Manuel Pérez Lourido
Escritores
Un día de estos me voy a hacer sintoísta, que aún no sé lo que es, o me pondré a escribir un artículo que no tenga ni pies ni cabeza, cosa que dudo seriamente no haber hecho a menudo.
Vivir en un mundo fragmentado, tan posmoderno que el término ya ha quedado antiguo aunque no se haya inventado un sustituto, permite hacer este tipo de ejercicios. Me refiero a tirarte por la tobogán de las frases sin tener ni idea si abajo hay una colchoneta o tan solo el duro suelo.
Cuando eras joven, joven de verdad, de los que reniegan de serlo, te atrevías a todo. No tenías que pedirte permiso a ti mismo para hacer disparates porque vivías dentro de uno; cuando no era el disparate lo que vivía dentro de ti, aquel cóctel de hormonas, osadía y dudas. Cuando eras joven todo era horizonte y el barco era lo de menos. El timón, una extravagancia de marinos.
Mejor dejarse de metáforas, que luego igual se entiende todo, y se trata también de dejar en el aire el perfume de lo ambiguo. En este tiempo de ambiguedades no sabes a quién contentar. Si escribes para ti mismo eres tachado, incluso por ti mismo, de narcisista. Si lo haces para la inmensa mayoría te llaman populista o vendido. En mi caso, vendido a menos, por jugar aún más con los conceptos.
Suelo distinguir entre escritores que apuestan por la forma, y por son tanto un poco narcisistas, y escritores a los el continente les trae al pairo porque están obsesionados con el contenido. Tal vez, una vez más, en el equilibrio esté el verdadero logro.
¿Habla usted del arte conceptual? Más bien escupo sobre esa etiqueta, sobre el uso espúreo del término, sobre su conversión en coartada para las ocurrencias.
Un día de estos me voy a hacer artista, o agente comercial de versos mal doblados, o fogonero de un tren de largo recorrido que pare donde el mar haya hecho un paisaje de ensueño para la brisa y las palabras fatídicas de una pareja en el trance de romperse, como si fuesen olas. Toma metáforas.