Manuel Pérez Lourido
A veces veo ex-comisarios
Sí, la verdad es que veo a veces, demasiadas veces, la foto de un señor jubilado tocado con boina de tela que va por la calle royendo un portafolios de cuero. Digo yo que debe de ser de cuero porque el hombre va bien vestido. Aunque me gusta imaginar que en realidad es de un plástico que imita cuero, como si el hombre en cuestión escatimase en portafolios, en plan un poco rata; me gusta imaginar que el tipo es en el fondo (y en la forma) un poco rata. Es complicado aventurar una profesión para el sujeto, cuando la ejercía, vaya. Como camina un poco encorvado, como efecto del gesto con el que parece que aplica los dientes al dichoso portafolios, o se cubre con él, como si fuese una quinceañera tapándose con la libreta forrada con fotos de cantantes de moda, parece que está habituado a confesar a la gente. O a hacer que la gente confiese, por eso tal vez es que se inclina un poco hacia adelante, con esa chepa inquisitorial y esa boca que va royendo el pasado en los folios que guarda entre cuero (o plástico). Lo mejor es apostar a que este hombre es un ex-comisario y que atufa a varon dandy y que tiene en un sótano un armario donde guarda bajo llave incontables pen-drives con información que podría hacer tambalearse todo lo que en este país lleva ya demasiado tiempo tambaleándose.
Este señor, sea lo que fuere, tiene en su fuero interno cierta vocación de héroe de ficción. Un miembro de Los Vengadores, o alguien más vulgar, como Terminator. Uno se lo imagina sentado en el comedor de una prisión (no pregunten por qué, pero me lo imagino en la cárcel) con gesto hosco pero al mismo tiempo con ademanes dignos de alcaide de la prisión. Aunque será que no, porque solo hay alcaides en las prisiones de las pelis norteamericanas. Bueno, pues es fácil imaginárselo en la prisión, con aires de director del centro penitenciario, mientras la peña cuchichea a sus espaldas y él añora sus pen-drives, sus dossieres y sus portafolios.
Cuando contemplo esta foto, y lo hago en más ocasiones de lo estrictamente imprescindible, acude un pensamiento a mi mente. Pienso en qué rayos habrá ocurrido para que esa foto me haga sentir incómodo. Pienso también en las razones por las que este hombre de la fotografía ha llegado a ser quien es, alguien con aspecto de chantajista, que huye de las cámaras de los fotógrafos parapetado en un portafolios pasado de moda. Un rancio ejemplo de los rancios tejemanejes que nos han traído hasta aquí, a medio camino entre un pasado del que no conseguimos despegarnos y un futuro que parece inalcanzable.