Manuel Pérez Lourido
Amor de diccionario
Cada cierto tiempo me enamoro de una palabra. Perdidamente. Me la acabo de encontrar (o reencontrar) y me enamoro sin aspavientos, pero hasta las trancas. Y lo hago de una en una, la promiscuidad no va conmigo.
La última ha sido pubococcígeo. Es un término maravilloso. Estamos viviendo una increíble historia de amor.
Se me apareció mientras iba de noche por el pasillo de casa, antes de encender la luz. Vino a mi mente y ya no necesité pulsar el interruptor: fue como una explosión de lúmenes. Me di un golpe contra un mueble, pero eso pasa cuando te enamoras. Te llevas golpes por todas partes. Tarde o temprano, zás, el amor te da un sopapo. A veces una tunda. Pero no seamos pesimistas: estoy enganchadísimo a pubococcígeo. No sé muy bien qué significa, pero me van las palabras con cierto aire de misterio. Sé que tiene que ver con el pubis y con el coxis, aunque lo cierto es que prefiero no indagar demasiado. Casi siempre es mejor no saber. En el amor y en casi todo. Pubococcígeo es una expresión cargada de erotismo, es puro erotismo. Nada que ver con gandallada, mi anterior conquista. La creía de origen gallego pero resultó que la RAG no la reconoce. Ese aire de poscrita le sentaba muy bien. Bebía los vientos por ella, además de unas cuantas tazas, mientras le hablaba de ella a mis colegas. Hay que pronunciarla con gheada, les decía, sino sus encantos se vuelven vulgares. Tuvimos una relación preciosa hasta que el amor se nos rompió de tanto usarlo. Ahora, ya ven, voy por la vida citando a Rocío Jurado (o a su letrista). Y enamorándome de las palabras.
Recuerdo a un compañero del instituto que solía montarse un trío con dos calificativos a la vez. Iba por ahí diciendo estúpidoengreído a todo el mundo, a todas horas. Estaba como poseído. Gozaba como un can. Supongo que acabó desarrollando un TOC con el paso de los años.
Cuando salgo de casa, procuro llevar una palabra guardada en el bolsillo. Metafóricamente. Me pongo a jugar con ella si tengo que hacer cola en alguna parte o se la estampo en la cabeza al conductor maleducado que no me deja pasar en un cebra. En Pontevedra si no te dejan pasar en un cebra puedes interponer querella criminal, los peatones acaberemos siendo pequeños aprendices de tirano africano si el alcade no ceja en su empeño de elevarnos la autoestima. Aunque no debería malgastar la ironía en chanzas contra un régimen, el peonil, que me encanta.
Estábamos con pubococcígeo y sus innumerables encantos. Es una palabra que tiene un sabor agridulce, pero deja un poso regocijante. Regocijante es otra gran palabra, pardiez. Viva el amor.