Félix Hernáez Casal
Barco sostiene la nave
A estas alturas de temporada, todos los que seguimos al Pontevedra CF somos conscientes de que presenciar un encuentro en Pasarón resulta tan agradable como ir a una sesión de masaje en un spa pero ver al equipo jugar lejos de casa nos evoca más una cita con el dentista para examinar el estado de la dentadura.
En esta ocasión el campo de O Vao y el Coruxo de Sáez iban a ser los encargados de examinar con ojo clínico las muelas de los granates y decidir si sería necesario extraer otra pieza de su sitio o concluir que el estado general del paciente aconsejaba no tocar absolutamente nada y lanzar una felicitación por los progresos.
Al final de los noventa minutos no procedió dicha felicitación pero por suerte tampoco resultó conveniente la dolorosa extracción de otra muela del interior de la boca pontevedresa sino realizar un simple empaste que dejó a profesional dental y cliente bastante satisfechos.
Y ello fue así porque tanto uno como otro pudieron ganar el encuentro pero también pudieron perderlo y cuando las cosas viene así mejor es guardar el puntito a buen recaudo para que no se escape sin perjuicio de que en la rueda de prensa posterior cada uno intentara arrimar el ascua a su sardina de tal forma que un espectador que hubiera visto el partido no estaría ni mucho menos convencido de haber visto el mismo choque del que se hablaba con los micrófonos delante.
El Pontevedra empezó mal y sufrió dos o tres ocasiones claras en contra pero sobre la media hora apareció Barco. Primero para mandar fuera la primera ocasión granate tras un buen pase en profundidad y luego para efectuar una dejada de primeras maravillosa a Añón para proporcionarle medio gol en bandeja.
Tras seguir haciendo aguas atrás y encajar el gol del empate justo antes del descanso, "Super Mario", "Balotelli", "el lubinas" (diferentes apodos por los que es conocido el calagurritano por diferentes e incluso inconfesables motivos) o simplemente Don Mario volvió a aparecer en los primeros minutos de la segunda parte para enganchar una pelota con violencia y mandarla por encima del larguero.
Pero su aparición más estelar se produciría escasos minutos después del segundo tanto local que parecía condenar al Pontevedra a una nueva y frustrante derrota fuera. Un balón centrado desde la banda izquierda y un remate cogiendo el balón en bote de Barco hacía inútil la estirada del portero coruxista que sí llegó a tocar la pelota.
Golazo y empate a 2 para sumar un punto más en la clasificación y llegar a la cifra de 30.
Es curiosa la psicología del fútbol pero les diré que después de ir ganando 0-1 cuando el Coruxo empata y además de una forma totalmente evitable ese punto me sabía a poco. No porque estuviésemos siendo mejores que no era el caso pero sí por la posibilidad cercana de sacar un triunfo fuera que nos venía de perlas para cortar la sangría de puntos que nos dejamos por España adelante.
Pero lo cierto es que después del gol de Cubas (ayy Quique, algún día me gustaría que me explicaran el porqué de tu peregrinaje por diferentes equipos gallegos y tu no consolidación aquí) vi el partido casi perdido y el precioso tanto de Barco me hizo ver el puntito como una madre observaría extasiada la cabecita rasurada de su bebé mientras duerme plácidamente tras tomar un pequeño biberón.
Es cierto que en los minutos de descuento el que apretó fue el Pontevedra y dos corners casi seguidos nos hicieron fantasear con la victoria. Pero lo cierto es que dada nuestra mediocre trayectoria fuera (aunque sin olvidar que muchos de esos rivales con los que hemos jugado a domicilio están arriba en la tabla) no podía dejar de pedirle mentalmente al árbitro que señalase el final antes de que cualquier otro error defensivo le pudiera permitir al Coruxo llegar en buenas condiciones a nuestro área de gol.
Al final eso no se produjo y el empate reinó en el "luminoso" de O Vao posibilitando que el Pontevedra adquiriera su sexto punto fuera de casa.
No será un partido que pase a la historia ni por juego ni por cualquier otra circunstancia relevante pero lo que sí ha puesto otra vez de manifiesto es la dinamita que el equipo tiene en la punta de ataque. Mateu no estuvo del todo mal en los minutos que estuvo sobre el césped pero esta vez fue Barco quien con el timón bien cogido entre las manos dotó al conjunto de esa calidad arriba que resulta necesaria siempre y que el sábado contribuyó en gran medida a que el Pontevedra no naufragara de nuevo en aguas extrañas y lograse llegar a puerto con menos daños en el casco de los que parecía en un principio.