Manuel Pérez Lourido
Artistadas
Les cuento: en un museo de Milán una limpiadora recogió una "obra artística" de "vanguardia" y la depositó en la basura. La "pieza" se llamaba: "¿Dónde vamos a bailar esta noche?" y se componía de botellas de champán vacías, confettis y despedicios de una fiesta. Semejante "maravilla" era obra de un dúo de artistas. Evidentemente, la enjundia de tal planteamiento exigía al menos dos cerebros.
La instalación de las creadoras pretendía representar el hedonismo y la corrupción política de los años 80. Acabáramos. Así, sí.
Tuvo que ser una limpiadora la que pusiese las cosas en su sitio. Justicia poética se llama eso. Aunque también podría tomarse su acción por una obra de arte: apropiacionismo, concretamente.
Desde que a las ocurrencias se les llama arte, por más desafortunadas que sean, el propio arte se ha devaluado hasta el extremo que llega a confundirse con basura. Esto me recuerda el dicho aquel de que si tiene pico de pato, plumas de pato, patas de pato y hace ruidos de pato, problamente se trate de un pato.
Cuando el arte conceptual clavó sus garras en el imaginario artístico más descerebrado y fashion, y viceversa, no solo desgarró los conceptos más elementales sobre lo que es arte y lo que no, sino que montó un chiringuito que se dedicó a expedir patentes de corso a cuanto indocumentado tenía una iluminación peregrina a la que hacer pasar por idea. Se le llamaba "obra" y punto. Aunque tuviese pico de pato, plumas de pato...
Otra ocurrencia, lamentable eso sí, ha sido la del ínclito presidente de la Xunta, don Alberto Núñez Feijoo, al mostrarse comprensivo con la iniciativa sexual de Baltar O Fillo diciendo que, puesto que la denunciante del presidente de la Diputación ourensana no consiguió el puesto de trabajo, no existió delito. Bueno, habrá quien eleve semejante razonamiento a la categoría de obra artística.
Y así discurre la vida, entre ocurrencias y disparates.