José Benito García Iglesias
"Por el valle de la muerte cabalgaron los seiscientos". 1ª parte
En esta ocasión trataremos dos episodios bélicos que, si bien en su desarrollo nada tienen en común, sí albergan un paralelismo en cuanto a heroísmo, coraje y honor; su repercusión en la Historia ha sido bien distinta, a pesar de lo inútil de uno y lo vital del otro.
El primero está encuadrado en la Guerra de Crimea (1853-1856) y es la famosa "Carga de la Brigada Ligera", el segundo se cumplen ahora 95 años, en agosto de 1921, casi trece mil soldados españoles fueron masacrados por las tropas rifeñas de Abd El-Krim, en lo que pasó a la historia como el "Desastre de Annual".
Eran tiempos convulsos para la vieja Europa, el esplendor del Imperio Otomano estaba apagándose, ya no ejercía su influencia sobre los Balcanes, por el contrario, había otro imperialismo muy latente, muy en auge, el imperialismo ruso y al frente su zar, Nicolás I. Con el pretexto de recuperar la custodia de los Santos Lugares y buscando un motivo de provocación, Rusia plantó sus tropas frente a la frontera de los turcos, el verdadero motivo era conseguir un acceso al mar Mediterráneo.
Esto dio lugar a que en octubre de 1853, Turquía declarase la guerra a Rusia, la Guerra de Crimea había estallado. Rápidamente una coalición franco-británica se alió con los turcos. En 1854 tropas aliadas desembarcaban en la península de Crimea, vencen a los rusos en la "Batalla del río Almá" y asedian la ciudad de Sebastopol. El primer intento ruso de romper ese asedio se saldó con la "Batalla de Balaclava", el 25 de octubre de 1854, batalla en la que se produjo la famosísima "Carga de la Brigada Ligera".
El primer corresponsal de guerra, William Howard Russell, cubría para "The Times" la guerra de Crimea y relataba la carga de unos heroicos y locos caballeros, la carga de la Brigada Ligera. De 673 jinetes solo sobrevivieron 195. El suceso estremeció de tal manera al poeta y escritor Lord Alfred Tennyson que inmortalizó aquella carga en su poema épico "La carga de la Brigada Ligera". Desde entonces entraron en la fama, desde entonces entraron en la gloria.
Pero esta épica tragedia que pasó al imaginario popular y espoleó las musas de escritores, músicos, pintores y más tarde cineastas, fue realmente la más estúpida, inútil y heroica carga del ejército británico.
La batalla estaba prácticamente finiquitada cuando Lord Raglan observó como los rusos se empezaban a retirar y como comenzaban a desmontar unas piezas de artillería en los reductos que habían tomado, en los primeros movimientos del alba, a los turcos. Su orgullo propio no le permitía tolerar que tal cosa sucediese. Con la premura de tiempo tomó una rápida decisión, que sea la caballería la que impida que se desmonten esos cañones, y utilizó al capitán Nolan como enlace para transmitir sus órdenes.
Nolan era un excelente jinete pero también un oficial arrogante y testarudo, así que cuando se presentó ante Lucan y le transmitió las órdenes de Lord Raglan para que interviniese la caballería, ante la extrañeza de Lucan de tales órdenes y sobre su pregunta de qué cañones debían de impedir que se llevasen, Nolan ante lo ambiguo de la orden y por desconocimiento, en lugar de señalarle los cañones de los reductos, con altiva insolencia extendió el brazo y señaló hacia el final del valle donde se encontraba el grueso de la artillería rusa, su núcleo principal, compuesto por treinta cañones pesados situados en línea, apoyados por dos baterías en los flancos, y le dijo: "He ahí, milord, vuestro enemigo; he ahí vuestros cañones".
Lucan no podía contar con la caballería pesada, pues se había desgastado demasiado contra la caballería rusa. Miró entonces hacia su caballería ligera que, aunque muy mermada, le quedaban todavía 673 jinetes, entre lanceros, húsares y dragones, al frente de ellos Lord Cardigan. Cardigan no lo entendió y le hizo ver a su jefe que la acción que le estaba encomendando era suicida, pero acató la orden y ordenó montar a sus jinetes, eran las once y veinte de la mañana y comenzaría la carga más gloriosa, más heroica y más inútil que vieron los tiempos.
La carga de la caballería en el siglo XIX comenzaba con los caballos al paso, luego al trote, más tarde al galope y al final al galope a la carga, por lo tanto, el tramo de dos kilómetros y medio que les separaban, tardarían en recorrerlo unos veinte minutos.
Los jinetes asustados pero decididos avanzaron al paso hasta los novecientos metros, donde les alcanzó la primera descarga de cañón, el impacto fue brutal, se calcula que entre los novecientos y los quinientos metros los rusos consiguieron cargar unas siete veces más sus cañones y en ese tramo los británicos vieron como sus primeras filas caían una tras otra, Nolan, quien con toda seguridad tergiversó las órdenes, fue de los primeros en morir. Cardigan, quien había dado la orden de que nadie le adelantase, iba el primero. Al llegar a los quinientos metros comenzó el trote y de ahí al galope, cerraron líneas y desenvainaron sus sables, entre los quinientos y los ciento ochenta metros parece ser que los rusos lograron dar todavía dos golpes de impacto más alguno de metralla, a los ciento ochenta metros comenzó el galope a la carga.
Cardigan continuó en cabeza, mientras que cada vez eran más los caballos que llevaban sobre sí cuerpos inertes, como el del sargento Talbot que recorrió los últimos metros sin cabeza y con el brazo todavía levantado empuñando el sable. La última salva rusa hizo desaparecer toda la primera línea, los que venían detrás eran obstaculizados por los numerosos muertos que se amontonaban y por las monturas que deambulaban por el campo de batalla.
Al llegar a la línea rusa, Cardigan entendió que la orden ya estaba cumplida y ordenó la retirada dando la media vuelta, no le importó dejar a sus hombres mientras todavía luchaban por sus vidas y escapaban como podían del fuego y las lanzas cosacas.
Cuando se tocó reagrupamiento solo 195 hombres consiguieron presentarse a la llamada, los únicos que consiguieron sobrevivir, el último que acudió al toque de corneta fue Jemmy, el terrier del 8º de húsares, con dos esquirlas de metralla en el cuello.
Los seiscientos de la Brigada Ligera no fueron más que víctimas de la incompetencia y falta de comunicación de sus jefes militares, y probablemente también de sus gobernantes. Aquello que vieron los ojos del primer corresponsal de guerra sirvió para que pudiese conocerlo la sociedad británica de la época y conmoverse por ello.