Beatriz Suárez-Vence Castro
Cosas de niños
Voy a llamarle Laura. Asistió a mis clases desde que tenía doce años hasta los catorce. Una niña brillante. El modo de enseñar convencional no daba resultado con ella así que cada lección era un reto para ambas.
Su mente iba muy deprisa y se distraía con facilidad, pero no porque no entendiese lo que le explicaba. Algunos ejercicios se le atascaban. Cuando esto ocurría, pedía ayuda y atendía con interés a las correcciones. Con frecuencia se dejaba en casa los deberes, aunque los hubiese hecho. Hablaba con una corrección poco habitual en los chicos o chicas de su edad y era muy creativa: Dibujaba y escribía.
Cuando cumplió trece años y cambió de curso, empezó a venir a clase más distraída de lo habitual, muy nerviosa; apenas se concentraba. Empezó a tener dolores de estómago y a cansarse con facilidad. Tanto su madre como ella me contaron que unos chicos de su clase no la dejaban en paz. Le llamaban fea, friki, no la dejaban participar en sus juegos del patio. Le adjudicaban cosas que no había hecho para causarle problemas con otros compañeros y profesores. Era un grupo de unos cinco chicos. Uno de ellos decidía por todos los demás.
Pensamos que sería un problema pasajero, que no era más que una fase normal de adaptación a un grupo nuevo en el que hay un líder abusón. Y que quizá, Laura exageraba un poco. Pero las amenazas de los chicos continuaron y su madre tuvo una reunión con la profesora encargada del grupo y el director del centro. La profesora expuso su punto de vista: Laura simplemente tenía un problema de adaptación, era una niña "diferente" y por eso los demás se metían con ella. No era grave. La niña dramatizaba y, debido a una serie de problemas familiares, lo único que pretendía era llamar la atención. La reunión se terminó sin que se tomara ninguna medida al respecto.
A las dos semanas de aquella reunión el grupo atacó a Laura durante los juegos del patio. Entre todos la arrastraron por el suelo, le tiraron del pelo y le dijeron que la trataban así porque era "basura". La niña llegó a casa con marcas en la espalda y rasguños. Entonces el director del centro intervino: se indagó quienes habían sido los agresores, se les apartó unos días de clase; la profesora encargada del grupo fue amonestada y el director se encargó personalmente de que Laura no volviese a sufrir acoso.
Sus notas no se empeoraron. Acabó primaria con una media excelente y pasó al instituto donde se encontró a gusto desde el primer momento. Su autoestima ha aumentado mucho. Ha ganado varios concursos de redacción y ha entrevistado al alcalde de su pueblo para un trabajo escolar. Tiene amigas y amigos. Hace deporte y de mayor quiere ser periodista y escritora.
Es un caso de acoso escolar con final feliz. Una excepción. Normalmente los daños causados a los acosados perduran años después. El problema es difícil de manejar y, hasta hace poco, era ignorado en nuestros colegios e institutos. Se consideraba simplemente como "cosas de niños".
El jueves pasado, agentes de la Guardia Civil detuvieron a tres chicos y dos chicas de entre catorce y quince años a los que se le imputa un delito contra la integridad moral en la persona de una compañera de instituto, en el municipio madrileño de Rivas Vaciamadrid.
El grupo amenazó, agredió y humilló en público a la adolescente. Después colgó en las redes un vídeo de su "hazaña". Afortunadamente algunas comunidades, como la madrileña, disponen ahora de un protocolo que se activa en cuanto se tiene constancia de los hechos y que permite identificar a los agresores y detenerles.
Existe también una Asociación de ámbito nacional (A.C.A.E) para ayudar a familias cuyos hijos sufren o han sufrido acoso escolar. Desde esta asociación se ha informado del primer caso en España en el que se reconoce una minusvalía de un treinta y tres por ciento a un menor de quince años por daños derivados de un acoso escolar que comenzó a padecer cuando tenía diez. Necesita tratamiento psiquiátrico desde entonces. Es un caso importante porque eleva los casos de acoso en los centros escolares a un grado mayor de consideración social.
El acoso es tan antiguo como las escuelas, aunque en los últimos años el uso de las nuevas tecnologías, hace que aumente su duración. Ya no se ataca solo en el colegio o instituto, sino que el acoso continúa en las redes. El lado positivo de esta nueva tendencia es que quedan registradas las actuaciones que, sin esos documentos, serían más difíciles de probar.
Los casos continúan y es necesario informar de ellos, no con el fin de generar alarma, pero sí para tratarlos de la manera que corresponde. Que los acosadores sepan que incurren en un delito y el acosado pueda defenderse de un modo legal.
En una sociedad que cambia constantemente y en la que se discute sobre el tipo de educación que queremos para nuestros niños, más convencional o con nuevos criterios, la educación en las emociones debería ser un nexo entre ambas tendencias porque todavía más importante que castigar un delito, es prevenir su comisión. Los menores que agreden están manifestando graves problemas de conducta con una rabia que, si hubiesen aprendido a canalizar desde edades tempranas, no se manifestaría en agresividad hacia otros. No es tarea fácil hacerlo sin atribuir más culpas que las necesarias. A veces las familias o el profesor son los últimos en enterarse o cuando lo hacen es demasiado tarde o no son conscientes de su gravedad. Es necesaria la colaboración de maestros, padres y de los propios alumnos.
El modelo educativo finlandés, considerado el mejor de Europa, ha desarrollado un programa (KIVA) contra el acoso y el cyberacoso que está dando grandes resultados en las escuelas primarias. Los chicos y chicas acosados tienen a su disposición un buzón en el que dejan constancia de que están sufriendo acoso, para facilitarles la manera de poner en conocimiento de los responsables del centro escolar su caso particular. Una vez que estos conocen lo que está pasando y constatan que efectivamente se trata de acoso, hablan tanto con el acosado como con los acosadores, de manera personal.
Se hace especial hincapié en la actitud del grupo al que pertenecen unos y otros, con el convencimiento de que si cambian la actitud de aquellas personas que son meramente testigos de los hechos pero que callan o que incluso lo encuentran divertido, el acoso dejará de existir, ya que uno de los rasgos principales del acoso es la exposición vejatoria del acosado. Se podría resumir la estrategia como dejar al acosador sin un público que le apoye, concienciándoles de que no pueden tolerar tales acciones, ni mucho menos jalearlas.
Los alumnos reciben clases informativas para que entiendan en qué consiste el acoso escolar. Estas clases comienzan a los siete años y continúan a los diez y a los trece años. Realizan trabajos a lo largo del curso en el que, con ayuda de un profesor también formado al respecto, trabajan valores como el respeto al otro o la empatía.
Se realizan sesiones informativas y charlas con los padres. Se garantiza la seguridad de los niños y niñas en los patios de recreo con personal adicional.
El programa KIVA ha suscitado el interés del resto de los países europeos, incluyendo España, pero es necesario un proyecto de coordinación para que pueda exportarse.
La erradicación del acoso de nuestros colegios e institutos es uno de los retos más importantes para el sistema educativo actual y futuro.