Carlos Regojo Solla
Déjame que te cuente, limeña
Entonces, luego de mirarla un buen rato, le dije:
--Fue cosa del viento. Bueno, del viento y de las corrientes, esas que te arrastran como a un corazón enamorado, esas corrientes a las cuales es mejor no resistirse. También fue cosa de un hombre empecinado nacido, dicen, justito en la tierra de tu abuela materna, al lado del astillero que forjó la Nao Capitana ¡Qué cosas tiene el destino!, ¿verdad?
Se me queda mirando con sus ojos grandes y oscuros, perfilados en apuntamiento sesgado alejado del rumbo natural de sus cejas, como preguntándome:
--Y tú, ¿quién eres?
Es una mirada nueva para mí, cargadita de un misterio insondable que, os juro, debe proceder del mismísimo cóndor oteando el llano desde la cumbre andina, de la llama rumiando historias entre las calles del Machu Pichu, o del reflejo del sol en las aguas del viejo Puente de Piedra sobre el Rimac, que va a la Alameda.
Déjame que te cuente, mi niña, en tanto pueda; porque también es mi partir la cosa nueva que hallas. Tu vida, todo tu sentir queda en el crisol que fusiona nuestros mundos, esos mundos que otros desvirtúan queriendo crear animosidad en nuestras sangres mezcladas para siempre. Déjame que te cuente, limeña, que las palabras que brotan de la boca del rencor erran en su discurso haciendo bueno aquel proverbio de Sefarad aseverando que "el esputo solo es agradable en la boca de su propietario". Déjame les cuente a esos que no nos quieren que, en su mismísima patria llena de violencia, un hombre como "Cantinflas" les dice que "lo difícil poco tarda en ser resuelto y que lo imposible tarda un poco más"
Te diría, mi niña, que todo empezó con una idea, dicen, basada en cálculos geográficos erróneos que mermaban las dimensiones de este mundo que vas a poseer ( eso espero), y América era el tropezón imponderable al alcance de un barquito de papel -de los que te hace tu mamá cuando añora su tierra; porque también los barquitos de papel tienen sus singladuras marcadas- Aquel plan de la ruta por el oeste camino de las especies, topó con tu tierra virgen de forma inevitable. Así pues, la sorpresa no es de extrañar haya durado su tiempo dejando paso a las acciones que dulcifiquen el ansia de atracción y ambición por apoderarse de los tesoros ajenos y los desmanes de la violencia iniciales a los que se trató de poner freno. España, mi niña, tu otra patria, había terminado por entonces años de lucha, dicen que en una reconquista que la regresó a las cavernas. Tu tierra apareció providencial a un pueblo desmembrado que aún tenía calientes las armas y desconocía otro oficio. La conquista del nuevo mundo no parece más que una continuación en la expansión de los ideales peninsulares que ciertamente causaron daño y también provecho en los pueblos indígenas de las Indias nuevas, desde el principio; pero así parece ser todo nuestro comportamiento. No hemos hecho más que estar luego de llegar, sumidos en las discordias que todos tenemos, en las impurezas ciertas de todos los hombres tocados por las pasiones; pero también os hemos amado. Nos habéis recibido en segundas, sin preguntas, para compartir la riqueza que aún os quedaba, y os vemos llegar ahora asqueados de vuestros políticos, en un juramento filial eterno, sin más, pese a las voces estentóreas que exigen perdón no se sabe bien de qué. Son circunstancias. Todas ellas ocurren en el transcurso del tiempo y se sitúan en un lado de la vida haciendo historia particular y universal. Lo que acontece lo hace siempre consolidado un momento individual con consecuencias más o menos importantes y duraderas; unas se olvidan y otras perduran un poco más; pero todas hacen historia.
Sentir hoy a América es verla en la esperanza de una fusión aún no terminada. América al menos la nuestra, la hispana, sigue necesitándonos como antes, al igual que nosotros a ella, estrechando nuestros lazos al punto del ahogo.
A ti, Victoria Isabel, a tus dos añitos recientes, a esos ojos profundos que preguntan quién soy, dedico este apunte en la esperanza que te acuerdes de nuestros días de arena bañados por la luz de un sol común que riela en la Mar Oceana de nuestro encuentro, al pie de otro puente parecido, también con alameda e historia de independencia, en el descanso final de un río que llamamos Verdugo. Ya te he dicho, es cuestión de viento y corrientes marinas que nos lleven y traigan para que tú puedas llamarme abuelo.