José Benito García Iglesias
El desastre del 98. Los "últimos de Filipinas". Parte 1ª
Sirvan estas letras como homenaje a esos héroes del 98 que murieron en tierras lejanas defendiendo a su bandera, defendiendo a su país, y en muchos casos porque no tenían las 2.000 pesetas que se exigían para librarse del servicio militar, una situación injusta para la que fue una guerra injusta, en todos los sentidos. Lo que sí es cierto es que miles de españoles dejaron sus aldeas, sus pueblos, sus ciudades simplemente por el hecho de ser pobres y por eso, solo por eso, fueron a la guerra y murieron en ella. Con un tremendo sentido del honor nos dejaron gestas heroicas y cumplieron con lealtad su deber hasta las últimas consecuencias.
El siglo XIX fue pésimo para la Historia de España. A lo largo de este siglo se perdieron todas las colonias americanas, primero las continentales y a finales de siglo las insulares, Cuba y Puerto Rico. También se perdieron Guam y las Filipinas. El imperio español se desmoronaba, comenzaba la crisis más severa a la que se había enfrentado nuestro país.
Ante el declive de nuestro exiguo imperio, una nueva potencia emergía en la Historia con tremendas aspiraciones expansionistas, los Estados Unidos de Norteamérica, y en su punto de mira nuestras últimas posesiones en el Caribe y en el Pacífico.
El 15 de febrero de 1898, en aguas de la bahía de La Habana, volaba por los aires el acorazado estadounidense de segunda clase Maine. La prensa amarilla de ambos bandos culparon al contrario, esta acción fue el pretexto que buscaban los americanos para declarar la guerra a España, también la vieja oligarquía española alentaba esta guerra al ver amenazados sus intereses en la isla. Este sería el principio del fin.
Aprovechando el desconcierto del momento y la grave crisis en la que estaba inmersa la metrópoli, el líder filipino Emilio Aguinaldo, regresó de su dorado, y bien gratificado, exilio en Hong Kong para ponerse al frente de la insurrección en las islas contra los españoles.
Los insurrectos filipinos, muy superior en número, fueron ganando terreno y las tropas españolas con unos 28.000 efectivos se mostraron insuficientes para repeler los ataques de los filipinos que contaban con el apoyo de los buques de guerra estadounidenses que los apoyaban desde la costa.
El 1 de mayo de 1898 aconteció el desastre de Cavite. La flota española, al mando del almirante don Patricio Montojo, jefe del apostadero de Filipinas, sucumbió ante la poderosa escuadra americana. En unas pocas horas se habían esfumado todas las esperanzas españolas en el Pacífico. Sin suministros, sin posibilidad de escapar ni de pedir refuerzos, los españoles sabían que tarde o temprano no les quedaría más opción que capitular.
La guerra del 98 fue para nosotros un inmenso desastre en todos los sentidos, pero fue también una demostración de heroísmo de nuestros militares en batallas como la de Cavite o la de Santiago de Cuba y se produjeron hechos asombrosos, hechos que desconcertaron a la ciudadanía como la resistencia y el heroísmo de un puñado de hombres en Baler que conmovió a la sociedad internacional.
En 1898 y durante casi un año, un pequeño destacamento hispano resistió en una iglesia las embestidas del enemigo, esperando unos refuerzos que nunca llegaron. En los 337 días de resistencia, estos soldados no admitieron nunca la derrota de la metrópoli. Sin embargo, terminaron por abandonar el lugar tras recibir noticias fiables de la retirada definitiva de España de la colonia. Por ello pasaron a la Historia y fueron conocidos como los "últimos de Filipinas". Esta es su historia.
Cuando estalló la revolución, no lo hizo por igual en todo el territorio filipino, en algunos lugares los movimientos rebeldes tardaron más tiempo en fraguarse. Una de esas comarcas en las que la sedición llegó con retraso fue en una pequeña localidad próxima al mar en la isla de Luzón, en el noreste de Filipinas, a unos 200 kilómetros de Manila, llamada Baler.
En mayo, Emilio Aguinaldo y Novicio luna, al frente de un ejército revolucionario formados por miles de miembros de la sociedad secreta Katipunan, financiados y armados por los EE.UU., reanudan la revolución contra los españoles creyendo que los americanos serían sus aliados en este proceso de independencia.
Transcurridos algunos días de la rebelión y para evitar futuras insurrecciones se envió a Baler un destacamento de 50 cazadores (los cazadores eran la tropa de choque del ejército español desplazado en Filipinas), al mando iba el joven teniente Mota. Entre su juventud, 19 años, y su escasa experiencia, tomó decisiones incorrectas y esta fuerza fue masacrada en los primeros ataques filipinos, el propio teniente Mota se suicidó ante el desastre.
Desde Manila decidieron enviar un nuevo contingente de otros 54 cazadores, con oficiales de mayor experiencia, al mando iba el capitán Enrique de las Morenas, junto con los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, este último curtido en Cuba y Marruecos, también les acompañaba el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones.
En febrero de 1898 salía la expedición de Manila, sería la última vez que tuvieron contacto con las tropas españolas, ya no se les volvería a ver hasta junio de 1889.
Llegaron a Baler y fortificaron la comandancia. El edificio principal del pueblo era la iglesia, esta estaba muy reforzada y era muy consistente con unos muros de metro y medio de ancho y unos veinte metros de fachada, estaba construida para resistir los fuertes huracanes habituales en este territorio. Era casi una fortaleza militar.
El capitán de las Morenas acordó con el padre Carreño que si las cosas se ponían feas sería aquí donde se harían fuertes al ser el lugar más sólido y seguro de la población. Pocos días después las cosas comenzaron a ponerse muy feas.
Continuará…