Carlos Regojo Solla
El año del perro
Confieso que, para mi satisfacción, China me ha ganado, sacándome de un error del que me arrepiento y que me alerta acerca de la conveniencia de efectuar un análisis personal a fin de conocer y valorar si, inconscientemente, acaso esté aplicando criterios de prejuicio en algún otro aspecto de mi vida, sin darme cuenta de ello. Y es que se había aposentado en mi el sentimiento hacia el carácter de alineamiento de nuestros visitantes originarios de la legendaria muralla, sentimiento aparentemente basado en el desempeño monotemático de sus negocios, precariedad en la calidad en los productos de sus tiendas y en la dedicación a tiempo completo en el ejercicio de su función de vendedores. El caso es que tuve la sensación de haber dado un salto tangencial, subrepticio e innecesario a las personas, lo cual provocaba, cuando menos, el esbozo de una sonrisa cuando veía el "made in" impreso en los artículos que adquiría en sus comercios, y esa era toda mi valoración. Lo siento.
Se ha encargado de esto, corregirme el enorme fallo de apreciación, entre otras cosas la observación profunda de sus gentes cuando se asoman a la TV. y me muestran su bello país, sus tradiciones y folclore, su cocina, su sensibilidad… o simplemente cuando ahora me acerco hasta sus macro negocios, donde me reciben con sus hijos, ya españoles, tras los mostradores de sus tiendas, en nuestra tierra, sin duda también suya, dando un ejemplo de dedicación, sacrificio y trabajo. Son afables y luchadores y cubren nuestras curiosas y en ocasiones infantiles necesidades, en un esfuerzo de adaptación idiomática, enriqueciéndonos con todo ello. Entrar en un chino es perderse en un laberinto de curiosidades y un despertar de necesidades que nos llena de satisfacción y apetencias imprevistas. Pero hay más.
La China profunda, aquella perdida en la historia, de la cual teníamos pocas referencias, (si acaso algo, casi siempre negativo, en el Chinatow de Polansky) o, tirando de "alarde cultural", nos sonaba un poco cuando adquiríamos en la cercana Valença un juego de café en finísima porcelana Macao. Aquella China- digo- es hoy una potencia mundial desde que camina conjugando el comunismo más duro con el capitalismo occidental más convencido, así como si nada. Casi podríamos decir que Mao se ha puesto el sombreo del Tío Sam en una nueva imagen que nos hace reflexionar sobre lo relativo de los extremismos humanos a la hora de dirigir ideologías y pensamientos. Una simbiosis práctica que encaja perfectamente con el sentir paciente, tranquilo y acomodaticio de los hombres y mujeres de la milenaria cultura. El caso es que el invento funciona y las exportaciones, tecnología y progreso chino van viento en popa haciendo caminar a este país de forma imparable plantando cara a todo occidente, incluida la mayor potencia económica actual que se atrinchera peligrosamente ante esta expansión por la imposibilidad de hacer el proceso al revés. China marca así el destino económico del mundo con apetencias, más que terrícolas, universales, ( sigamos sus proyectos espaciales y esperemos cualquier cosa en cualquier momento).
Bonaparte se lo olía. China ha despertado aprovechando nuestra siesta y repentinamente la tenemos a nuestro lado cómo ese corredor de fondo, inesperado, que aparece de súbito disputando la meta a la élite. Su aparición rompedora en la escena mundial no ha sido prevista y nos llena de admiración aunque, sin duda, una buena parte de ese despertar sea consecuencia del valor de los miles de manifestantes que han dejado su vida en Tiananmén hace este mes de junio veintinueve años.
En pleno año del perro, donde prima la lealtad , ¡siempre contigo!, China.
Carlos Regojo Solla