Beatriz Suárez-Vence Castro
Yo quise ser como Pippi
El 21 de Mayo Suecia celebró el 70 aniversario de la publicación de Las Aventuras de Pippi Langstrum, un prodigio de niña, desafiante con la jerarquía impuesta por los adultos, independiente, lista y con un gran corazón al fondo de sus continuas diabluras
En la televisión de mi infancia, llena de dramas pasteleros como La Casa de la Pradera, Heidi o Marco, Pippi Calzaslargas, como se le llamó en español, era una ventana abierta por donde entraba aire fresco.
En la sociedad de entonces, la de finales de los 70 a principios de los 80, las asociaciones de padres todavía no entraban a censurar la tele y los niños campábamos a nuestras anchas por la calle, sin la escolta permanente de padre, madre o cuidadora. Esto no estaba reñido con ser niños educados y respetuosos. Dábamos poco la lata porque estábamos a nuestras cosas.
Una de "mis cosas" era seguir las andanzas de Pippi: Aquella niña pelirroja con las trenzas misteriosamente tiesas había viajado por todo el mundo, sabía cocinar y llevar una casa, vivía sin adultos, con dinero propio y tenía un caballo, un monito y un padre pirata en los mares del Sur. Me tenía fascinada. Sólo era un poco mayor que yo y ya tenía un planazo de vida. Mucho más que la pobre Heidi, sometida a los malos tratos de una odiosa institutriz o Marco, cuya única misión en la vida era buscar a su madre. No es que me cayesen mal, pero les faltaba algo. Pippi era tan buena gente como ellos sólo que tenía otra visión del mundo. Se rebelaba contra cualquier trato injusto, contra las normas establecidas si éstas eran absurdas; cuestionaba todo, tenía tanta fuerza como sus colegas masculinos y era disparatadamente divertida.
Cuando crecí, me enteré de que Pippi había nacido en la mente de Astrid Lindgren por una serie de razones que a mi joven mente se le escapaban, pero que aun sin comprenderlas, ya me atraían. Me gustaba la libertad de aquella chiquilla, la manera en que protegía a sus amigos y como se libraba de quien la quería hacer pasar por el aro de lo socialmente recomendable.
El primer libro de sus aventuras fue publicado en 1945, al ganar un premio literario, tras haber sido rechazado por el grupo editorial sueco más importante de la época, Bonniers, que lo consideraba poco apropiado. Lindgren lo había escrito para entretener a su hija Karin Nyman, enferma en aquellos años de neumonía. En palabras de Karin la guerra dejó una huella profunda en su madre, a pesar de que Suecia fue un país neutral. "Había un terrible anhelo de ser libres, de que nada oprimiera a uno y Pippi apareció como la persona que nos decía : "Todo se arreglará, no tardará mucho"".
El personaje actuó como una válvula de escape para la escritora. Pippi era además una niña que apuntaba a convertirse en una mujer independiente y ajena a las convenciones.
Algún psiquiatra imaginativo ha querido ver en Pippi rasgos del síndrome de Asperger, una forma de autismo que se caracteriza por un alto coeficiente intelectual y dificultades para relacionarse socialmente. Ni Pippi se libra de ser diagnosticada con algún síndrome cuando se defiende a sí misma ante la opinión ajena. En una de las escenas de la serie, contempla con interés en el escaparate de una farmacia el siguiente cartel: "¿Padece usted de pecas?". Ni corta ni perezosa, entra para aclararle al dueño que ella no las padece. Le gusta tenerlas. A mí eso más que Asperger me parece autoestima.
En un mundo en el que a los niños se les niega en muchas ocasiones el derecho a ser simplemente niños, Pippi recuerda la importancia de la infancia como un mundo propio en el que impera la fantasía y donde jugar es la manera que tienen los pequeños de comunicarse. El juego es una actividad fundamental en el desarrollo de los niños y hoy en día apenas tienen tiempo para hacerlo. Aquello que Pippi ha aprendido y enseña a sus amigos, Tommy y Anika, no está en los libros que ellos llevan al colegio, ni en un aula cerrada. Está en el mundo exterior, ese con el que los niños se van a tener que enfrentar algún día porque viven en él. Por mucho que les queramos, los mayores no podemos evitar que tengan problemas. Es mejor para ellos ayudarles a encontrar la manera de que ellos mismos los resuelvan, sirviéndoles de guía con nuestro ejemplo.
La semana pasada una nanny inglesa publicaba en las redes sociales un artículo titulado: Cinco razones por las que la paternidad está en crisis. Una de esas cinco razones tiene que ver con las bajas expectativas que los padres tienen respecto a la capacidad de sus hijos para actuar solos. Esto les lleva a realizar las cosas por ellos, en lugar de enseñarles cómo a hacerlas o dejarles que ayuden, por ejemplo, en las tareas del hogar aunque se trate de actividades adecuadas a la edad del niño y sus características propias.
Otro artículo, publicado en elportaldelhombre.com lleva por título: Niños que van solos, una especie en vías de extinción. Trae a colación la poca autonomía de los niños en la sociedad actual. Apenas caminan porque les llevamos a todas partes en coche, no saben manejar las monedas porque nunca han ido a comprar a la tienda de la esquina sin que los acompañe un adulto, no se hacen cargo de los juguetes que llevan a la calle porque sus padres cargan con ellos. Los padres se siente culpables por tener vida propia y los niños no saben ni atarse los cordones de los zapatos cuando ya han dejado atrás la edad en la que deberían haber aprendido a hacerlo. Sin embargo saben manejar mucho mejor que nosotros cualquier tipo de aparato tecnológico o nos hacen resúmenes de los partidos de fútbol a la altura de cualquier locutor. No es que no tengan capacidad para hacer cosas, es que solo la emplean para cuatro o cinco.
El artículo arriba mencionado recuerda el caso de la neoyorquina Leonore Skenazy, que en el año 2008 fue apodada "la peor madre del mundo" por permitir que su hijo de nueve años fuese solo en metro, tras haberle enseñado cómo debía hacerlo, haberle dado dinero y un mapa. Tras el aluvión de críticas recibidas se vio en la necesidad de explicar que lo único que pretendía era que su hijo fuese lo más autónomo posible, no exponerlo temerariamente. A pesar de que sus explicaciones no mejoraron mucho su popularidad entre los vecinos, ha creado la web Free Range Kids en la que defiende el derecho tanto de los padres como de los hijos a educar y ser educados sin una vigilancia constante.
El hijo de Leoneore Skenazy, llegó a su casa desde los almacenes Bloomingdale sano y salvo, feliz por haber aprendido una lección importante, tanto o más como las que le enseñan en el colegio. Él mismo había pedido a sus padres que le dejasen viajar solo. Superó la prueba, ajeno a la polvareda mediática que su hazaña había generado.
Pippi Langstrum, y el hijo de Leonore tienen en común, además de su edad, las ganas de aprender cosas nuevas y una cabeza inquieta y aventurera, como tienen la mayoría de los niños y niñas de nueve años. La escritora sueca llevó al extremo estas características en su personaje, mezclándolas con fantasía, mucho humor y el toque justo de irreverencia, para mostrar a sus lectores, sean hijos o padres, todo lo que un niño es capaz de hacer por sí solo cuando no nos empeñamos en cortarles las alas.
Pippi es un ejemplo extremo porque no es de carne y hueso, es solo un personaje de ficción, creado en la mente de alguien que quería sentirse libre y transmitirle a su hija la importancia de la libertad y de tener ideas propias. Fue entendida en un principio y me temo que ahora también lo sería, como un ejemplo nocivo.
Aquella niña pecosa y pizpireta, extravagantemente vestida con una media de cada color, vuelve a estar de actualidad porque se cumplen setenta años de su nacimiento, pero además por representar la magia, la ilusión y la enorme capacidad que tienen los niños de participar más activamente en el mundo, cuando los adultos se lo permiten.