Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (2)
(Novela por entregas cuya primera parte se publicó en este medio el 15/3/2016)
Baldomero estaba leyendo Jim Cutlass, un comic del lejano oeste americano al que se había enviciado, dejando atrás sus releídas novelas de Marcial Lafuente Estefanía, de la mano de un tal Jonás, un cliente al que llevaron durante un par de meses a rehabilitación a curarse una lesión de rodilla. Estaba tan enfrascado en la lectura que literalmente botó sobre su silla cuando sonó el timbre. Consultó su reloj y todavía se sorprendió más de la llamada. "Las diez de la mañana - se dijo, arrugando la nariz y abotonándose la camisa- ¿qué tripa se le habrá roto a alguien a estas horas?"
Una mujer alta, de ojos azules llamativos, y gesto hosco se le encaró al abrir la puerta.
- Juan Peletero, por favor.
Hacía muchos años que Baldomero no escuchaba ese nombre por lo que se quedó in albis unos segundos sonriendo bobaliconamente a la mujer.
La hizo entrar a la oficina y, tras pasar varias veces la palma de la mano alborotando el polvo, le ofreció la silla, aquella que estaba de frente a la foto enmarcada y rubricada de Walter Brennan, puro legado de su padre.
- Perdone, señora, pero es que hace tantos años que no escuchaba ese nombre que me he quedado de piedra. Ahora todos le llamamos K., como a él le gusta, porque cuando se dedicaba a lo de poeta firmó sus libros con ese seudónimo. Cosas de la farándula y del alocado artisteo.
La mujer forzó una sonrisa e inmediatamente insistió en hablar con él.
Baldomero abrió una de las dos puertas que daban a la estancia. "Vamos K. espabila. Ahí afuera hay una tipa que te conoce de remoto y quiere hablar contigo".
K. se desperezó bostezando. Se frotó los ojos y cogió una camisa vaquera del perchero. Con ambas manos se aplastó los cabellos hacia atrás y se colocó el sombrero. "¿Es trabajo?", dijo señalando la puerta, y Baldomero se encogió de hombros.
Cuando la vio reconoció sus ojos de inmediato. Estaba estropeada, con el pelo entrecano recogido en una coleta y un gesto agrio que le tiraba de la comisura de los labios hacia la barbilla, pero sus ojos azules seguían brillando como en el instituto. Reconoció, entre toneladas de años, a Pilar Urquijo y no pudo por menos que sentir una alegría en lo más recóndito de él.
- Pilar, cuantos años.
Ella trató de sonreír y fue a su encuentro para besarle en las mejillas.
Cuando la tuvo más cerca, percibió sus hombros vencidos y un perfume inexistente que luchaba por traerle fragancias del pasado. Su voz proclamaba firmeza pero su cuerpo escurrido, atrapado en una delgadez insana, recogían fatiga y sufrimiento. Sin embargo, sus ojos estaban intactos.
La hizo pasar a su despacho y encargó a su socio dos cafés con leche. "El mío, ya sabes, cortado".
Hablaron inevitablemente del pasado en común, de su relación de más de dos años, de los amigos comunes y de sus proyectos inconclusos de los años de juventud.
- Al final me casé con Paco, el guardia civil, ¿te acuerdas?, y a los cinco años se largó con una colombiana. Éramos muy diferentes y si no hubiese sido ella habría sido otra, o yo misma con otro. No funcionábamos, Juan.....o bueno K.
- Llámame K., el otro nombre es demasiado lejano en el tiempo -contestó K.- A mí también me plantaron mi mujer y mis dos hijos. Se cansaron de mí, de lo estrafalario de mi vida, de mis manías. Les comprendo perfectamente e incluso pienso que me aguantaron mucho tiempo.
Con los cafés humeantes ante ellos, Pilar fue al grano.
- Si me he decidido a venir a verte es por algo que me ha destrozado la vida hace seis meses -la voz le titubeó y sus ojos azules tomaron un viso opaco- Tuvimos una hija, sabes, Leticia, un día desapareció y al poco apareció descuartizada en un contenedor de Renfe de la estación de Príncipe Pío.
El llanto ahogó sus últimas palabras y se cubrió el rostro mientras su frágil cuerpo se agitaba. Sus manos estaban enrojecidas y sus uñas rapadas y mates.
K. fumaba incómodo, sin querer mirar el dolor de la mujer.
- Han pasado seis meses -siguió tras un suspiro- y la policía no sabe nada. Los pobres no tenemos derecho ni a saber quién mata a nuestros hijos. Quiero que busques a ese hijo de puta, K. Tengo dos mil euros ahorrados y te los he traído.
Dejó un sobre encima de la mesa y escudriñó a K. con toda la luminosidad de sus ojos.
- Pero, Pilar, yo no soy ningún Marlowe. Mi socio y yo nos dedicamos a buscar cosas de poco fuste. Un perro, la cartera birlada por un chorizo del barrio, peleas entre vecinos, ancianos que viven solos, amas de casa asustadas..... Chorradas con las que malvivimos.
- Me han dicho que conoces bien Madrid y a quién vive.....y que eres un hombre de confianza, aunque eso ya lo suponía. ¡Tienes que ayudarme! Ayúdame a que esta pena que me consume sepa del sabor de la venganza. ¡Te lo ruego!
Nunca le gustó que le rogaran nada y menos que los ojos de Pilar, lo único que parecía salvaguardado de la ruina, se hicieran turbios y acabaran apagándose. Esto no era ningún verso de antaño, era la vida corneando a una desgraciada mujer que décadas atrás amó .
- Bien -dijo K., prendiendo otro pitillo- Haré lo que pueda, Pilar. Cuéntame todo lo que sepas de tu hija y, si tienes alguna foto, déjamela.
- Guárdate el dinero -dijo Pilar, acercándole el sobre- Si necesitas más, en la casa que limpio me pueden dar un anticipo; son buena gente que me ayudaría sin duda, aunque no he dicho nada a nadie de esta visita.
K. le hizo un gesto de aprobación a la vez que se remangaba la camisa.