Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (7)
Si algo tenía claro K. cuando salió por la boca del metro de Pan Bendito era que le debía una visita a Ángel Layana, el poeta y amigo de tiempos pasados. Recordaba que vivía cerca de allí, en el piso familiar de la Avenida de Oporto, y que redivivo su fantasma desde la foto de Casa Amancio, no le quedaba otra que desempolvar ese ayer. Lo normal, para evitar el dolor innecesario que le supuso verle la última vez, sería darle esquinazo a lo añejo pero K., aunque muchas veces se lo negara, tenía una devoción secreta hacia los fantasmas que crea el paso del tiempo.
Alrededor de los bloques de rojo ladrillo visto, había una especie de jardines que no eran más que minúsculos vertederos en donde se enredaba la mala hierba y alguna que otra rata. Ropa tendida colgando de las terrazas, niños mocosos que vestían chándales "Adidas" de rastrillo, alguna que otra letanía flamenca reverberando en la distancia y una falsa paz hostil enredándose en las plazuelas cochambrosas que propiciaban las traseras de los edificios. Cruzabas la mirada y supuraba sospecha del furtivo que no estaba catalogado en el barrio. O eras policía, temido y odiado, o eras payo, o sea poco menos que un intruso a tener en cuenta.
Antonio "el de la reja" no era lo que se dice gitano puro, era un payo agitanado que creció en aquel entorno salvaje donde uno aprende a vivir y a cómo hacerlo desde muy niño y en la puñetera calle. Se le apodaba "el de la reja" porque en antaño vendía cocaína a través de la reja de su casa, un bajo de aquellos mismos bloques. Vendía la droga en compañía de su madre, una anciana paralítica que se ponía en esa misma ventana a "tomar el aire poque a una vieja sin patas le quitas el aire de la ventana y la jeringas del to", como decía literalmente; el caso es que ella hacía de tapadera cuando la policía merodeaba la zona buscando caza. Antonio pasó por la cárcel en varias ocasiones, pillado a pesar de su madre, pero salía en breve ya que jamás acumulaba en su domicilio grandes cantidades de mercancía. Era un camello de menudeo, tráfico de pequeñas cantidades de las drogas más solicitadas, y nunca se embarcó en asuntos más peligrosos.
Cuando falleció la madre, un banco le quitó la casa que él hipotecó "pa reflotá el negocio y la calidá de la mercancía" (sic) y se instaló en una Ford Transit, color burdeos, del año 2005, la misma que divisó K. cuando dobló la esquina y se encaró con uno de esos patios destartalados.
Le vio apoyado en las puertas traseras de la furgoneta fumando un purito fino.
- ¡Me cago en mi mare, el joputa del K.! -exclamó Antonio "el de la reja", yéndole a abrazar.
K. le había ayudado muchas veces en temas legales, en cuestión de subvenciones comunitarias o municipales para su madre y para él mismo que consiguió una paga de la Seguridad Social por una minusvalía por lumbago crónico con "insidencia en hernia dical". También en épocas de vacas flacas, muchas en la vida de K., se surtió de la mercancía de Antonio para vender marihuana en los baretos de Lavapiés y de la Plaza de Cascorro.
Alto y tripón, tenía unos ojos verde mate, apagados, hinchados y sagaces como los de un camaleón.
Se contaron un poco la vida de estos últimos años y Antonio creyó oportuno festejarlo con unos botes de cerveza de medio litro que fue a comprar a la tienda de chinos de rigor.
- A estos les pare su mare y ya tienen montao el tinglao de la venta. ¡Ay, Dios! Hasta luego, Chulín.
Dijo Antonio, estallando en una risotada al salir de la pequeña y abigarrada tienda.
El rostro del falso gitano cambió cuando K. le preguntó por el asunto que traía a Leticia por aquel barrio; sus ojos desconfiaron de sus alrededores y su sonrisa se sumergió labios adentro.
- La cosa por aquí ha cambiao -comenzó a decir, invitando a K. a penetrar en la trasera de la furgoneta. Se sentaron uno frente a otro sobre la chapa que albergaba el paso de rueda- Toos dicen que son años mejores, como los der Felipe González en los dos primeros años, pero a mí no me gusta cómo caza la perra. Con los derechotas estuvismos jodios, ya sabes ellos surten a su prole con los grandes y refinaos camellos y esto les sobra, y con nosotros hacen la moral con el changuí . Y ahora toos dicen que han vuerto los tiempos der Felipe otra vez y del vivalapepa con este gobierno de payos de izquierdas, pero no, que no, que te lo dise el Antonio, que no es igual ni paresio.
Menos parné y más mierda pa vender y más contro pa to, K. Ahora todo tie que pasar por las manos de Manuel Gandeay Heredia, el puto amo del barrio y más, un gitano con poder y muy bien relacionao en lo alto. Un tiburón, como dicen por ahí. To lo que pasa en el Pan Bendito y más lejos lo tie controlao el Manuel ese. Los patriarcas no le tragan, pero, hablándote en plata: los patriarcas ya puen poco sí hay guita de por el medio. Y la hay y de montón, K. ,pa engatusá a muchos chaveas y a otros de más edad.
K. le ofreció un pitillo y lo cogió dejando el bote de cerveza entre las piernas.
- Y sobre la chavala que te he preguntado; soy amigo de la familia y estoy interesado en saber.
K. sacó un billete de cincuenta euros y lo puso sobre una de las rodillas del otro.
Antonio le observó detenidamente y cerró los ojos como si pensara en profundidad.
K. puso otro billete sobre la otra rodilla.
- Sé que eres un payo de ley y que non quieres meterme en follones. ¿Chanelas lo que te digo?
K. asintió pero jugueteó con los ojos escudriñando una y otra rodilla de Antonio.
- Esta tarde, oscurecio, a eso de las ocho, te espero en el descampao de junto al campo de fúrbo de Cotorruelo. Tendré la fergoneta aparcá junto a la tapia del marcador. Allí hablamos de la chabí.
Cogió los dos billetes y se los guardó en el bolsillo de la camisa, ofreciéndole un brindis a K. con su lata.