Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (37)
El Domingo de Resurrección del año 2019 mataron a José Luis Barca Capray, portavoz del gobierno de la Coalición de Izquierdas. Un cóctel Molotov fue lanzado contra su vehículo oficial causándole la muerte a él y al chófer a primeras horas de la mañana de aquel día. Si el ambiente político y social estaba revuelto hasta entonces, este acontecimiento supuso el clímax de la situación desbordada en el país. Protestas, altercados entre simpatizantes a favor y en contra del gobierno y declaraciones encendidas de líderes nacionales e internacionales de una y otra facción, hacían un hervidero que se suponía pronto a desbordarse. El gobierno convocó una manifestación alrededor de su sede para esa tarde en memoria del asesinado y de apoyo inquebrantable a la estabilidad nacional, sin embargo la oposición difundía un mensaje por cauce de los medios informativos privados animando a la población a sublevarse y hacer caso omiso a las recomendaciones del gobierno. El runrún de elecciones anticipadas arrinconaba al gobierno cada vez más.
Llegada esta noticia a la redacción, tuve que llamar a K. para anunciarle que llegaría tarde a la comida que, junto a Baldomero, teníamos programada para ese mediodía. Queríamos charlar sobre el imprevisto giro que tomaba el caso de las Urquijo y a K. le pareció oportuno que comiéramos y alargáramos un poco la sobremesa.
Ni que decir tiene que cuando llegué a la sede de la Coalición de Izquierdas, donde estaba expuesto el féretro del portavoz fallecido para que todos le rindieran un último homenaje, la aglomeración era inmensa. Periodistas, diputados, políticos afines y personas de base y simpatizantes atestaban la sede. Las noticias volaban como la pólvora y era muy difícil contrastar datos y saber cuál iba a ser la reacción final del gobierno. Entre los periodistas se apostaba por la claudicación del gobierno y elecciones generales en breve, sin embargo nada era seguro. La lógica, inmersa en el maremágnum del desorden y en la asfixia económica que el gobierno arrastraba desde su llegada al poder, se tambaleaba y se valoraba, como si se tratase de una carrera de locos, la venganza como manera de firmeza y solidez. Tuve la fortuna de obtener unas declaraciones del ex ministro de Defensa con el PSOE, General López Ayuso, ahora comprometido políticamente con el gobierno, en las que me dijo que "el gobierno electo democráticamente podía decretar el estado de excepción para acallar las protestas partidistas de algunos irresponsables que deseaban la ruptura del país en aras de su beneficio mezquino." El general estaba vivamente exaltado y hablaba voceando, dando una especie de arenga a los simpatizantes que le rodeaban y que vitoreaban cualquier de sus frases. "Las armas son la última solución pero no deja de ser un remedio.", dijo para finalizar y perderse entre el grueso de la multitud.
Sobre las cuatro y algo de la tarde llegué al bar "Las torres".
— Anda, mangurrián, que te llevan esperando en la mesa tus colegas ni se sabe -me dijo doña Pura, la lotera, cuando buscaba entre las mesas del bar.
K. tenía delante cuatro jarras de cerveza vacías más la que bebía mientras que Baldomero se las apañaba con un vaso pequeño de vino y unas aceitunas negras.
— Joder, Nica, nos tienes a régimen forzoso -dijo Baldomero, levantándose para estrecharme la mano.
K. me observó esquinadamente y chascó la lengua.
— El capital se quiere cargar al gobierno, chaval; era lo normal en esa caterva de fachas.
Serapio retiró todo lo de la mesa y extendió un mantel de papel alisándolo con sus manos teñidas de vitíligo.
— De la merluza olvidaros que ya no queda -dijo el camarero de carrerilla-; están los guisantes con jamón o la sopa de picadillo y de segundo las "almondigas", sí o sí.
— Me encanta la variedad de platos de este tugurio, Serapio -dijo Baldomero forzando una risa- ¿No te parece K. que debía de estar en la guía Michelin?
K. asintió desinteresado.
— A mí me traes otra jarra y unos torreznos, no tengo hambre.
Añadió, levantándose el sombrero para corriera el aire por su cabeza.
— "Amos" no me jodas, colega, que ya llevas unas muchas -dijo Baldomero, mirándole con reprobación- Te mojas y que le den por culo a los demás comensales. Muy bien, hombre, muy edificante.
Comimos alternando algunos comentarios acerca de la situación política. K. permaneció silencioso, sin hablar para nada, bebiendo su cerveza y con sus ojos color oliva cada vez más rojos. Mascullaba algo para sus adentros observando un punto inencontrable al que nadie tenía acceso; su mirada era triste, abatida, se diría que contemplaba una secuencia desagradable que le hería pero que por todos los medios trataba de ocultar. Sin duda este era el personaje que me puso en ruta de la novela que escribía y que, indefectiblemente, me cautivaba. Un poeta consolidado que dejó la inspiración para sumergirse en una vida rutinaria adormecida por litros de cerveza. ¿Cuál fue su punto de inflexión para que se tornara en este hombre desinhibido para casi todos pero sufriente en su fuero interno? No lo sabía ni tal vez lo sabría jamás pero su figura, el aura de poeta maldito que detestaba, me había llevado a lo que siempre deseé: escribir una novela, por fin, y con argumento de primera mano.
Sin hablar para nada del asunto que nos reunió ese Domingo de Resurrección, quedamos en estar en contacto por teléfono y evitar cualquier compromiso para el martes 23.
— Nos juntaremos pronto por la mañana para acudir donde Ortiz nos diga ¿vale? -dijo K., muy serio y con la evidencia de quererse quedar solo.- Crucemos los dedos y que el diablo reparta suerte.
Cogí el autobús 35 y les dejé a los dos bajando la avenida de Carabanchel Alto. Iban a distancia, separados, K. con las manos en los bolsillos de su gastada cazadora marrón y la cabeza baja y Baldomero haciendo aspavientos con las manos y dando una charla al aire.