María Biempica
La impasibilidad ausente
Comprobamos impávidos cómo cada uno de nosotros desvelamos en cada oportunidad nuestro verdadero yo, amparados por unas redes sociales que parecen no tener que rendir cuentas a nada ni a nadie.
El descalabro dialéctico al que responden en masa cientos de personas ante cada reportaje, cada comentario trivial de facebook, cada imagen o cada frase ingeniosa vía Twitter, recibe al instante y con demasiada frecuencia un torbellino de insultos, improperios y reproches que probablemente muy pocos se atreverían a reafirmar si tuviesen a la persona a quien los dirigen enfrente.
Esta impunidad virtual refleja una sociedad cobarde que sólo en insignificantes ocasiones se lleva un escarmiento (este sí que no tan virtual) por parte de la justicia.
Es cierto que con la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad para cargarse o cagarse encima de cualquiera con el que estemos en desacuerdo (eso es todo, simples desacuerdos) descubrimos la triste pérdida de la impasibilidad del ser humano que se vuelve loco cada día y reacciona con violencia a través de este mundo irreal que es Internet.
Esta falta de impasibilidad hace que lleguemos a abuchear a una dotación de bomberos al acudir prestos a un incendio dispuestos incluso, no lo olvidemos jamás, a poner en peligro sus propias vidas con tal de proteger las nuestras y buscamos un culpable en las redes aún cuando no ha habido víctimas ni edificios colindantes dañados.
La sinceridad es un preciado tesoro que sólo en las culturas avanzadas saben utilizar. Disfrazarla con insultos y menosprecio no es sinceridad, es canibalismo.