Luis López Rodríguez
El periodismo que triunfa
En la historia del periodismo abundan las biografías de mujeres y hombres valientes, profesionales capaces de arriesgarlo todo en beneficio de las crónicas (en ocasiones no más de cien palabras en alguna esquina perdida de un diario) con las que intentan hacernos partícipes de realidades a las que no tendríamos acceso de no ser por su trabajo.
Cualquiera que se haya acercado a las estadísticas de periodistas secuestrados o asesinados en el ejercicio de su profesión, sabrá de lo que estoy hablando. Son una parte fundamental de nuestra vida social, como también esos otros profesionales menos visibles que hacen del rigor su seña de identidad. Para ello, manejan escrupulosamente los datos, buscan un lenguaje preciso para transmitirlos y jamás se permiten sacar a la luz una información antes de haber comprobado su veracidad. Son, en fin, personas con una vocación clara que demuestran un profundo respeto por el oficio. A algunos nos gusta pensar que el periodismo es eso. Pero, para nuestra desgracia, la definición es más amplia.
Dentro del mundillo de la información podemos encontrar también, y con menor esfuerzo, su cara B, o más bien, su lado oscuro; personas con una visión corporativista dispuestas a defender con mentiras, malabarismos dialécticos y ocultaciones sus ideas o los intereses de sus pagadores, o lo que es lo mismo, su propio beneficio. Cualquiera que acerque el hocico a los diarios o a las tertulias televisivas no tardará en percibir las pestilencias de un lenguaje que no ahorra en juicios de valor ni descalificaciones, que anda sobrado de condescendencia y hace gala de ese putoamismo que otorga el saberse respaldado por un entramado poderoso. Es otra forma de entender la profesión que consiste, sobre todo, en ensuciarla, empobrecerla, desvirtuarla.
A estas alturas cada cual habrá podido encontrar sus propios ejemplos de uno u otro modelo.
Sucede que, en una supuesta defensa del pluralismo informativo, encontramos con más frecuencia de la deseable, que los grandes medios favorecen falsos debates entre ambas posturas, donde unos aportan datos contrastados y otros opiniones o especulaciones, situando de esa forma a un mismo nivel a unos y otros como si se tratara de interpretaciones distintas de un mismo hecho cuando lo que en realidad se hace es, por una parte, presentar unos datos o hechos comprobados y por otra, desmontar una información veraz o generar una información falsa desviando el foco hacia cuestiones relacionadas o no con el tema que se trata, y obviando los datos o hechos incontestables. De esta forma, al haberse presentado ambas posturas al mismo nivel, si se le hace ver al espectador que ambas fórmulas merecen la misma consideración, se genera en éste tal grado de confusión que acaba pensando que, o bien todos mienten, o bien, que toda verdad es indemostrable.
Esta práctica, que como hemos dicho, promueven los grandes medios, sólo puede favorecer al periodismo de falsa bandera que encuentra en la confusión a su mejor aliado. ¿Y a quién beneficia que salgan triunfantes? Desde luego, ni a usted, ni a mí, sino a esa otra parte (aquí no nos queda más remedio que incluir a los responsables de esos medios) a la que le va mejor sin que usted y yo profundicemos en el debate.