Carlos Regojo Solla
Garabateos
No sé qué hacer con dos títulos que rondan el interior de una carpeta nominada "VARIOS", junto a otras ideas las cuales, de vez en cuando, "engordo" con aportaciones puntuales hasta convertir alguna de ellas en el germen de una historia nueva. El proceso de este sistema me recuerda al sedal de mis artes de pesca en épocas en que éste era caro y no quedaba otra que pasarse horas buscando la salida a los inevitables nudos, procurando no perder ni un centímetro del valioso hilo, como bien recordará mi recuperado amigo hermano de infancia Ricardo; aunque no ocurra precisamente y exactamente lo mismo con las ideas sugeridas, de muchas de las cuales me desprendo cuando, en favor del camino encontrado, no tienen el efecto conectivo con lo que va apareciendo y, en muchos casos, toman un carácter más o menos opuesto o distinto de lo que te parecía iba a ser el tema que ayer te habías propuesto, por lo cual pasan directamente al olvido en un corte que luego pego en un documento nuevo, misceláneo, batiburrillo inconexo de retales "pluri" que releo con cachondeo cuando me noto en baja forma.
Los dos títulos que llevan navegando solos sin asomo de tomar cuerpo en un comentario escrito son, uno, el título de una película, para mí fantástica en su temática e interpretación, que no tuvo el reconocimiento que merecía, en la cual Ingrid Bergman y Anthony Quinn bordan un papel inherente a nuestra naturaleza pasional tal es la dualidad odio-venganza supuestamente escondida en el fondo de todos nosotros, sujeta por leyes humanas y/o principios morales personales. Se trata del film "La visita del rencor" (The visit), evidencia del poder del dinero en manos de la venganza.
Al igual que en mi infancia, y en la de mi recuperado amigo hermano Ricardo, cuando el viento – no puede ser otra cosa- nos traía su halo específico, tomábamos el juego de turno- y nadie sabía por qué, pero de repente, un buen día alguien traía a los recreos el trompo o las canicas, el pincho o el aro, las cabañas o los tirachinas, dando el primer paso a la época de un juego determinado al que todos seguíamos inmediatamente, algo así como cuando las aves se disponen a efectuar sus migraciones y todo el bando están a la espera de que una inicie el primer vuelo para seguirla, ¿verdad, Ricardo? Ricardo y yo sabemos de eso, de mújoles y robalizas y baños cuasi invernales en el río, y de cometas, lanzas, escudos, tirachinas, "copar a clase" (finamente, hacer novillos) y disgustos…- Pues bien, al igual que esta influencia, que llegaba en el viento, donde elegíamos juego de temporada, a mí me llega cada dos o tres años la necesidad de releer, aunque sea muy por encima, el GOG de Giovanni Pappini, y éste es el segundo tema que no logro encajar por el momento en ninguna historia. Encuentro algo ilusionante y especial en esta obra donde el poder del dinero, esta vez, es usado para satisfacer absurdos caprichos, lo cual deja al libre albedrío el sueño de poder hacer personalmente algo parecido si uno fuese rico, después de lograr la invisibilidad- por ese orden – y advertir al igual que en una playa nudista, que no hace falta no ser visible para darnos cuenta que todos somos hijos de Adán y Eva en lo corporal y hermanos de Caín en lo más oculto.
El caso es que, repasando por encima este escrito, vengo en observar que algún partido voy sacando a los dos temas en cuestión, que no hay nada como ponerse a garabatear para poder expresarse un poco y, sobre todo, que el nexo haya sido una amistad reencontrada cuando la mayoría han ido desapareciendo por derribo como negocios pobres.
(A Ricardo Araujo, quien mantiene aún un alma sencilla y noble en los recuerdos de una infancia feliz)