Beatriz Suárez-Vence Castro
Exageradamente
Somos de extremos. No lo podemos remediar. O nos peleamos por todo, o decimos a todo que sí. O nos ponemos a dieta estricta, o nos reunimos para comer y acabamos cenando. Con un descansito para merendar. O no celebramos nada, o tiramos la casa por la ventana. Nada de medias tintas. De hacer las cosas que sea a lo grande. Ya compensaremos los excesos.
Este carácter mediterráneo tan "de aquí", tan divertido para muchas cosas, nos lleva a hacer otras que nos sorprenden a nosotros mismos. Así cuando cometemos un delito no lo hacemos tampoco a medias. Si nos saltamos el límite de velocidad, no nos pilla ni el Correcaminos porque pasarse por poco, no merece la pena. Si un político roba no va a ser una cantidad pequeña. Lo hace con vistas a una jubilación de lujo. Se compra un yate y se asoma a la cubierta fumando un puro.
¿Para qué vamos a ser hipócritas, si vamos a lo que vamos? Esto han debido pensar los traficantes que desembarcaron a las seis de la tarde un alijo mastodóntico de droga en la playa de la Línea de la Concepción, en la costa gaditana, delante de público de todas las edades el pasado viernes. Toneladas de hachís que iban pasando en fardos de barco a tierra con cuidadito y sin prisa. Lo normal.
Hemos pasado de denunciar al adolescente que se fuma un porro en la parada del autobús a dejar que los narcos se paseen por la playa como vendedores de barquillos. La Guardia Civil ya está más que harta. El Servicio Marítimo de Seguridad apenas tiene medios ni personal para hacer frente a estos desembarcos, que se suceden a diario. El recuerdo de los "grises" que corrían detrás de los chicos y chicas que se manifestaban en la calle contra las injusticias sociales y que repartían porrazos viniese o no a cuento, abusando de la autoridad que se les había dado, sirve ahora de argumento para convertirles en un colectivo al que se tiene un respeto por debajo de cero. No me extraña que los traficantes les tengan tanto miedo.
Es cierto que a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado les ha hecho mucho daño la corrupción interna pero también se les ha demonizado como si tuvieran cuernos y rabo. Ahora no se les hace ni caso: Son el pito del sereno.
Sin embargo, después de observar lo que ocurría en la playa, alguien les llamó para que sacaran a los narcos de allí; para que sus hijos no tuvieran que ver como la droga pasaba delante de sus narices. Entonces la Policía resultó necesaria. Habrá quien diga que no hacía falta. Que los contrabandistas no se estaban metiendo con nadie. Eso es, en la práctica, cierto. Solo estaban cometiendo un delito a la vista de todo el mundo. Haciendo una peineta gigantesca a todos. A lo grande. Exageradamente. Porque hemos pasado de prohibir todo a que todo, absolutamente todo, esté permitido. Más allá de los idealismos, ¿Es esto tan bueno en el mundo real?