Manuel Pérez Lourido
Episodios de sequedad en la boca
Vamos a hablar de las ocasiones en la que se nos seca la boca. Un episodio tan común como desagradable que tiene como fin hacernos mejores personas, ya que nos pone en evidencia y para ser buenas personas lo primero es tener el ego en su sitio. Cómo se llega a la conclusión de que vale la pena ser buenas personas, ah, eso ya en otra ocasión.
Todos hemos experimentado alguna vez la conversión de la lengua en esparto y de la cavidad bucal en arena del desierto cuando, de chavales, se nos acercaba alguien que nos gustaba y con el/la que no nos atrevíamos a hablar. Te hallabas en una fiesta o similar, desempeñando tu habitual oficio de mojón, mientras bebías un coca-cola y los vientos por una persona en particular. Alguien tan lejos de tu alcance que ni en sueños eras capaz de imaginarte emparejado con ella (el sueño se interrumpía con las rayas de fuera de emisión, un ruido te despertaba, etc).
De pronto ese ser procedente del Olimpo se encamina a tu rincón y empiezas a dar grandes sorbos a la bebida y cuando ya está enfrente te atragantas y te sale refresco por la nariz. Oyes una risa deliciosa y te sorbes los mocos con la manga mientras farfullas una respuesta al saludo de la divinidad. El resto es ya una cuestión de mero trámite: el tiempo que aguante la beldad intentando descifrar el lenguaje inconexo, tartamudo, incoherente y fonéticamente semi indescifrable de alguien al que acaba tomando por un deficiente.
La sensación de tener medio kilo de engrudo en el cielo de la boca es un verdadero infierno. No te queda ya más coca-cola en el vaso (terminó entre el suelo y tu pechera) y notas que emites frases cortas hechas con palabras paralíticas que la deidad intenta completar y tú remachas asintiendo con la cabeza. Al poco tu acompañante lleva el peso de la conversación y tú te limitas a dar cabezazos, mientras ruegas al Todopoderoso que nadie esté fijándose en la escena. Aburrida, la valquiria termina por despedirse disimulando con su cortesía una mueca de desagrado.
Lo más terrible de todo es que cuando eso ocurre lo que sientes es una maravillosa sensación de alivio.