Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (3)
Si algo les había unido definitivamente a los dos era le separación de sus compañeras: a ambos les habían plantado en el mismo año. Maruja, la pareja de Baldomero, se largó un mes de febrero más que harta de bregar en el bar Prieto, negocio heredado del padre de él, dejándole una escueta nota sobre la sartén donde hacía las jugosas tortillas de patatas. Ana fue más paulatina: advirtió a K. durante varios años de su incapacidad de generar dinero para la familia y de su exacerbada afición por la cerveza. A comienzos de verano, ella y los dos hijos se fueron a un piso de alquiler de Campamento advirtiendo a K. que el piso lo había puesto en venta.
Y en ese mismo año, Baldomero vendió el bar Prieto y K. su piso con la particularidad de que el primero cogió íntegro un buen pellizco de dinero y el segundo una muy pequeña cantidad que le ofreció Ana para que asentara su vida en el siguiente mes. Todo el asunto había ocurrido ya dos años corridos atrás que a los dos les parecían casi dos décadas, dos siglos.
De la unión de estos dos hombres desahuciados, celosos ambos de su individualidad a ultranza, nació un disparatado negocio de búsquedas varias que Baldomero ubicó, restando más de la mitad a lo obtenido con la venta del bar, en la antigua farmacia de Ramón Ruiz, justo en la orilla norte del barrio de Carabanchel.
- Menuda joyita la Leticia esta -dijo K., sentado en el borde de la mesa de Baldomero (antiguo mostrador de la farmacia al igual que la mayoría del mobiliario)- Joder, y eso sólo con veintidós tacos.
Baldomero trajinaba en la cafetera eléctrica, alojada encima de un expositor de partillas "Koki".
- Nos hemos metido en una muy gorda que vete a saber si no nos viene grande. -dijo, echando la leche en las tazas- Lo nuestro no es eso, K., que no tenemos ni repajolera idea de investigar ni gaitas de esas.
K. agitó los dos mil euros mientras el otro venía de camino con las tazas.
- Ya, sí, sí, en eso no te quito razón, que estamos más "pelaos" que le chumino de la Nancy está más claro que el agua, pero es que estamos hablando de cazar a un asesino. A-se-si-no ¿lo captas, K.?
K. se sonrío para sus adentros sopesando el tacto de los billetes.
- Ahora, también te digo una cosa: lo mismo en tu fantasiosa cabeza, que te conozco, te mola lo de ir una temporada de Colombo.
K. bebió un sorbo de café como excusa ineludible para prender un cigarrillo.
- Fuimos novios ¿sabes? Durante el año de COU y el primer año en la facultad. Dos años y algunos meses más. Casi lo tenía olvidado hasta que esta mañana he visto otra vez sus ojos.
Anunció K. con los ojos clavados en los desconchones del techo.
Baldomero puso sus ojos claros y saltones sobre el perfil de su socio.
- Pilar Urquijo me has dicho que se llama la clienta y novia tuya de dos años y pico cuando eras un mocoso... -comentó- Estás gilipollas o ver tanto dinero de una vez te ha perturbado.
K. le fue relatando lo que ella le había contado de su hija Leticia omitiendo la parte sentimental de su pasado remoto con Pilar Urquijo. Los recuerdos siempre son moldeables, ineludiblemente maleables, y un día pueden vestirse de rosa como otro de negro. Lo cierto en los recuerdos es proporcional a la calidad y cantidad de imaginación del que rememora. K., buen contador de historias, edulcoraba la memoria según el estado de ánimo del instante, y en ese, precisamente, se encontraba todavía bajo el influjo de los profundos ojos azules de la Urquijo. Por eso solamente quiso hablar de lo concreto y dejar sus recuerdos para mascarlos en la íntima soledad.
- ¿Y has pensado por dónde vas a empezar? -preguntó Baldomero, tamborileando sobre la trasera del ordenador portátil.
- Lo primero es acercarme al garito donde trabajaba.
Sacó una pequeña libreta de uno de los bolsillos de su camisa vaquera.
- "La cucamona. Bar"-dijo, e hizo un gesto al otro a la vez que se levantaba del pico de la mesa- Hazme el favor de buscarme en Google dónde coños está ese garito.
Baldomero se sentó frente a la pantalla y, con evidente torpedad, bailoteó sus dedos sobre el teclado.
K. se ponía una cazadora marrón pardo, demasiado ceñida a la altura de su barriga, ajustándose un pañuelo al cuello y culminando con un tirón al ala delantera de su sombrero.
- Vamos, leche, que parece que estás buscando la quintaesencia.
Apremió a Baldomero.
Este se acercaba al monitor, con sus ojos acuosos y tristes, como si su mirada necesitara de la exagerada proximidad para deducir certeza.
- Calle Hermanos del Moral número 18 -dijo al fin, señalando sobre la pantalla con su dedo índice- Esto está a tiro de piedra del metro de Urgel. ¿Lo captas?
No pareció hacerle caso. Fue al cuarto de baño, se atusó el bigote y las patillas y se miró fijamente en el espejo. Negó con la cabeza y terminó encogiéndose de hombros.
- Pero lo mismo no hay ni dios ahora por la mañana. -dijo Baldomero, maquillado con el resplandor de la pantalla.
- Quiero que me busques todo lo que haya salido en los periódicos sobre el caso de Leticia ¿vale? -dijo K., dirigiéndose a la puerta de la calle- En mi libreta tienes todo lo que me ha contado Pilar. La chica se llamaba Leticia Gómez Urquijo.
- ¿Te llevas el coche?
K. ya había salido. Bajó la avenida hasta la parada del autobús 35. El cielo estaba gris, amenazando lluvia, y soplaba un ligero viento húmedo.