José Benito García Iglesias
Muerte de Alonso Jofre Tenorio
A muchos les sonará este nombre por la calle que se encuentra en nuestra ciudad y que desde la Avenida del Uruguay enlaza con la Plaza de Concepción Arenal, en lo que antaño se conocía, y ahora ya casi nadie la denomina así, como la Moureira de Arriba.
Alonso Jofre de Tenorio nació en el último tercio del siglo XIII, en la parroquia de Tenorio, era hijo de D. Pedro Rodríguez Tenorio y de Dª Teresa Paez de Sotomayor.
Fue, desde siempre, hombre de mar y así en 1314 es nombrado Almirante de Castilla. Después de múltiples enfrentamientos navales, con escuadras de toda índole y condición, será en 1340 cuando le llegue su triste final.
Ante una nueva amenaza procedente del norte de África, Jofre de Tenorio había reforzado su escuadra con diez galeras, enviadas por el rey de Aragón, para evitar que los enemigos de siempre, los moros, pudiesen atravesar el Estrecho.
La muerte de Gilabert de Cruylles, almirante de la flota aragonesa, en las playas de Algeciras donde había provocado temerariamente a los moros, hizo que las galeras de este reino se retirasen a él, quedando Jofre solo con sus fuerzas, insuficientes para garantizar la guarda del Estrecho, además, por diversas circunstancias, tuvo que desprenderse de unas cuantas galeras, por lo que la situación se complicaba más, con lo que al Almirante de Castilla se quedó con veintisiete galeras y seis buques de alto bordo.
El sultán Abul Hassan aprovechó esta ocasión para acudir en socorro de Algeciras con una flota compuesta por setenta galeras de guerra y otras ciento cuarenta embarcaciones más para transporte.
Jofre de Tenorio, con tan menguados medios bélicos, no pudo evitar que las fuerzas musulmanas cruzaran de Ceuta a Algeciras, además, la operación se realizó aprovechando la oscuridad de la noche, aunque si se hubiese hecho de día y el Almirante de Castilla hubiese trabado combate con ellos, tampoco hubiese supuesto la escuadra castellana ningún obstáculo. Pero Jofre había dado la orden de volver a Sevilla para reforzarse y no lanzarse en un ataque suicida que lo único que conseguiría sería perder barcos y hombres inútilmente.
En Sevilla se comenzó a murmurar del honor y el valor del Almirante, y hasta el Rey castellano Alfonso XI comenzó a hacerse eco de las habladurías, estos murmullos llegaron a los oídos de la esposa de Tenorio, Doña Elvira Álvarez quien puso en conocimiento lo que de él se decía de su fama y valor. El Almirante al ver que su honra estaba comprometida, decidió tratar de salvarla, no teniendo otro modo que presentando batalla ante fuerzas tan superiores, aún sabiendo que iba directo a una muerte segura.
El 4 de abril de 1340, salió Alonso Jofre Tenorio del puerto de Sevilla con su reducida escuadra en busca de la flota musulmana. Estos quedaron estupefactos cuando vieron a la armada castellana que les venía de frente, siendo tan inferior en número, por lo que pronto los barcos benimerines rodearon a las galeras castellanas, cayendo estas apresadas o echadas a pique, algunos hombres de las tripulaciones castellanas se salvaron, transbordando a otras que se dirigieron a Cartagena, siendo al final cinco galeras, las que a fuerza de remos, consiguieron salvarse. No así la nave capitana de Castilla, que se vio rodeada por cuatro galeras musulmanas que intentaron abordarla hasta en tres ocasiones, siendo rechazados otras tantas veces.,
Las tripulaciones de las naves capitanas solían estar compuestas de gente escogida, siendo muchos de ellos parientes del Almirante que, como es natural, lucharon ferozmente para protegerlo, y se cuenta, que cuando alguno era alcanzado por las flechas moras, si aún estaba vivo, intentaba acercarse a donde estaba el Almirante para intentar besarle las manos antes de morir, según era costumbre en la época.
Jofre Tenorio se vio pronto rodeado de muertos y en el cuarto abordaje moro, un zenete derribó a Tenorio cortándole un pié de un certero golpe. Fue debilitándose lentamente por la pérdida de sangre, por lo que al verse morir cogió el estandarte de Castilla con una mano y una espada con la otra y comenzó a repartir mandobles hasta que murió rodeado de enemigos.
Estos le cortaron la cabeza y arrojaron su cuerpo al mar, siendo esta presentada al rey de Granada quién ennobleció los restos mortales del valiente Almirante como no lo esperaban quienes los llevaron hasta él. Su cuerpo fue recuperado y entregado a su esposa, honrando así su valiente muerte.
Hoy sus restos reposan junto con los de su mujer en el Monasterio de Santa Clara, en la villa onubense de Moguer.