Manuel Pérez Lourido
¡Venga un abrazo!
Toca hablar de un tema tabú donde los haya, de un asunto tan poco frecuentado como lo es la génesis de las columnas de prensa. Cómo se piensan, de qué manera toman forma, qué características les infunden relevancia, etc, etc. Ha llegado el día y la hora de coger el toro por los cuernos y de poner los puntos sobre las íes, de abusar de las frases hechas y de quedarse en pelotas, metafóricamente hablando.
El primer objetivo, y diríamos que practicamente el único, de cualquier artículo de prensa merecedor de tal nombre es conseguir que los lectores lleguen a la última línea. Una vez logrado eso, no es difícil que continúen hasta el punto final. Sería absurdo tragarse un texto hasta la línea final y abandonarlo antes de que remate esta, pero pasa de todo en esta vida. Con esta obsesión, la de que el lector no abandone prematuramente la tarea que ha iniciado, emprende el articulista la peripecia literaria. Usted puede imaginárselo vestido con un kimono japonés y una cinta en la frente, aporreando las teclas con un vaso de sake vacío a un lado del teclado. Comprometido con su propósito, un ninja de la gramática, un kamikaze del pensamiento. Así, más o menos, comienza la cosa. Aunque en realidad la mayoría de las veces comienza antes, cuando uno elige el propósito de su mensaje o bien este lo elige a uno. Este es un paso prescindible, dado que no es infrecuente que el articulista encuentre dicho propósito por el camino, una vez que se ha lanzado acantilado abajo. Hablo con conocimiento de causa, como bien saben los sabios que me siguen (sabios, incautos... los adjetivos son lo de menos). Estar en posesión de un mensaje concreto que transmitir es algo que se sobrevalora, dicho sea de paso. Personalmente, aprecio más la capacidad de llegar a alguna parte que la de conocer de antemano ese destino, aunque reconozco las ventajas que se derivan de dicho conocimiento. Por ejemplo, igual usted ahora está pensando que llevo un rato dando rodeos sin un rumbo claro, ¿qué puedo decirle, además de que no piense tanto? Desde que aquel músico escuchimizado y diagnosticado de asperger se subió a un escenario al frente de una banda llamada Talking Heads para tocar "Stop making sense" ("deja de buscarle sentido") ya nada es lo mismo. Servidor, convicto y confeso fan de los devaneos funkis de David Byrne, solo o acompañado de otros, hace tiempo que aplico esa doctrina a casi todo cuanto tocan mis manos (salvo las ensaladas y la empanada de chocos). ¿Que me estoy jusficando? Y a mucha honra.
Miren, les voy a decir una cosa... ustedes están leyendo esto, ¿no?. Han llegado hasta aquí, ¿verdad?
¡Pues venga un abrazo!