Carlos Regojo Solla
Diez + Uno = Once
Les vi ayer y ello me hizo retomar el boceto de este comentario que descansaba en mi archivo a la espera de un momento oportuno. Una mujer, joven aún, caminaba incierta y vacilante, ayudada de un bastón de invidente, acompañada por un hombre que la instruía, doblando una esquina próxima a un semáforo lleno de gente esperando y que acababa de abrirse a los peatones. Una situación estresante, sin duda, para cualquiera de nosotros que de momento vamos percibiéndolo casi todo. Una rutina más de la que ni nos damos cuenta y de las que podemos tener decenas de veces a lo largo del día. Sin embargo aquella escena era todo un aprendizaje en el que intuitivamente reparé al momento tal vez por parecerme familiar a otras observadas en Los Cantones coruñeses hace algún tiempo. Una situación ajena que sin embargo nos afecta a todos y que representa el interés por sobreponerse y luchar contra una de las adversidades más contundente. Un llenar un inmenso vacío y colmarlo de sentido. La labor silenciosa de una Organización generosa, la ONCE.
El ejemplo de la ONCE, los ciegos españoles, es rotunda. Sus miembros están hechos de una pasta y un temple especiales y se crecen con el tiempo. Verdaderamente son unas mujeres y hombres ejemplares porque desde el inicio de la posguerra civil, arrancando desde una de las discapacidades sensoriales más incapacitante, se sobrepone con una idea sencilla como lo es la del cupón para repartir suerte ajena y propia, colocando alto y claro la idea de que la visión, en su concepto más sublime, no es patrimonio de los videntes, que hay algo más que dos ojos y un recorrido hasta el cerebro perfectos, que no importa el objeto físico exterior al que miramos para tener una percepción y seguir viviendo con dignidad, anticipándose por nosotros, incluso al problema de la pérdida de una capacidad funcional tan valiosa, previendo y aconsejando, para darnos cuenta que la luz, la vida de la luz y sus colores, la explosión inadvertida de ver, su interpretación correcta, no es patrimonio permanente de quienes nos creemos fuera del alcance de la oscuridad. Todos tenemos la ceguera como posibilidad real de vida, como “ciegos sanos”, y por tanto todos somos ONCE.
Si los ciegos españoles de la época en que crean la ONCE, incluso actualmente, fueran dependientes de las instituciones del Estado, estarían hoy viviendo precariamente sujetos de alguna subvención mas que insuficiente o serían miembros de alguna asociación menor que con carácter paliativo tal vez les atendería de forma simbólica. El tropezón histórico y social sería mayúsculo. Aquella idea, hoy mejorada sirve de ejemplo a otras minusvalías que la propia ONCE recoge en silencio y a otros países que la miran con estupor e incredulidad. La ONCE ha ido adaptándose con el tiempo para descubrirnos que aquello no fue una casualidad y es que sus miembros han tenido la visión de vivir hacia fuera, buscando y experimentando actuaciones, procesos, tecnología y entrega generosa
Siempre tuve una admiración profunda por la ONCE de la cual hice partícipes a mis alumnos, llamando la atención de la institución la cual tuvo la deferencia de premiar nuestra participación escolar ganando en las fases provincial de La Coruña y autonómica gallega, en su concurso XXIV del curso escolar 2007/08 con el CPI. Vicente Otero Valcárcel de Carral, en La Coruña. Por entonces pensaba, y pienso ahora, que en el estudio de lenguas no sería nada baladí que junto al lenguaje de signos el braille formase parte de algún tratamiento del currículo escolar obligatorio aunque fuese de una forma elemental.
Los servicios sanitarios, el sistema de pensiones, los servicios educativos así como los servicios sociales están ahí para nuestro refugio cuando los necesitemos. La ONCE, además, lo está también porque allí no nos desean pero nos esperan en caso de precisarlos y, en la escala internacional decimal con que medimos casi todo, la ONCE merece el diez más uno en la que el uno podemos ser cualquiera de los que vemos gratuita y superficialmente sin valorar nuestra suerte.
Carlos Regojo Solla