Beatriz Suárez-Vence Castro
Supervivientes
Los dos han dejado atrás los ochenta. La edad ha sido más amable con él, que empuja con cuidado la silla de ruedas donde ella va sentada. Doblan la esquina del Gorgullón hacia la calle Curtidoira, una zona de Pontevedra donde los nombres antiguos se unen a las nuevas denominaciones de calles y plazas.
Él va impecablemente vestido y camina con la seguridad de quien es consciente de su buena planta, pero va únicamente pendiente de hacer rodar suavemente la silla sobre la acera, atento al paso de cebra que le espera a solo unos metros. Cuando está a punto de cruzar se detiene un momento, se inclina sobre la silla para escuchar mejor algo que ella le dice y la besa.
Son un ejemplo de la dulzura que todavía podemos encontrar a la vuelta de la esquina, la que contradice los sucesos y las estadísticas. El triunfo del amor sobre los años, la rutina y los achaques.
Hay mucho cariño y mucha sabiduría en ese beso. Mucha comprensión y muchos cuidados, mucho respeto y mucha generosidad. Él sigue estando bien y, porque puede, pero sobre todo porque quiere, la cuida a ella y se cuida a sí mismo para poder hacerlo mejor.
Relacionaba esta escena con la entrevista a la escritora Vivian Gornick en la que recuerda la conversación sobre los azares de la vida en pareja y la institución matrimonial con su amigo Leonard: "Ellos aprobaron, eso es todo" – dice Leonard en un determinado momento. "Entraban en un armario llamado matrimonio con dos conjuntos de ropa, tan rígidos que se sostenían de pie. La mujer se ponía el vestido llamado esposa y el hombre el traje llamado marido y desaparecían dentro de la ropa. Nosotros nos quedamos desnudos y suspendimos."
Leonard se refiere al matrimonio como algo encorsetado, rígido: un disfraz que borra la verdadera identidad del amor. Lo considera un examen en el que, por guardar las apariencias, uno se presenta y saca un aprobado raspado o ni siquiera eso: firma y se va, para que no lo tachen de la lista de empleo.
Estoy de acuerdo con él en que, muchas veces, eso es así.
Sin embargo, en otras ocasiones, como la que tuve la oportunidad de presenciar en la calle, no hay aprobado raso. Existen matrimonios auténticos, licenciados con honores: en la salud y en la enfermedad, para toda la vida.
El vestido y el traje del que hablaba el amigo de la escritora se han amoldado a sus cuerpos como una segunda piel. En lugar de disfrazarles, les han dado más autenticidad: se han encontrado uno en el otro a lo largo de los años. Su apariencia es, además, su realidad.
Son matrimonios felices que se casan por amor y con ese amor se quedan para siempre.
Van moldeándolo con el paso del tiempo. Puede que ya no sientan mariposas en el estómago, que ya no lleguen, quizá, al intenso placer físico que uno proporcionaba al otro en momentos de intimidad, pero no dejan de sentir algo único el uno por el otro y ese algo es, sin lugar a dudas, tan bueno, tan bonito y tan de verdad aquello del principio.
Porque no hay un modelo igual para todos. Porque las estadísticas también se rompen.