José Benito García Iglesias
Eduardo Vincenti Reguera
Si tuviésemos que constituir un excelso grupo de personalidades de nuestra ciudad que por su trayectoria personal y profesional han alcanzado ese status de “queridos” por la ciudadanía, sin lugar a dudas que Eduardo Vincenti tendría un lugar muy destacado.
Fue uno de los personajes más populares, afables y queridos de Pontevedra, se le declaró hijo predilecto de la ciudad, pero antes de que lo hiciesen las corporaciones oficiales ya lo había hecho la ciudadanía en el fondo de sus corazones.
Vincenti nació en La Coruña, el 13 de octubre de 1857. Desde muy joven ingresó en el Cuerpo de Telegrafistas del Estado, en 1871 y, después de pasar por varios destinos, en 1881 fue Comisionado del Gobierno en la Exposición de Electricidad de Paris. Publicó un libro sobre dicha exposición, y ese mismo año recibió una cuantiosa herencia que le permitió abandonar el servicio activo y continuar la carrera de Derecho, finalizada la cual se dedicó de lleno a la política.
Un día, cuando paseaba por la calle, se cruzó con una manifestación que protestaba por la implantación abusiva de impuestos. Sin pensárselo dos veces Vincenti tomó el protagonismo de la misma y en la plaza de la Peregrina habló con tanto ímpetu a los manifestantes que se puede decir que ese día fue el comienzo triunfal de sus actividades políticas en la ciudad. Su palabra viva, fogosa y valiente conquistó a sus futuros electores.
Desarrolló una notable carrera política, fue elegido diputado por Pontevedra (Distrito 20), en las Elecciones Generales de 1886 y renovó su acta como diputado hasta su fallecimiento, durante dieciocho legislaturas más, a lo largo del período conocido como la Restauración Borbónica.
Como diputado por Pontevedra se ocupó generalmente de asuntos relacionados con la enseñanza pública y su profesorado. También se preocupó por la agricultura y los temas de carácter social, haciendo hincapié en la necesidad de transformar la propiedad de la tierra, regida por el sistema foral, en propiedad libre.
Aunque su gran preocupación fue el desarrollo de la educación y así lo puso de manifiesto en sus intervenciones parlamentarias. Próximo a la Institución
Libre de Enseñanza y presidente de la comisión permanente del Consejo de Instrucción Pública, dedicó muchos esfuerzos a la educación popular durante su larga carrera política y a la defensa constante por la necesidad de mejoras colectivas y profesionales para el Magisterio, lo que le sirvió para granjearse la credibilidad entre este sector profesional, que lo honró erigiéndole un busto, obra de Fernando Campo, sobre un magnífico pedestal en los jardines que llevan su nombre en Las Palmeras de Pontevedra, todavía hoy lo podemos contemplar.
Nadie en Pontevedra se aventuraba seriamente a disputarle el acta, durante sus cuarenta años de vida pública no se interrumpió ni en una sola legislatura su representación parlamentaria. Si no llegó más lejos como político fue por su sentido del humor, no era un orador brillante, aunque sí fácil, vehemente y documentado, pero le achacaban que siempre sorprendía al auditorio con una nota humorística, aunque se estuviese tratando de una materia grave y profunda, él se daba cuenta de eso, pero no podía remediarlo ni en la tribuna ni en la conversación particular, su carácter era así.
Fue director general de Administración y Fomento del Ministerio de Ultramar, presidente de la Comisión Permanente del Consejo de Instrucción Pública, concejal, y alcalde de Madrid en dos ocasiones, en 1905 y en 1913.
La popularidad de Vincenti en Madrid fue grande. Además de pasar dos veces por la alcaldía en momentos tan memorables como los de la visita del presidente de la República Francesa y la boda de Alfonso XIII, ocupó la presidencia del Casino de Madrid, del Círculo de Bellas Artes y de otras muchas entidades.
Para sus incondicionales pontevedreses Vincenti era capaz de solucionar todos los problemas, por muy grandes que fuesen, y así acudían a él para todo. Su casa en Madrid era poco menos que un consulado de Pontevedra en la capital, a ella tenían acceso todos los pontevedreses, tanto amigos como adversarios y él los acompañaba personalmente a los Ministerios, dependencias, tiendas y a cualquier lugar al que tuviesen necesidad de acudir.
Estuvo casado con Dª Dolores Montero Villegas, hija de Eugenio Montero Ríos, de quien fue su más fiel aliado político.
Falleció en Madrid, el 4 de abril de 1924, sin apenas recursos económicos. Su deseo siempre había sido que sus restos fuesen inhumados en el cementerio de Pontevedra. Así se cumplió, su cadáver fue conducido a la Estación del Norte, desde donde sus restos fueron trasladados a nuestra ciudad; para ello debió de contribuir con una cantidad económica el Círculo de Bellas Artes, por iniciativa de Benlliure, y con otra cantidad un grupo de amigos de Pontevedra.
Su entierro constituyó una extraordinaria manifestación de pena y dolor, aquella multitud de conciudadanos que tantas veces había ido a la estación ferroviaria a recibirlo y aclamarlo, fue entonces apenada y silenciosa para reverenciar su cadáver.
Desde entonces y hasta hoy en día, sus restos reposan en el cementerio de San Mauro, como él quería, junto con los de su mujer, en dos suntuosos sarcófagos de mármol.