Kabalcanty
La cápsula
No se sentía cansado, incluso si el capataz de su zona se lo hubiese propuesto habría seguido ajustando tuercas en los bajos de los automóviles, pero había que dormir necesariamente.
La cadena de fabricación no paraba ni de día ni de noche. Se trataba de competir con la industria automotriz al más alto rendimiento y colocarse a la cabeza de los fabricantes continentales a precios competitivos. "Ha llegado la hora en que trabajadores y empresa seamos uno: crecer en eficacia y ser un ejemplo de equipo para ofrecer al comprador el automóvil ideal". Les dijo el presidente de la marca comercial del ramo un mes después del brutal recorte de personal debido al desplome de la venta de coches. Se erigía una nueva empresa en un nuevo mundo laboral.
Se tomó la cápsula con medio vaso de zumo de naranja y se tumbó en la litera de abajo, la suya de siempre. Su compañero de habitáculo dormía plácidamente en la de arriba emitiendo un ligero ronquido musical. Entornó los párpados y en un par de minutos dormía profundamente.
En sesenta minutos, zumbó la lucecita laser de encima de la puerta del habitáculo y los dos se despertaron como nuevos. Se desperezaron bostezando ruidosamente mientras se enfundaban los monos de trabajo extendidos a los pies de las literas.
- Es cojonudo, duermes una hora y te sientes de puta madre. ¿No te parece, tú?
El otro asintió a la vez que bostezaba. Luego dijo:
- Más horas y las nóminas más gordas. Eso sí que es de puta madre, compañero.
Tomaron dos medias lunas de salchichón con queso y zumos de piña en la cantina de la fábrica y en quince minutos estaban de nuevo ajustando tuercas en los bajos de los automóviles.
Los coches, engarzados en unos dientes acerados, discurrían en una caravana flotante que parecía no tener fin. La cadena de ajuste, rutilante en una profusión multicolor bajo los fluorescentes de la nave, avanzaba lenta pero constantemente, a un ritmo que se consideraba el adecuado para la producción diaria, relevando a los operarios cada seis u ocho horas según la edad. Después, sesenta minutos de sueño, quince de alimentación y vuelta a la labor. La ingesta de la cápsula se consideraba oportuna minutos antes de pernoctar en el habitáculo, según se informaba con reiteración en los reconocimientos médicos semestrales. Se libraban veinticuatro horas por semana en días alternos y se disfrutaba de un periodo vacacional de quince días al año.
- Te das cuenta de la armonía de la fábrica -comentó el director gerente, desde el ventanal del directorio que daba una panorámica casi absoluta del interior de la fábrica- Hace un par de años esta imagen me hubiera parecido irreal.
- Y todo gracias a la jodida cápsula- dijo a su lado el jefe de producción, sonriendo de medio lado- Esto es el futuro, tan real como que tú y yo estamos aquí.
- Menos personal, más producción, menos costes y todos entusiasmados y contentos. Ni en el más feliz de mis sueños, carajo.
- Es lo que tiene vivir el futuro en directo -dijo el jefe de producción, tamborileando con sus dedos sobre la panorámica acristalada.
Meses después de esto hubo un problema con Harris, de cincuenta y ocho años, el más veterano de la fábrica, que se había salvado del despido masivo por su elevada vida laboral en la empresa y sus contactos con el ya extinto gremio sindical. Tras su trabajo en la cadena de revestimiento interior, acudió a su habitáculo para pernoctar sus sesenta minutos reglamentarios. Ingirió la cápsula antes de meterse en la litera y no volvió a despertar. Apareció debajo del lecho, sobre el mismísimo suelo de linóleum, encorvado y con una mueca horrible deformándole el rostro, según relató su compañero de habitáculo. Infarto cerebral, diagnosticó el médico jefe del servicio sanitario de la empresa.
- El sueño es imprescindible para la reparación neuronal -comentó el jefe médico, visiblemente preocupado, en una reunión de urgencia con los dirigentes de la empresa.
- Tuvimos que despedir a todos los mayores de cuarenta y cinco años cuando hicimos la regulación de empleo. ¡Os lo dije en este mismo cuarto!- exclamó el director gerente, aflojándose el nudo de la corbata- Si esto trasciende estamos señalados, señores.
Se tomó la decisión unánime de colocar a los operarios mayores de cuarenta y cinco años en habitáculos individuales vigilados constantemente por una microcámara.
- La producción, en todo caso, no puede verse afectada y mucho menos por razones que pongan en entredicho la afectividad de la cápsula -dijo el jefe de producción, repasando la mirada del jefe médico y del director gerente.
Unos quince días después, dos operarios de la cadena de ajuste se quedaban en ropa interior dispuestos a dormir los sesenta minutos de rigor. Como eran menores de cuarenta y cinco años tenían un habitáculo compartido.
- Se comenta que Harris empinaba el codo a escondidas y que los días de libranza se ponía hasta el culo-dijo uno de ellos, tomando de la mesilla compartida su zumo de naranja.
- Lo creo, no veías lo roja que tenía la cara. Le falló la "patata" de tanto "privar"- contestó el otro, escanciando del brick el resto del zumo.
- Y encima una pila de años. Una bomba, compañero.
Luego se pusieron la cápsula en la palma de la mano y la tragaron echando la cabeza hacia atrás con energía. En un par de minutos dormían profundamente cada uno en su litera. Uno de ellos roncaba con una curiosa cadencia.