José Benito García Iglesias
San Francisco, su fundación, las golondrinas y un pasadizo secreto
Aunque no es el único, sí se puede decir que de los edificios religiosos que se conservan en nuestra ciudad, el de San Francisco es uno de los que está rodeado con un cierto halo de misterio.
Comenzaremos por su propia fundación, aunque existen discrepancias sobre el año y cómo se produjo esta, diremos que una de las fechas que se baraja es la de 1214 y se dice que fue el mismo San Francisco de Asís, acompañado de San Antonio de Padua, en su peregrinación a Santiago de Compostela, quien lo fundó. Aunque los hechos parecen demostrar que San Francisco no pasó por Pontevedra, su peregrinación a Santiago no fue por Portugal, sino por Astorga y Lugo.
La fecha que parece más acertada y que se da por correcta, es la que nos propone fray Jacobo de Castro que sitúa su fundación en el 1229. Se edificó toda la obra sobre el cerro más elevado de las inmediaciones, a extramuros del primitivo recinto amurallado existente en esa época, un antiguo solar y fortaleza que perteneció al duque de Sotomayor, Sorred Fernández, caudillo de las gentes de Pontevedra en la Batalla de Covadonga, quien en el siglo XIII lo cedió para este fin.
Otra cuestión nos la presenta el padre fray Balthasar de Vitoria que menciona lo sucedido con las golondrinas a fray Juan de Navarrete, muerto en loor de santidad y cuyo cuerpo se venera en esta iglesia.
En el "Theatro de los Dioses de la gentilidad", se recoge así: "Una cosa diré en razón destas golondrinas, como testigo de vista, que en la iglesia de San Francisco de Pontevedra no entra ninguna golondrina aunque estén ventanas y puertas abiertas, y fue por oración de San Juan de Navarrete, que está allí su cuerpo. Porque cuando dezía missa, daban tantas vozes que inquietavan los sacerdotes. Y porque sus inmundizias ensuziavan los altares, pidio a Dios no las consistiesse entrar alli, y assi fue que nunca más entraron".
Hoy en día, a pesar de tener sus nidos en las cercanías de la iglesia, ninguna ha vuelto a anidar en dicho edificio.
Debemos mencionar también la curiosa composición del cruceiro que se encuentra en su claustro. El claustro gótico fue sustituido en el siglo XVIII por una ampliación del cenobio. Se sustituyó la fuente por un cruceiro que tiene una imagen de un musculado Cristo en el anverso y una curiosísima imagen de la virgen con dos niños en el reverso.
Y el misterio que destaca por encima de los demás, es el que hace mención a la existencia de un pasadizo subterráneo que comunicaba este convento con el de las monjas de Santa Clara. Si bien no se tienen pruebas fehacientes sobre ello, hay testimonios que acreditan la existencia de al menos el comienzo de dicho pasadizo, ya que debido a las múltiples obras realizadas en el entorno exterior, este estaría derruido hacía muchos años.
Este pasadizo tendría su origen en la Edad Media. Partiría del convento de San Francisco y se dirigiría a un lugar no determinado a extramuros de la villa, pues esa sería su finalidad, ya que como norma común, en las villas amuralladas y en fortalezas del Medioevo, se contaba con una vía de escape para que, en los casos de asedio, se pudiera entrar y salir de la misma evitando el cerco. Dada la posición dominante del convento sobre el terreno y su proximidad a la muralla no sería descabellado el pensar que este sería el lugar elegido para ello, el más idóneo desde luego que lo es, y si en las proximidades se encuentra otro convento, que mejor salida y más segura para ese pasadizo que hacerla ahí. Aunque eso ya sería elucubrar demasiado, pues de eso ya no se tiene constancia.
Yo personalmente nunca lo he visto, ahora bien, sí conozco a dos personas que me dijeron que al menos vieron el comienzo del mismo.
Cuando escribí mi novela "Templarios y mareantes en la gesta de Colón", mencioné ese pasadizo secreto en uno de los pasajes de la misma. Cuando le pregunté a un conocido historiador local sobre la veracidad de esa historia, me dijo que él en persona había visto el comienzo del mismo, que ese pasadizo tendría sobre un metro y setenta centímetros de alto por un metro de ancho, pero que a los pocos metros ya estaba derruido, consecuencia de las obras que se realizaron a lo largo de los años en la calle Cobián Roffignac.
En otra ocasión, cuando estaba firmando ejemplares de mi segundo libro, un amable lector, me comentó, sobre este tema, que allá por los años sesenta, cuando formaba parte de los grupos de alumnos que colaboraban con actividades del Museo de Pontevedra, en una ocasión, estando en el convento de San Francisco, al desplazar unas losas de piedra descubrieron un foso con unas escaleras que descendían hacia lo que parecía un pasadizo subterráneo, cuando el adulto responsable del grupo se percató del descubrimiento de los muchachos, les ordenó que volviesen a colocar las losas y dejasen todo como estaba, y si alguno hacía mención a lo que allí habían visto, él lo negaría todo y lo achacaría a invenciones y fantasías propias de los críos.
La "voz del pueblo", ha tenido tendencia a pensar que ese pasadizo se ajustaba a fines turbios y relaciones poco decorosas entre los elementos religiosos de ambas órdenes en siglos pretéritos, aunque, de haber existido ese pasadizo entre los dos conventos, su razón se ajustaría, más bien, a la que aquí hemos expuesto.