María Jamardo
La respuesta está en ellos
"No controle al niño, enséñele autocontrol" Berry Brazelton
Era un niño alegre hasta que dejó de sonreír. Miguel se sintió solo, desprotegido y diferente. Miguel vivió el colegio con miedo y un día, no pudo soportarlo más. No ha sido el primero, ni será el último. Siempre que sucede, nos conmovemos, nos solidarizamos, nos alarmamos, planteamos el análisis, aplicamos algunos parches sobre la herida y buscamos culpables… Lamentablemente ya es demasiado tarde. Pero sobre todo, nos hacemos las preguntas equivocadas: ¿quién puede evitar que esto suceda? ¿a quién corresponde que no se repita?.
Nos empeñamos en depurar y desviar responsabilidades mientras eludimos las propias. Estamos tan acostumbrados a que sean otros los que resuelvan nuestros problemas, esperamos con tanta ansiedad que sea el Estado quien tome decisiones sobre todo lo que nos afecta que hemos llegado al punto de delegar en él la educación de nuestros hijos.
En una sociedad que ha perdido los principios, se confunden prioridades y funciones. Olvidamos lo esencial. No hay mayor experto sobre un niño que sus propios padres. La educación nos corresponde, es indelegable. Ni en los profesores, ni en los centros educativos, ni en las autoridades. No es admisible que les exijamos asumir la totalidad de una tarea que no les corresponde para, cuando algo falla, hacerles responsables de todos los problemas derivados. Sin la implicación de los padres en la educación, sin familias y colegios alineados, la labor docente no es factible ni eficaz.
Nadie puede asumir ni reemplazar la tarea inmensa que tenemos de enseñar, de formar, de dar respuestas. Seamos honestos, digamos por una vez la verdad, sin minimizar las consecuencias y asumamos que la solución está a nuestro alcance. Tenemos una misión muy especial, mostrar a nuestros hijos el significado de la libertad. La libertad de ser quienes causen o impidan tragedias como ésta. La libertad de elegir. La libertad de usar las herramientas que les hemos dado para tomar sus propias decisiones y que, llegado el caso, no tengan dudas de cuál es la opción correcta.
Esa es la pregunta que deberíamos hacernos todos, la adecuada no sólo como padres, sino también como sociedad ¿en qué estamos fallando? Esa es la base. Asumir nuestras propias responsabilidades y las consecuencias de no hacerlo. Sentar las premisas. Subsanar el error de permitir que lo colectivo pueda y deba importar sobre el individuo. Luchar día a día contra la persecución de todo aquello que no pertenezca al grupo único en que nos hemos convertido. Denunciar a quienes ridiculizan las ideas y elecciones personales que no siguen los patrones establecidos.
En una sociedad que condena el pensamiento propio, la identidad propia, que señala lo diferente y lo criminaliza en lugar de respetarlo y potenciarlo -donde quien no es parte de la "mayoría", aunque esté equivocada, es automáticamente señalado y apartado - intolerante con la individualidad, el carisma, el pensamiento crítico y que persigue la igualdad como paradigma del progreso ni vivir es tarea fácil, ni educar es sencillo.
Ser padre es probablemente el reto más duro (y apasionante) a que nos enfrentamos a lo largo de nuestras vidas. No hay un manual a medida, ni un libro de instrucciones. Ser padre es un aprendizaje mutuo, un esfuerzo constante, un abierto 24 horas al día 365 días al año que no admite bajas por enfermedad ni entiende de cansancio. Una misión, posible, que exige sacrificio y dedicación. Pero es voluntario, así que no caben excusas. No seamos blandos. No podemos desfallecer, rendirnos, relajarnos. Si lo hacemos estaremos enviando un mensaje equivocado, que darse por vencido es lo correcto, que ser cobarde frente a los problemas es más cómodo y rápido, que el esfuerzo no merece la pena. No hay mejor lección, no hay mejor consejo, que un buen ejemplo.
Seamos coherentes. Más que cantidad de tiempo (que a veces es complicado) procuremos la calidad. A menudo corremos tanto para darles cosas materiales a nuestros hijos que olvidamos que lo que de verdad necesitan los niños es estar con sus padres. Jugar, leer, bailar, pasear, acariciarnos... Saber que los límites no están reñidos con la ternura. Que la disciplina no está reñida con el buen humor. Que el respeto a los que no son ni piensan como nosotros es la máxima expresión de su propia libertad. Y, mientras resolvemos (de verdad) el problema de la conciliación y la racionalización de los horarios, prestemos mucha atención. Hablemos con nuestros hijos. Hablemos. Pero sobre todo, escuchemos. Son como libros abiertos. La solución está en nosotros. La respuesta está en ellos.