José Antonio Gómez Novoa
Por los pelos
Llevo unos días de autoconversación negativa ante el espejo. Noto que todo mi cuerpo está cubierto de pelos. Tengo incluso un semillero sorprendente en la zona de las orejas. Sí, soy un mamífero con un pelaje inmenso. Se supone que la abundancia, es para protegerme de la intemperie, pero al contrario que otros animales voy con mi indumentaria por la calle y vivo en un mundo “climatizado”.
Me siento atrapado y con pocas opciones. Mi primera alternativa es acudir a una clínica de depilación láser, y pedir presupuesto, de momento para las zonas de Tórax y piernas completas. Desnúdese, me dice la doctora, que intenta evitar un gesto de asombro, y con disimulo llama a sus ayudantes, para que me introduzcan en la cabina donde se realiza la valoración previa, en base al grosor, color, tamaño de mi pelo.
Se reúne el equipo y me trasladan la necesidad de consultar con un experto de la casa matriz. Argumentan que nunca se han encontrado con un caso tan “complejo como el mío”. El tamaño y el grosor supera con creces la de cualquier ser humano. No sé, no sé, pero me parece que cuchichean algo entre ellos sobre neandertales.
El comodín de un amigo psicoanalista especialista en traumas emocionales, no me gusta utilizarlo, pero como siempre está a mi disposición, no me resisto a preguntarle aprovechando el café de las 12.00. El coste de la consulta es muy económico, 1,40 euros con 4 churros incluidos. Me recomienda que en vez de pensar en mí mismo como víctima, que piense que soy un sobreviviente. Me habla de que no debo vivir aterrorizado, y que posiblemente nos encontremos ante un trauma de la infancia no superado. Concluye que no piense que por ello voy a dejar de ser a ser atendido, amado o aceptado.
Para ilustrarme sobre la materia, me cuenta un vieja historia conductista. Un señor de mi edad, padece encopresis al practicar running (en román paladino: se caga encima). Consulta a su médico que, luego de exámenes e investigaciones, le recomienda (no habiendo encontrado base orgánica) consultar con un psicoterapeuta. Cinco meses, y unas cuantas sesiones después, se encuentra con un amigo, y éste le pregunta:
¿Cómo te va con la terapia?.
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Bárbaro, comenta el otro eufórico.
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¿Se solucionó el problema?.
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Mira, cagar me sigo cagando, pero ahora no me importa.
Su consejo final, para volver a conectar con mis sentimientos y mis emociones, y, sin necesidad de asistir a terapia, es que me afilie a un partido político, dónde prime la hombría y el pelo en pecho. Pues nada, aquí me tenéis con la banderita de turno, con el escudo tatuado in pectore. En primera fila en el mitin, me siento seguro y completo. @novoa48