Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (10)
Hacia el final de la primera legislatura del gobierno socialista, Layana comenzó a discrepar de muchas de las actuaciones del ejecutivo. Los veía alejarse más y más de las pautas que él creía imprescindibles como socialistas mientras observaba cómo le iban tomando gusto al poder apoltronándose en sus laureles. Comenzó a ser combativo, detractor dentro de la causa, y poco a poco su aura de poeta emergente, señalado a ser noble académico en el futuro, se fue truncando. Se le dejó de llamar a conferencias, a tertulias, a programas culturales de radio y televisión; se le dejó de citar en reuniones, en revistas, en premios literarios, cuya mención anteriormente era premisa irrefutable para dar empaque al certamen; se le hizo el vacío. Fue una labor de años, paciente, destructiva, mientras Ángel Layana seguía disintiendo públicamente en revistas y medios minoritarios, opositores indignados de la izquierda que no se habían dejado seducir por el estatus cultural que ofrecía el partido.
En el grupo Albur hubo un tremendo revuelo entre los que apoyaban a Layana y sus detractores. Los de más reconocimiento cultural, premiados y agasajados por la instituciones socialistas, se postularon en contra de él proponiendo un cisma dentro del grupo. El resto, entre los que se encontraba K., seguían sus soflamas antipartidistas con la firme convicción de que la libertad cultural, el carácter crítico y universal de las letras, sería el triunfador al final de la andadura.
Unos años antes de que el Partido Popular de José María Aznar arrebatara el poder a los socialistas en 1996, el grupo poético Albur había desaparecido y su fundador, Layana, vendía sus versos, garabateados en octavillas, por las noches en los pubs y cafés del Barrio de las Letras, Malasaña o Lavapiés. Tenía un aspecto desmejorado, enjuto y con mal color, y vestía prendas sucias y viejas como las de un mendigo.
K. sintió el vértigo a su lado. Layana bebía inconteniblemente y comenzó a flirtear con drogas de mayor calado. Se mostraba irascible por cualquier nimiedad, faltaba a la citas o llegaba tarde y apenas escribía inmerso en una tácita amargura que paliaba con ginebra o heroína y que le dejaba postrado incluso días enteros en el camastro de una pensión de la calle Hortaleza, su hogar entonces.
K. tenía proyectos de vida en común con Ana, a la que conoció junto a Layana presentando un libro de este en un café de la calle Huertas, y necesitaba un trabajo más o menos estable para madurar la idea de convivir con ella. Paulatinamente fue espaciando sus encuentros con él, sus borracheras, sus charlas hasta el amanecer, y fue dejándole solo como lo hicieron los demás amigos, miembros y simpatizantes de ese inolvidable grupo Albur.
Años después K., casado y con hijos, escritor fracasado aunque constante y totalmente incapaz de cuajar en ningún trabajo que pudiera mantener a su familia, supo por José Miguel Vivó, "Pirris", un poeta del grupo metido a corredor de seguros que vivía por Carabanchel Bajo, que Layana, después de ingresado en una clínica de desintoxicación en estado de casi vegetativo por dos años, vivía recogido con su madre por el barrio, en la avenida de Oporto. Tiempo después, haciendo aguas su matrimonio, K. fue a visitarle cuando aún le cuidaba una sufrida y muy anciana madre.
- ¿En qué año vivimos? -le preguntó Layana, fumando un cigarrillo tras otro con mano temblorosa y lanzando bocanadas de humo a la ventana entreabierta que escudriñaba embelesado.
- 2019, Ángel. Gobiernan unos jovenzuelos izquierdosos que te hubieran caído de puta madre. Eso sí, los cabrones del capital nos están dejando el país en pelotas con tal de que se despeñen los chavales.
Layana le observó unos instantes con cierta curiosidad, como si tratara de empaparse con esas palabras y le calaran vivas al cerebro. Luego se giró sobre su silla para hurgar en las puertas bajas de un mueble destartalado. Puso sobre la mesa un cartón de vino "Cumbres de Gredos" y dos vasos ribeteados de churretones.
- Brindemos por el más allá.- dijo Layana, tratando de echar el vino en los vasos.
K. le cogió el brick antes que derramara todo el líquido y sirvió dos generosas medidas.
- Por el tiempo perdido. -dijo K., chocando el vaso del otro antes de que lo levantara de la mesa.
Cuando entró la sudamericana la lió parda. Entre maldiciones, desafiando a K. con unos ojos iracundos, le invitó con apresuramiento a que abandonara la casa.
- El señor Ángel está muy delicado y viene usted a rociarle con lo que más incomoda a su salud. ¡Ay, la hija de la chingada de su madre! ¡Váyase y no vuelva por aquí, güevon de Santa Rita!
K. se largó sin decir palabra, no sin antes vislumbrar la paz interna que embargaba a su amigo. La sudamericana le había quitado el pitillo de entre los dedos pero él seguía aspirando el vacío de la uve con delectación. Miraba detrás de las cosas como si estas fuesen sólo una anodina apariencia.
Ya en la calle, sonó el móvil.
- ¿Me oyes, K.? -Baldomero daba voces a través del aparato como si las ondas electromagnéticas estuvieran de vacaciones- Claro, claro, me oyes. Mira que estoy dándole al tarro aquí en la oficina y sema ocurrido una cosa. ¿Tú estás bien, no? Bueno, claro. A lo que te digo. ¿Te acuerdas de lo del periódico El Caso? ¿Lo que te conté del suceso de la chavala de tu amiga? Bien, vale. Pues mira que me voy a presentar en las oficinas del periódico a ver si hablo con el periodista que lo escribió y me cuenta algo más. Ya sabes que muchas veces el bis a bis tiene más avecren. Mira se llama......., lo tengo apuntao aquí, Nicanor Espesura Robles. Había uno en el barrio que se llamaba Nicanor, ¿te acuerdas? Tenía una cacharrería que llevaba con su mujer, ahí junto a la tahona del Braulio. ¿Te acuerdas, no? Iba todos los días a tomarse un cafelito al Prieto con un chispazo de 501, en la justa medida como yo se lo servía......
K. abrevió la charla ensalzando la gran idea de visitar al periodista.
Necesitaba beber cerveza más que comer, aunque ya eran las dos y media pasadas y su estómago rezongaba remolón.