Kabalcanty
¿Y si cambiase de vida?
¿Le gustaría a alguien cambiar su vida? Aunque supongo a muchos negando, afirmándose en las raíces de esta vida que disfrutan, intuyo a otros que se les dibuja una ancha sonrisa y afirman agitando vehementemente la cabeza. Y es que no todos tenemos acceso a la necesaria porción de felicidad (o sea, los minutillos al día o siquiera a la semana) que parece estar puesta en cualquier plaza de nuestras ciudades o pueblos para uso y disfrute del común de los mortales.
Puedo perfectamente llamar felicidad, o lo que sea, a tener un trabajo con un sueldo digno, poder vivir en una casa sin necesidad de tener que poner el culo por candelero para pagar su hipoteca o alquiler, conciliar la vida familiar con mi labor profesional sin tener que poner ningún whatsapp para informarme de cómo van las cosas por allí después de doce o quince horas de ausencia, poder ser un viejo que no mira apesadumbrado y culpable, en cierto sentido, a sus hijos y sus limitadas circunstancias, cuidar de mi salud sin que nadie se lucre a costa de que no la tenga, abandonar la costumbre de ruborizarme sin más viendo la muerte televisada de miles y miles de necesitados que huyen de la más extrema necesidad sin que esa fatalidad límite sea abolida a tiempo...
- Es que usted lo quiere todo.
Me dice un señor bien puesto, con traje azul y corbata roja, de esos que, por su gesto contundente y su palabra resonante, parecen bañarse todos los días con una afamada y cara esencia de felicidad.
¿Todo?, pregunto sabiendo que ya se marcha, si apenas he enunciado unas pocas razones por la que me gustaría cambiar de vida y a ver si en otra las cosas cambian.
- A ti lo que te gustaría de verdad sería cambiarme por una de veinte.
Agrega mi mujer que llega del trabajo despeinada y con una bolsa por la que asoman dos barras de pan.
No, cariño, no. Explico, pero me quedo a medio camino imaginándome un cuerpo dorado y esbelto en bikini ofreciéndome una gélida jarra de cerveza con la más sugestiva de las sonrisas.
- Si lo sé yo.
Y reacciono a tiempo ayudándole con la bolsa del pan.
- Pues empieza por cambiar tú y buscarte un trabajo decente que pueda sostener a tu familia. Déjate ya del "zalamerio" poético que estás más cerca de los sesenta que de los cincuenta y te veo pidiendo limosna por la calle.
Me dice mi suegra, cuando salgo de la cocina de colocar el pan. Habla como para sí misma, mascullando otras palabras que no escucho, sentada en un butacón frente a cualquier programa de Tele 5 que emite el televisor.
Antes de que pueda contestar nada, el vecino rumano del segundo B entra en liza.
- Lo que pasa es que si cambiamos nuestras vidas todo sería caos -argumenta, mientras se estira su suéter azul celeste sobre su cuerpo nervudo- Todos querríamos lo más placentero y nos olvidaríamos que la vida es también lucha para que nos sustente la ambición de perseverar para mejorar sin pócima alguna. Así de simple y, a la larga, eficaz. En la "Romania" muchos pensamos así.
Creo que ha dicho algo similar porque su chapurreo hispano-rumano es casi ininteligible.
Me siento frente a la ventana, sorprendido por este patio de vecinos en el que se ha convertido el comienzo del escrito de hoy. Observo el fin del invierno esbozado en un día claro, sujeto, el pedazo de cielo que veo, por las chimeneas de ventilación de la casa de enfrente.
Intento prender un cigarrillo, casi sin darme cuenta, esclavo del vicio, y mi hijo pequeño, gimnasta y salubre, me interpela dándome golpecitos con su dedo índice sobre el hombro.
- A fumar a la terraza que aquí ahúmas la casa en un pispás; es otra forma de cambiar la vida de los demás.
En la terraza me encuentro a mi padre. El aparato del oxigeno está a su derecha, zumbando con esa monserga de hondo bisbiseo, y él tiene las gomas quitadas de la nariz mientras fuma con delectación un cigarrillo sentado en su sillón de enea.
- Bueno, bueno, no hay clara que no sea puta -me dice, ofreciéndome un cigarrillo- Has querido cambiar de vida así, en falso, sobre una hoja de papel o sobre el chisme ese del ordenador, que ya no queda ni papel, y te ha salido rana. No es fácil, sabes, pero soñar es gratis de momento. Sí que deberíamos tener por lo menos una opción de cambiar de rumbo, una sola vez en la vida, propongo -se ríe para sí y tose tres o cuatro veces- Lo mejor de todo ¿sabes lo que es? Que entre pitos y flautas va pasando la vida. Hace un rato, antes, ahora mismo. Decimos, pensamos, soñamos, dicen, sueñan y piensan, y la vida sigue con su hora, su día, su mes. Si te pones a pensar, sí se cambia, la vida te va mejor o lo mismo peor, y me temo que aunque cambiases de vida ciertas cosas no iban a variar. No sé, digo yo, que sé menos que San Camueso.
Cuando entro en casa tengo la firme decisión de escribir sobre otra cosa. Recupero del archivo el escaso medio folio y me quedo como un pasmarote abducido por el resplandor del cristal líquido del monitor. No tecleo nada mientras pasa la vida segundo a segundo invariablemente.