Manuel Pérez Lourido
Titulares
A veces parece que la principal ocupación del periodismo es inventarse problemas donde no los hay. Principalmente en el periodismo deportivo, donde se hace por puro vicio, aunque ya exista suficiente pólvora en el aire como para volar el Camp Nou y el Bernabeu juntos. Cualquier titular sobre una tormentosa realidad paralela triunfará sobre la narración de un conflicto en marcha.
El asunto de los fichajes es a la invención lo que la Festa do Carneiro ao Espeto a la alimentación: cuanto más desparrame más verosímil, más deseable, más nos llena. Después nadie se desdice, nadie rinde cuentas, no hay premios a la fabulación, la peña está lista para la siguiente ingesta de lípidos y tintorro.
El populacho somos de natural depravado, al menos en lo que al consumo de novedades y agitación se refiere. La prensa lo sabe y no dudan en suministrarnos carnaza. No la usan como cebo: no hay sutileza que valga, más bien la arrojan en gruesas tajadas al foso común donde nos agitamos.
He leído estos días que un multimillonario brasileño que juega al fútbol (o algo así) y con contrato en vigor para tres años, es codiciado por el máximo rival de su actual equipo. Codiciar se pueden codiciar tantas cosas... debería ser deporte nacional. Lo cierto es que se destina una cantidad ingente de tinta a vender una noticia cuyo único asidero con la realidad es una estupidez: el deseo de cualquier mandatario de club de contar con un jugador excelente.
A nosotros, al populacho, nos gusta entrar al trapo. Taurófilos o antitaurinos, movemos con celeridad los cascos y pegando bufidos empitonamos el viejo trapo de las noticias sensacionales que luego resultan sensacionalistas. Y no en pocas ocasiones la verdadera noticia se produce dejándonos con un palmo de narices a nosotros y no digamos ya a los periodistas.
Fíjense en el anuncio del presidente en funciones de nuestro desgobierno. Al anochecer anuncia en rueda de prensa que se encuentra con fuerzas para presentar su candidatura a la embestida, digo la investidura. Estaba pensando en la embestida contra el burladero: lo que Rajoy quería decir es que estaba dispuesto a llevar las del pulpo. Pero el partido no. El partido no está para proporcionarle semejante convite a la oposición. A sus muchos opositores. Al día siguiente Rajoy se retracta, mezclando digo y Diego ayudado por su ya larga experiencia.
Ahora Albert Rivera ha resucitado, tras haber sido informado telefónicamente de que Rajoy le necesitaba para convencer a Sánchez de que se olvidase de Podemos y se uniese a lo que de verdad iban a regenerar la política española. Sé que esto no es solo salirse del tema, sino ingresar en un laberinto de donde ni el sarcasmo me va a sacar. Aunque ya se sabe que al final del laberinto espera el Minotauro, digo el sillón presidencial.
En fin, que diga lo que diga la prensa, que vive de la novedad: la vida sigue igual, como dijo aquel malogrado portero de fútbol.