Félix Hernáez Casal
Surrealismo en estado puro
Si tuviera que elegir una imagen para describir el partido jugado ayer por el Pontevedra CF me quedaría con el "aparatejo" indicador de los cambios fundido por completo en manos del Delegado del equipo, el inefable "Secre", mientras los jugadores de ambos equipos se miraban desconcertados entre sí y a los respectivos banquillos para tratar de adivinar quién era el futbolista que debía abandonar el césped.
Y es que ayer en el Estadio Municipal de Pasarón no le funcionaba al Pontevedra ni la luz del mencionado ingenio electrónico y si bien resultaban algo cómicos los intentos del "Secre" por hacerlo funcionar, no hacía ni la más pizca de gracia el penoso espectáculo que los jugadores estaban cumplimentando sobre el terreno de juego.
Ayer el Pontevedra CF ganó por casualidad y para explicar el porqué de tal circunstancia azarosa que acabó por dejar los tres puntos en casa habría que recurrir a lo más granado del movimiento artístico del surrealismo para que ofrecieran su dictamen técnico al respecto.
A falta de Dalí, Magritte o Bretón, se puede empezar por decir que la primera causa de que el Coruxo recibiera al final el castigo de la derrota podríamos encontrarla en las tres o cuatro ocasiones diáfanas de gol que desaprovechó en una primera parte en la que el Pontevedra naufragó individual y colectivamente volviendo a parecerse sospechosamente a ese conjunto errático, desconectado y miedoso del partido inaugural en casa ante el Rápido de Bouzas.
No sería justo incluir en el desaguisado local al portero Edu Sousa que salvó en buena intervención una de esas oportunidades "verdes" y que en la segunda parte volvió a erigirse en protagonista positivo al rechazar un lanzamiento a bocajarro que en circunstancias normales habría significado el 0-2.
Fue una primera parte en la que el Pontevedra no solo fracasó a la hora de sostener y mover la pelota para tratar de hallar espacios en la tupida y bien ordenada defensa viguesa sino que fue incapaz de evitar esas contras en las que solo Edu, el palo y el desacierto rival evitaron el sonrojo de todos los allí presentes.
En el aspecto individual, jugadores que habían comenzado mal la temporada y que parecían haber cogido el tono en el último mes volvieron a dar varios pasos hacia atrás y colocarse casi en el punto de partida manifestando unos problemas de calidad, tanto individual como colectiva, alarmantes.
El Coruxo llegaba siempre al balón dividido por mejor colocación y lo que es más preocupante por desarrollar sus acciones con más energía, fuerza e incluso fe que la que imprimían unos futbolistas granates que se veían impotentes para siquiera acercarse al área contraria.
Sólo un par de detalles de calidad mostrados por Jorge Hernández (detalles que no impidieron su relevo sorprendente al comienzo del segundo tiempo) despertaron un poco al público del sopor y el desconcierto ante el inesperado partido que estaban protagonizando sus jugadores.
Tras el descanso y a pesar de los dos cambios efectuados todo siguió igual, o mejor dicho, peor. Porque también de surrealista hay que empezar a calificar la ya habitual "caraja" con la que el Pontevedra sale a los campos tras el paso por los vestuarios. Si lamentable fue el partido completado por el equipo, lo peor con diferencia fueron esos primeros minutos del segundo tiempo en los que pudimos ver además del gol del Coruxo y alguna oportunidad más del equipo visitante acciones inexplicables de nuestros jugadores que no acertaban siquiera a patear la pelota protagonizando patadas al aire que serían hilarantes si no fuera por el cabreo que embargaba ya a esas alturas a casi todos los allí presentes.
Esta manera de salir al césped tras los descansos cada vez resulta más impresentable y convendría que de una vez por todas se cortara de raíz poniendo concentración y algo de oficio sobre el rectángulo de juego. Luego, como ya se ha dicho, apareció Edu para mantener a flote a sus compañeros y poco después saltó al césped el otro jugador que cambió siquiera un poco el semblante irreconocible de los granates, Alex González.
La primera reflexión obligada de tal circunstancia no es otra que recalcar con cierta preocupación que después de aumentar el gasto en plantilla noventa mil euros (o eso es lo que se dice) un suplente del año pasado se esté convirtiendo junto a David Añón en imprescindible para que el juego de ataque pontevedrés adquiera un mínimo de frescura, chispa o peligrosidad para los conjuntos contrarios.
Ayer el asturiano se colocó nada más salir a falta de veinticinco minutos de carrilero izquierdo (Luisito con sus salida cambió el sistema para alinear tres centrales y colocar dos laterales largos) y con su desborde y velocidad empezó a causar algo de inquietud a la defensa viguesa. Pudo marcar el empate en una volea a centro de Añón para lograrlo después con un buen disparo afortunado al tocar en un defensa y envenenarse todavía más su trayectoria.
Luego llegó ese penalti tan claro como absurdo y el Pontevedra se había puesto por delante dejando a los aficionados granates y visitantes (que algunos había) con la misma cara con la que la mayoría de la gente se queda mirando uno de esos delirantes cuadros del recientemente exhumado Salvador Dalí.
Los últimos minutos no fueron precisamente tranquilos pues el Pontevedra tampoco fue capaz de cerrar el partido y vivir relativamente tranquilo hasta el final. Por el contrario, algunas faltas inexplicables cerca del área otorgaron la posibilidad a los hombres de Rafa Sáez de tratar de evitar una dolorosa derrota. No lo consiguieron y al final del partido los puntos se habían quedado de manera sorprendente a la ribera del Lérez.
Se ganó, sí. Se mantiene la racha de victorias en casa que permite al Pontevedra vivir en la zona media de la tabla sin volver a sentir la corrosiva presencia en el cogote de los puestos de abajo. Ahora bien, ganar partidos como el de ayer es algo excepcional. En el noventa y cinco por ciento de los días en que se juegue así lo normal es perder y además con contundencia. No se trata de jugar más bonito o feo o más en ataque o en defensa, no.
El problema de ayer es que el Pontevedra dio esa imagen encogida y pusilánime del comienzo de temporada que tanto nos preocupó y la poca o mucha credibilidad que se había ganado en estas últimas jornadas de Liga ha recibido un severo correctivo por la actuación del día de ayer.
Ese equipo decidido, corajudo y bastante seguro de sí mismo que se vio frente al Sanse, Castilla y algunos tramos del Toledo no apareció ayer por el Estadio Municipal de Pasarón.
Puede deberse todo a "una mala tarde en la oficina" que cada uno de nosotros sufre de vez en cuando en su trabajo pero lo cierto es que la imagen del equipo y de algunos de sus jugadores ha vuelto a generar algunas dudas que parecían haberse disipado últimamente.
Será como siempre el devenir de la competición el que nos haga adquirir nuevas certezas o acreciente esas dudas que vuelven a planear sobre el equipo.