Manuel Pérez Lourido
Lecciones de desconfianza
Si te llevas dinero que no es tuyo fuera de España estás cometiendo al menos un par de delitos. Si te pillan y te meten en la cárcel, no te quejes. Si al salir de la cárcel quieres traer el dinero de vuelta y te pillan, te volverán a meter en la cárcel. Así, resumido a lo bestia, la historia delictiva de Mario Conde.
Dicen que no le hubiera pasado nada si no hubiese mostrado ambiciones políticas. Lo dudo. O sea, que tuviese ambiciones políticas: las tenía de todo tipo. Ambicionaba dinero, poder, fama. La política era solo un medio. Lo sé porque hice un curso de psicología en CCC, qué pasa. Nunca me fie del señor Conde, no porque viese enseguida que era un arribista, sino por la gomina.
No me fío de la gente que a cierta edad sigue poniéndose gomina. Me pasaba lo mismo con Lorenzo Sanz, aquel expresidente del Real Madrid que acabó de gira por los tribunales. Tampoco me fío del Caserío, al contrario de la mayor parte de los de mi quinta.
Y, por último, no me fío de gente que escribe cosas como "Contemplo el cosmos, veo su inmensidad y me formulo tantas preguntas de golpe que llego a sentirme mal, a marearme, incapaz de deglutir tanta inmensidad sintiendo nuestra gigantesca pequeñez" como hizo Conde en "Los días de gloria". Si descubro que usted escribe cosas parecidas, no me fiaré de usted tampoco. Sobre todo por lo de "deglutir". Ese tipo de verbos no los trago.
Puede que, llegado a este párrafo, algún desconfiado lector considere que servidor está haciendo leña del árbol caído. Pues es usted el que está llamando eucalipto (o algo peor) al señor Mario Conde. Y a mí, maderero. O leñador. O aizkolari. Vaya usted a saber. Nada más lejos. A este texto lo mueve un ánimo ejemplarizante y, por ende, moralizador o moralizante o de Morante de la Puebla (ajusticiador de reses). Lo que pretende este texto es extender la desconfianza hacia todos los usuarios de gomina de cierta edad. Ahí lo dejo, sin concretar.
Este país iría mucho mejor, o cuando menos iría, que ya es un avance, si desconfiásemos más de las pintas de la gente. Es muy fácil desconfiar de las coletas de Iglesias, y eso que solo tiene una. O de los tics nerviosos de Rivera (que tiene un montón) o de los dientes de Sánchez (debe tener los que corresponden) pero es que en los pequeños detalles está escrita, no solo la personalidad, sino el destino de la gente. Esto no es del curso de CCC, aquí voy por libre. Pero ha quedado de cine.
Y, por último, no se fíen tampoco de lo que escriben las personas, que somos mucho de escribir cualquier cosa (fíjense Conde).