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¿Y si hablamos del gasto?
Es obvio que la naturaleza intrínsecamente tributaria de este foro ubica los temas objeto de análisis en el platillo de la balanza correspondiente a los ingresos…, pero ¿qué hay del otro lado del fiel de la balanza? Los gastos, aquellos que sufragamos con el sudor de nuestra frente, es obvio que también son acreedores de toda nuestra atención, aunque sólo sea porque son la razón de ser de la "obsesión" por los ingresos.
La reflexión me la sirve en bandeja una crónica leída hace apenas unos días en El Mundo: "Está vigente desde 1982 un acertadísimo -pero escandalosamente infrautilizado- artículo 38 de la Ley Orgánica del Tribunal de Cuentas de Leopoldo Calvo Sotelo que dice así: "El que por acción u omisión contraria a la Ley originare el menoscabo de los caudales o efectos públicos quedará obligado a la indemnización de los daños y perjuicios causados". ¿Cuántos cargos públicos han despilfarrado sin justificación en España con dolo o negligencia desde 1982?".
O sea, que resulta que no sólo hay medios de fiscalización del gasto sino que, también, de represión, de castigo patrimonial para aquellos que no guarden con el debido celo la caja común que con tanto esfuerzo nutrimos todos y cada uno de nosotros.
Más allá de esa previsión -tan racional como infrautilizada- prevista en la Ley Orgánica del Tribunal de Cuentas, me llama la atención la calidad del gasto en cuanto a la percepción que el ciudadano/usuario percibe en ellos. Como cautela previa, poner encima de la mesa que parece obvio que aunque siempre podrá haber niveles de presión fiscal más altos que el nuestro, y que a mayor presión fiscal la lógica lleva a exigir una mejor calidad de los servicios públicos (y ahí está Suecia para dar fe de ello), tampoco debemos olvidar que nuestro maltrecho y obtuso "sistema" impositivo conlleva que una familia de cuatro miembros (padres -padre y madre, me refiero; o en la terminología política y agotadoramente correcta del Registro Civil, progenitor A y B- y dos hijos menores de edad), con unos ingresos brutos de 43.000 € -que, convendremos todos, tampoco es como para tirar cohetes- contribuye a las arcas públicas en su conjunto con un importe global de 10.000 €.
Hasta ahí, los fríos datos. La cuestión es si la percepción de lo recibido a cambio es buena, mala o regular. Dejemos al margen -por lógica- la asunción de esa célebre afirmación de que "los impuestos son el precio que pagamos por vivir en una sociedad civilizada; en la selva no hay impuestos", pues la cuestión no es si debemos pagar, sino si lo que pagamos genera el retorno deseable. Seguridad, sanidad, educación e infraestructuras serían los cuatro pilares básicos que el país sufraga y que recibimos (en mayor o menor medida) de un modo cuasinconsciente; sin apenas percatarnos. A partir de ahí, el abanico de servicios y de la estructura necesaria para prestarlos se nos presenta como más difusa…, siendo dable cuestionarse si no habremos generado un Estado (o Comunidad Autónoma o Ayuntamiento) elefantiásico, cuya única razón de ser sea continuar nutriéndose de ingresos (con tendencia creciente) para, cada vez, ofrecer más cobertura social y, en paralelo, justificar su propia existencia. Y una de las patologías que al ciudadano de a pie siempre le enerva más es esa inevitable sensación de estar inundado de trámites, de papeles, de demoras que parecen no desembocar más que en el mar de la ineficiencia.
Verán, hace apenas unas semanas tuve que hacer un trámite administrativo en unas dependencias municipales. Lo primero que me llamó la atención fue que tuve que acudir a una cita (concertada con mes y medio de antelación) con una funcionaria -de un trato exquisito, he de decir-, cuyo objeto último, sinceramente, no llegué a entender; aunque es obvio que generó un efecto tan claro como probablemente no deseado: toda la documentación que ese día se me exigía que llevara conmigo, ya la podría haber tenido mes y medio antes y, por tanto, haber acelerado todo el proceso; ya de por sí tan largo como tortuoso.
En lo que aquí interesa, la cuestión es que una vez terminada esa entrevista (insisto, con una atención magnífica; muy superior a la por mí esperada), intento que la funcionaria se haga cargo de esa documentación que yo llevo conmigo y que es la preceptiva para poner en marcha el expediente de marras. Para mi sorpresa, me indica que eso no va a ser posible, pues ese día es miércoles, y la organización interna de esa dependencia ("ya sabe, los recortes nos obligan a optimizar nuestros recursos y a repartirnos con lógica el trabajo") les ha "obligado" a centralizar la recogida de documentación los martes y jueves. Pues ya es mala suerte -pienso yo-; ya me había organizado mi agenda para dedicar este día a este asunto y resulta que no puedo irme de aquí habiéndolo finiquitado, sino que habré de volver (mañana mismo, jueves, será lo mejor; eso sí, una vez haya retocado mi agenda para generar un "hueco" a primera hora) para entregar los papeles de marras. "Pero", me advierte cautelosamente la proba funcionaria, "los papeles no podrá entregarlos sin que yo -ahora mismo- le facilite un impreso ya cubierto por mí dando cuenta de su petición". No alcanzo a entender qué aporta ese nuevo papel que queda incorporado al "tocho" documental por mí creado, pero hoy me levantado dócil y con ánimo complaciente y no hago demasiadas preguntas.
Jueves (día oficial de recogida de papeles). Primera hora de la mañana. Me persono sin mayor dilación en esa misma dependencia municipal y aguardo mi turno hasta que me atiende una funcionaria (la encargada de recopilar la documentación que yo porto). Lo primero que me espeta es si toda la documentación es original (obviamente no: hay DNIs y demás documentos que no se pueden aportar como originales, y no, tampoco los he traído para su cotejo). Parece que he empezado mal, y voy perdiendo puntos en el baremo que mentalmente la funcionaria va haciéndose respecto a mi actitud ciudadana. Me dice que la copia del IRPF aportada (el de 2016, recién presentado) no es el que "tocaba", pues siempre debe aportarse el de dos años antes (aquí, directamente, ya pongo cara de cordero degollado, rendido ante la que se me avecina)… En fin, tras unos cuantos carraspeos y comentarios difícilmente audibles (pero que sonaban a reprobación), "acepta" recogerme la documentación. Sólo faltaba, pienso yo… Pero, la abracadabrante sorpresa estaba al final:
-. He traído una copia del impreso; si es tan amable y me la sella…
-. Pues no. Esto no es una oficina de registro y no podemos poner un sello de recepción a lo que se nos entrega…
Aquí mi cara ya se empieza parecer a la del "monito Juan" cuando compareció ante la Dependencia de Gestión tributaria para "aclarar" un fleco de su IRPF…
-. Ah…, pero entonces, ¿cómo me quedo con un justificante de haber presentado efectivamente todo esto?
-. No se lo queda.
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