persona a la que retrató: Miguel Hernández, el maravilloso poeta, compañero de prisión de Buero en la cárcel madrileña de Conde de Toreno en Madrid.
Es una historia conmovedora la del retrato que Buero hizo y Miguel Hernández mandó a su familia, poco después de saber que iba a ser ejecutado. Buero Vallejo denuncia en su obra además de la injusticia social, algo que entiendo necesario aunque molesto de comprender: la pereza humana para rebelarse contra esa injusticia, la inercia de dejarse arrastrar por ella y que lo imposibilita para actuar. La supuesta tibieza del dramaturgo a la hora de rebelarse no es más que una llamada de atención sobre la necesidad de aceptar nuestra parte de responsabilidad, en lugar de culpar únicamente a un sistema social siempre imperfecto. El hombre debe participar en su entorno para intentar cambiarlo, aunque esté abocado a no conseguirlo. Esa fatalidad no debe impedirle actuar, ni soñar.
La importancia de los sueños está presente en varios de sus títulos menos conocidos: La tejedora de sueños, Un soñador para un pueblo o El sueño de la razón. El personaje del soñador es tan reiterativo en Buero, como la luz que, quizá por su mente de pintor, le sirve para iluminar realidades oscuras. Por eso entiendo necesario volver a su obra en la actualidad, aunque sea poniendo como excusa el aniversario de su muerte, porque él nos recuerda la importancia de no quedarse quieto ante la injusticia y de no avergonzarnos nunca de tener sueños aunque sepamos que no llegarán a cumplirse. La ilusión por hacer cosas nos otorga siempre un reducto de libertad. Ojalá vuelva a representarse a Buero Vallejo, porque sin su obra en los escenarios, nos falta una manera distinta de acercarse a lo social: la fuerza sin rabia, la memoria sin rencor que es perfectamente compatible con el compromiso de luchar por una realidad justa.